Ventanas a la eternidad

        Relatos cortos // 2010-18

 El libro de los más bellos relatos de la Alhambra,

 río Darro, Albaicín, Realejo y Granada - XXI

 

1- El cortijo brumas

2- La pintora del río Darro

3-  El majoleto Santa Ana

4- El palacio en las rocas

5- Un mundo mejor

6- Primeras lluvias de otoño

8- La casa del río

9- Navidad en las cumbres

10- La fragancia eterna

11-  Los paisajes que nos pertenecen

12- Mi última oración

13- Canto a una mariposa, poesía

14- La gota de agua

15-

16- 

17- 

18- 

19-

 

489- EL CORTIJO ENTRE BRUMAS

Siguiendo la senda que va por el lado de arriba de la cañada, me acerqué al collado. Por donde el terreno vuelca para el levante y cae levemente hacia el arroyo. Solo a unos metros al cruzar el arroyo, en el rellano, se alzaba el cortijo.

 

La mañana era fría, el cielo se veía por completo azul y la hierba, cuajada de diminutas gotas de rocío, tapizaba toda la cañada. Por el collado, se veían cinco o seis encinas y, a la izquierda, la bruma borraba el horizonte hacia el río. Era tiempo de bellota y por eso el campo olía a setas, musgo y humedad.

 

Y según me acercaba el collado, iba mirando con el deseo de encontrar la encina. La más gruesa y vieja en este collado y sabía que la que da bellotas gordas y buenas. Conocía este rincón, el cortijo, olivar, encinas y bellotas, desde hacía mucho tiempo. Desde pequeño y por eso hoy volvía y el corazón se me iba llenando de imágenes, algunas dulces y hermosas y otras, algo tristes.

 

Al volcar el collado, vi la encina, vi el cortijo al fondo, más lejos vi Sierra Nevada y la Alhambra un poco antes sobre la colina recortada. Bajo la encina, la vi a ella y esto me extrañó al tiempo que me alegraba. Vestía ropa pobre, tenía cubierta su cabeza y parte de la cara con un pañuelo a cuadros blancos y negros y se movía despacio como buscando algo. Me acerqué y ya solo a unos metros, la saludé. Alzó su cabeza, me miró, respondió a mi saludo, y siguió moviéndose como buscando. Le pregunté:

- ¿Sabes que las bellotas de esta encina son gordas y buenas?

- Lo sé y por eso las busco. Cada año, esta encina da mejores bellotas y las de este año, son casi como caramelos.

 

Miré con interés y ahora me di cuenta que aunque se movía con agilidad, era mayor. Le volví a preguntar:

- ¿De dónde eres y por qué sabes que esta encima es tan especial?

- Soy de un lugar concreto pero mi alma y espíritu, pertenecen y se alimentan de estos lugares.

- ¿Y sabes algo del cortijo que ahora mismo se ve ahí enfrente y un poco entre brumas?

- Lo sé todo.

- ¿Cómo qué?

 

Y mirando al cortijo, con un puñado de bellotas en sus manos, me dijo:

- A su entrada, tiene un portón de hierro, enseguida hay un amplio patio empedrado y según se entra a la derecha, hay como otra puerta. Lleva esta puerta a otro pequeño patio que tiene a su derecha una amplia sala con chimenea. En la segunda planta de esta sala están las habitaciones que usaban los obreros en aquellos tiempos y las ventanas de estas habitaciones, dan a las cuadras de los burros y mulos también de aquellos tiempos.

 

Mirando al cortijo, por un momento se mantuvo en silencio. Le pregunté de nuevo:

- ¿Y qué hay en el patio principal, a la derecha y al frente?

- A la derecha de este patio, hay un pabellón que era el que usaban los dueños de la finca cuando por aquí venían en verano. Y al frente de este patio principal, otra gran sala con chimenea en un extremo. Aquí se reunía la familia veraneante con el encargado de la finca.

 

Desde el barranco de la derecha y por donde se veían álamos al fondo, remontaban algunas nieblas. Por un momento taparon el edificio del cortijo y esto me pareció hermoso y lleno de misterio. Le seguí preguntando:

- Has dicho “se reunían”. ¿Es que ya no?

- Desde hace mucho, mucho tiempo, todo lo que te he dicho, ha cambiado. El cortijo es ahora un museo antiguo que enseñan a los turistas. Por eso, por esta senda que has recorrido tú, quieren construir un pequeño ferrocarril. Un tranvía azul y verde para que traiga y lleve a los turistas que visiten este cortijo museo. ¿Qué te parece?

 

No supe que responder. Pero sí ella, sin que yo ahora le preguntara, me siguió diciendo:

- Nada quieren que cambien en este cortijo. Los hierros del portón, quieren que sigan oxidados, desean que las paredes continúen desconchadas y piensan en dejar las salas, las camas, las cuadras y los patios, tal como en aquellos días estaban. Y al mismo tiempo piensan usar las habitaciones para que las ocupen los que dormir en ellas quieran. ¿Vienes tú por aquí con la idea de visitar a este cortijo?

 

Después de un rato en silencio, le dije:

- Sí y no.

- Pues ten en cuenta lo que voy a decirte:

Cuando pises el primer patio empedrado, sentirás dentro de ti como un millón de burbujas transparentes haciéndote cosquillas. Si te sucede esto, sabrás que tu corazón y espíritu, están llenos de vida y perteneces al grupo de las personas buenas y amantes de lo bello. Pero si al pisar el empedrado del primer patio, sientes dolor en el corazón y como agujas que se te clavan en el alma, no te alegres ni te felicité de ninguna manera.

 

Algo sorprendido, pensé un momento y luego le volví a preguntar:

- Cuando tú vas ahora al cortijo y pisas el empedrado del primer patio ¿qué es lo que sientes?

- Lo mismo que sentirás tú cuando ahí entres. Millones de burbujas recorriendo las venas de todo mi ser y haciéndome cosquillas. Hace mucho, mucho tiempo, que nada me preocupa ni me quita la paz del corazón. Cierro mis ojos, me concentro en mí y me uno al universo del sueño que siempre llevo en mi alma.

- Pero y si yo sigo esta senda y, después de remontar las laderas de los olivos, vuelco para el río ¿qué es lo que por ahí puedo encontrarme?

 

Después de un rato sin pronunciar palabras, de nuevo comentó:

- Por ahí va la senda que ellos  recorrieron el último día que por aquí estuvieron. Es muy bella esa senda pero también muy peligrosa. Surca una ladera tan inclinada que un mal paso, te puede llevar rodando al río. Por eso ellos aquel día iban todos cogidos de la mano y, al tiempo que se alegraban, se daban ánimo.

 

Cortó sus palabras en seco. Yo tenía mis ojos clavados en la figura del cortijo ahora mismo como velado por una fina bruma. Volví mi cabeza para observarla de cerca y no la vi. La llamé y no me respondió. Sí por el suelo, vi algunas bellotas gordas con un aspecto tan bueno que parecían caramelos. Con respeto, cogí un puñado de estas bellotas y me las guardé como recuerdo. 

 

 

 

 

492- LA PINTORA DEL RIO DARRO

The painter of the Darro river                                                                     

         

                      El encuentro, the meeting                           

                      El sueño, the dream

 

            EL ENCUENTRO, the meeting

            Era invierno, caía la tarde, hacía fresco, por la calle Carrera del Darro, los turistas iban y venían y arriba, a la derecha sobre la colina, la Alhambra en su quietud de piedra. Caminaba lento, solo, como perdido entre los que iban y venían y miraba despacio. Se asomó al muro  y vio la clara corriente del río donde unos patos silvestres buscaban alimento. Le gustó la escena y pensó que también era bello y además curioso, que en este invierno, aquí en el río que atraviesa la ciudad de Granada, de vez en cuando aparecieran patos silvestres. Iba como en su sueño y, también como tantas otras tardes, buscaba algo. Observaba las caras de las personas, el horizonte y soñaba.

 

            Miró al frente y sobre el muro del río a la altura de la Iglesia de Santa Ana a su derecha, vio el pequeño cuadro. Del tamaño de un folio, apoyado sobre una caja de madera y frente al primer puente del río, el conocido con el nombre de Cabrera. Bajo este puente se movían y de vez en cuando nadaban un par de ocas domésticas. Apoyada en el muro del río, en su mano izquierda sostenía una paleta llena de colores. En su mano derecha sujetaba un delgado pincel que, a intervalos, mojaba en algunos de los colores de la paleta y después lo extendía en el pequeño cuadro que pintaba.

            Antes de llegar, todavía como a unos diez metros, la vio. No la conocía de nada. Y de alguna manera se sorprendió porque era la primera vez que por aquí aparecía. Ya solo a unos metros, se quedó parado. A sus espaldas y sin llamar la atención ni pronunciar palabra. Miró durante unos segundos el cuadro que pintaba y luego se acercó. Directamente le dijo:

- Es muy bonito el cuadro que estás pintando.

Sorprendida, volvió su cabeza, lo observó durante unos segundos y luego le preguntó:

- ¿Te gusta?

- Me gusta mucho. ¿De dónde eres y para qué o quién pintas?

- Soy de Letonia y pinto para llevarme un recuerdo de esta ciudad. Estoy por aquí de paso, de turismo. Me marcho dentro de unos días.

- ¡Qué hermoso y a la vez qué pena!

 

            Sorprendida ella lo miró y no pronunció palabra. Sí él deseó seguir hablando, preguntarle cosas, compartir un rato, el momento y el escenario. Pero no lo hizo por miedo a importunarla. Era la primera vez que la veía y no la conocía de nada. La despidió y siguió  caminando por la calle que va al borde de las aguas. Soñó volverla a ver por aquí quizá al día siguiente, al otro o al otro. Sentía que iba a gustarle encontrarla de nuevo. Esto le animaba y al día siguiente al caer la tarde, cuando por el lugar se acercaba, miraba lleno de ilusión. No estaba pintando donde sí la tarde anterior. Tampoco la vio por aquí al día siguiente ni al otro ni durante una semana ni tres ni cuatro ni en los días que fueron corriendo. Ni siquiera sabía ahora ya si todavía seguía por Granada o se había marchado.

 

            Pero, quizás porque seguía recordando su cara y el color de las pinturas en el pequeño cuadro con la corriente del río en el centro, una noche tuvo un sueño. La vio junto a las aguas del río que corre a los pies de la Alhambra, por donde una tarde ya muy lejana, la encontró pintando su pequeño cuadro. Y escribió este sueño al día siguiente en su cuaderno narrándolo de la siguiente manera:

 

            EL SUEÑO, the dream

“Esta noche no he podido dormir bien porque  en estos días se celebran fiestas por aquí. Como todos los años, han montado un buen tinglado y lo que más jaleo mete es el conjunto musical. Se oye por todo el entorno. Pero esta noche, al fin me he quedado dormido y he tenido un sueño.

 

Me encuentro por donde el río pequeño justo a los pies de la Alhambra. Donde las orillas son praderas de hierba espesa y fina y donde las aguas se remansan en charcos dulces y cristalinos. Estoy conmigo y me gusto por el paisaje que me rodea cuando veo que por la calle avanza la hermana pintora de la vida, sueños y colores. Se viene a mi lado y se pone a pintar y a jugar con la hierba cerca de las aguas. Me pide que juegue con ella para hacer más hermoso el momento y le digo que no puedo.

- ¿Por qué no puedes?

Me pregunta.

- Es que el río corre color chocolate y por eso las aguas no son limpias.

La hermana pintora, la que es y siempre será mariposa espiritual que sólo regala dulzura y gozo al corazón por donde los silencios de la Alhambra, me pregunta:

- ¿Quién te ha dicho a ti que las aguas del río no son claras?

- Las he visto con mis propios ojos.

- Pues tus ojos no ven bien.

- ¿Por qué no ven bien mis ojos?

- Porque las aguas del río hoy son tan limpias como siempre.

- Que no son limpias porque yo las he visto hace poco y pasaban turbias como nunca.

- ¿Qué río ha sido el que has visto tú?

- Nuestro río de siempre. El que tú pintabas aquella tarde.

- Pues te repito que te has equivocado.

 

Y entonces me acerco a ella y la cojo de la mano.

- ¿Por qué me dices eso?

- Es que el río nuestro yo lo estoy viendo ahora mismo y lo encuentro tan limpio o más que aquel día.

- ¿Cómo puede ser?

- Mira para aquella curva.

Le hago caso y miro para la curva de los fresnos y las algas verdes y lo que veo me asombra. Las aguas del río corren tan limpias o más que nunca y hasta llevan nenúfares en sus olas y algas más grandes y verdes que otros días. Pero algo me inquieta. En los redondos charcos donde el río se remansa, hay patos y nadan las truchas, las aguas están muy tranquilas y sobre su superficie no son nenúfares los que nadan sino grandes rosas de nieve blanca. Por eso le pregunto a la hermana que me da compañía y sin que ella lo sepa, también me regala dulce placer. Como si me quisiera decir que ella es la dicha y no la vida que tengo ahora bajo el sol del Planeta Tierra.

- ¿No puede ser?

- ¿El qué no puede ser?

- Las aguas del río estaban turbias y ahora corren claras y con flores inmaculadas sobre sus olas. Pero no puede ser porque si las flores han nacido y llenan con su perfume el aire de estas riberas es porque la primavera ha llegado.  Pero sigo diciendo que no puede ser porque si ha llegado la primavera ¿Cómo estoy viendo la nieve dormida sobre las limpias aguas del río que hace poco he visto turbio?

 

La hermana me mira y me repite que tampoco es invierno y por eso no puede haber nieve.

- El río esta tarde sólo lleva aguas limpias y eso sí, en su ribera crece espesa la hierba verde, cantan ruiseñores y croan las ranas.

- ¿Y la nieve que estoy viendo?

- Serán los reflejos del sol que entran por entre las ramas del árbol que en mi cuadro pinté aquella tarde.

- El sol no es.

- Pues entonces será que en tu corazón ocurre algo raro.

Y caigo en la cuenta de que sí. En mi corazón hoy y desde aquella tarde, ocurre algo raro y por eso la veo a ella cuando no debiera verla porque hace mucho tiempo que tampoco está y ni siquiera están ya las riberas de este río ni algunas casas entre los majuelos ni las flores ni la hierba.

- Pero entonces ¿qué me pasa?

Ella me aprieta en su mano y al sentir el calor de sus finas carnes con la belleza y el aroma de aquellos momentos, hasta tengo ganas de llorar. Quiero llorar, necesito llorar y más necesito aún volar al cielo que en mi alma sueño.  Porque en mi corazón me digo que ella sí está aunque sé que se ha ido y para siempre. Y como en aquellos momentos, sigue siendo puerta hacia ese temblor de amor que, en forma de sueño, me tiene trascendido hacia un mundo que no es este mundo. Ella, la hermana de los colores y la luz y con sabor a primavera limpia, es lo único que ahora y en este sueño mío, me hace sentir la vida nueva, el gozo y descanso eterno. La  presencia de Dios,  el cielo que no se parece a la vida de la tierra ni por asomo.

 

 

            Las aguas del río que corre a los pies de la Alhambra y que son los escenarios donde jugaba la hermana con los colores y la luz, no corren color chocolate. Son cristalinas como el aire más puro y huelen a primavera. Pero ella, la hermana de los colores y ojos llenos de infinitos, hoy ya no está. Por eso quiero llorar y por eso en mi alma se refleja un mundo que no es el que necesito y sueño, sueño, sueño. Quiero irme con las aguas de este río para abrazarme al descanso y a la paz que tanto necesito”.

 

El majoleto por la iglesia Santa Ana

en el río Darro, Granada, España

Navidad 2014

 

The Majoleto by the Santa Ana

church on the Darro river, Granada, Spain

Christmas 2014

 

A los pies de la Alhambra, donde el río Darro se oculta bajo la ciudad, se encuentra la iglesia. Justo al final de Plaza Nueva y comienzo del histórico paseo de la Carrera del Darro. No es muy grande, sí bonita y señorial, como si pretendiera dar paso a la torre de la Vela en todo lo alto. Justo por su lado izquierdo según se comienza a recorrer la histórica calle que discurre paralela a la corriente, pasa el río. Cristalino y como si gritara en todo momento que llega desde las montañas que, de alguna manera, coronan a la Alhambra.

 

Pegado a este muro izquierdo de la iglesia, crece un majuelo. En la poca tierra, cerca de las aguas, curvado un poco para la corriente y por los días próximos a la Navidad, todos los años sus ramas se ven cuajadas de redondas bayas rojas. Con la llegada del otoño, a este pequeño arbolito, se le caen todas las hojas. Solo muestra ramas desnudas y éstas muy decoradas con los cientos de redondos y rojos frutos. Como si anunciara que la Navidad se encuentra a sólo unos días. Porque es precisamente en estos días de frío intenso, escarcha al amanecer por la umbría de la Alhambra y abundante nieve en las cumbres de Sierra Nevada, cuando este singular arbolillo muestra una belleza especial.

 

Se ve claramente, al darle el sol de la tarde. Silencioso ahí junto a las aguas claras, mostrando su abundante cosecha de pequeñas bayas rojas e iluminado por este especial sol de la tarde. Los turistas pasan, a veces casi en avalancha, por la bonita calle del Darro y aunque miran sin parar y hacen fotos a destajo, ninguno se fija en este árbol. Como si no perteneciera a estos rincones de Granada o como si no tuviera interés alguno. Pero el arbolito cuajado con sus racimos de bayas rojas, está ahí y grita al cielo algo tan bello, profundo y grande, que quizá supere a todo lo que los turistas por aquí vienen buscando.

 

La historia dice lo siguiente: “Vivía solo. En una humilde casa, a unos doscientos metros del río Darro y en la ladera del Albaicín. Por eso su vivienda quedaba por completo frente a la Alhambra, casi a la altura de la gran torre de Comares. Decían muchas personas que este rincón era el mejor y más bonito de Granada aunque su casa fuera humilde como pocas en todo el barrio. Estaba techada con monte, sus paredes eran de adobe de barro y solo tenía dos estancias. La que le servía como sala y cocina donde, en el rincón, se encontraba la chimenea y en la otra sala, solo con un ventanuco casi cuadrado, era donde tenía una pobre cama, con algunas ropas raídas.

 

Aquí vivía solo desde hacía bastantes años porque sus padres ya habían muerto. No tenía hermanos ni tampoco otra familia pero sí poseía un pequeño rebaño de ovejas que siempre careaba por las montañas próximas a Sierra Nevada. Por estas tierras pastaban sus ovejas durante el día y luego por las noches, encerraba a este rebaño en un corral de piedra que él mismo había hecho junto a unas rocas. Cerca de corral de piedra también había construido una reducida cabaña con una sola estancia. En el mismo collado, divisoria de dos grandes vertientes hacia dos ríos con sus valles. A levante, caía una muy amplia ladera poblada de árboles y vegetación y al final de esta lardera, corría el río grande. El más caudaloso, cristalino y misterioso río de Sierra Nevada y hacía el que el joven se sentía muy atraído. Porque al observarlos desde la plataforma del collado, en las mañanas de otoño o en los fríos días del invierno, con mucha frecuencia lo veía cubierto por las nieblas. Vellones de nubes muy blancas que formaban como pequeños mares arropando en su interior sentimientos hondísimos y bellos.

 

Desde el collado para el lado norte, también arrancaba una ancha y alargada ladera que, poco a poco se iba perdiendo hacia los contornos de la Alhambra y de Granada. Antes de estos contornos y la gran vega, la ladera, se encontraba con otro cristalino río. Éste de menor entidad que el de la ladera sur pero también muy hermoso por las amplias riberas tupidas de vegetación que por sus orillas se extendían. Era éste paisaje también muy querido por él, especialmente por dos cosas: porque al contemplarlo desde el collado, siempre sentía la necesidad de salir volando y, por entre nubes y rozando la copa de los árboles, descender en la dirección en que corren las aguas hacia la colina de la Alhambra y del barrio donde tenía su humilde casa. Y la otra razón por la que sentía un atractivo especial por este valle, era por la luz y colores que en primavera y otoño siempre refulgían por aquí. Luces muy brillantes, tamizadas al amanecer y por las tardes y colores vivos, oro puro o roja sangre en los meses de otoño. De aquí que él, más de una vez se dijera “Sí yo en mi vida tuviera a alguien que quisiera mucho, sin duda que lo que más me apetecería sería compartir con esta persona, las maravillosas luces de este valle y los colores que de él brotan”

 

Y era precisamente en estos meses de otoño, antes de que los fríos llegaran o las nieves aparecieran, cuando él bajaba con más frecuencia desde el collado de las montañas a su casa en el Albaicín. Cuando, a lo largo del día iba detrás de su rebaño de ovejas, de un lado y otro, recogía ramas secas y trozos de palos. Los juntaba todo en algún lugar y luego recogía esta leña. Hacía pequeños haces que amarraba con cuerdas de esparto y, cuando ya por las tardes encerraba a su rebaño en el corral, cargaba con estas ramas secas. En silencio siempre y mientras la noche iba llegando y luego ya a la luz de la luna, caminaba sin parar. Llegaba a Granada unas horas después y sin detenerse con nadie, recorría los últimos metros hacia el barrio, avanzaba por las calles y en su humilde casa, dejaba la carga que traía de las montañas. Ya muy cansado y antes de irse a dormir un poco, con frecuencia se decía: “Si yo tuviera algún compañero o amigo que me ayudara un poco en estas faenas, me sentiría dichoso. Podría compartir con él las pocas ganancias que tengo pero, sobre todo, serían mucho más  llevaderas las tareas que cada día realizo”.

 

En estos días de otoño y según se iban acercando las fiestas de la Navidad, en su casa en el barrio del Albaicín, siempre se levantaba muy temprano. Y lo primero que hacía era preparar la leña que por la noche había traído de las montañas. Bastantes vecinos del barrio que ya lo conocían y sabían de esta actividad suya, también madrugaban. Se encajaban en la puerta de su humilde casa, lo saludaban y al poco cargaban con algún haz de leña,  dejando al joven algunos céntimos por esta mercancía. Él se lo agradecía y cuando alguna mujer mayor le comentaba:

- Si mañana encuentras setas por las montañas que recorres, me traes unas pocas que yo te las pagaré.

- Lo tendré en cuenta.

Y otras veces también le decían:

- Y si a mí me traes algunos kilos de buenas bellotas, castañas o madroños, también te los compraré. Con estos días de lluvia de otoño y los fríos que pronto llegarán, tu leña y los frutos silvestres que nos traigas, nos aliviarán un poco.

 

También en estos días de otoño y según se iba acercando el fin de año, los vecinos le preguntaban:

- ¿Y tus ovejas este año están criando buenos corderos?

- Mis ovejas todos los años crían los mejores corderos de todos estos lugares. ¿Por qué me preguntas esto?

- Es que para estos días que se acercan, como otros años, alguno de nosotros queremos comprarte estos corderos tan buenos que crías. No todos podemos comer carne de cordero pero, como otras veces, los corderos que tú nos traigas nos lo repartiremos. Y sí, como haces todos los años, a lo más pobres de este barrio tú regalas algunos de tus corderos, creemos que será estupendo para ellos y bueno para ti. Así que cuida bien a tus corderos para que a ninguno nos falte una chuletilla de ellos en estos días.

- Eso es lo que hago y, desde ahora, sí que voy a tener en cuenta lo que me estáis diciendo.

 

Él se sentía algo satisfecho con estas tareas, palabras y las cuatro monedas que sacaba y prestaba mucha atención lo que siempre una mujer mayor le comentaba:

- Algún día de estos, cuando por las mañanas vuelvas a las montañas, encontrarás que te han robado las ovejas que allí tienes.

- Más de una vez he pensado yo esto pero ¿qué puedo hacer para que las cosas no ocurran así?

-Tienes que buscarte a un buen amigo compañero para que te ayude en estas faenas. Dejar tantos días a tu rebaño de ovejas solo allá en la montaña, no es buena idea. Un día te las robaran y nadie por aquí queremos que suceda esto.

Y el joven se tomaba muy en serio lo que esta mujer le comentaba. Pero en el fondo, él también confiaba en su amigo el perro mastín que a todas horas acompañaba al rebaño de ovejas.

 

Cuando bajaba de las montañas al barrio del Albaicín y cuando desde aquí y por las mañanas subí al collado del corral de piedra, siempre pasaba por una curva de río muy especial para él. Estaba esta curva del río, en la ladera norte que caía desde el collado y como por aquí en la montaña eran abundantes las rocas, las aguas de esta cuerva del río habían horadado un gran tajo. Unas cascadas muy pronunciadas que arrancaban en la misma curva del río y se alargaban hacia las partes altas. Pero abajo, por donde la corriente se deslizaba a los pies de estas cárcavas, el cauce tenía varios charcos grandes de aguas azules verdes muy claras. En la orilla de estos charcos, se habían formado pequeñas playas de arena muy fina por donde crecía un fino tapiz de hierba.

 

La senda que él recorría tanto para ir como para volver, pasaba precisamente por esta gran curva del río. Casi rozando los charcos en algunos momentos y atravesando las pequeñas playas de arena, en otros tramos. Por eso, este extraño, muy bello y a la vez algo oscuro rincón, a él le resultaba como misterioso. No sabía por qué, pero siempre que por aquí pasaba, en su corazón ocurría lo que en ningún otro lugar de las montañas que continuamente recorría.

 

Y una mañana, cuando ya el sol estaba un poco elevado sobre las cumbres de Sierra Nevada, siguiendo la senda, pasaba él por aquí. De regreso desde el Albaicín hacia el collado donde tenía el corral con sus ovejas. Y un poco antes de llegar a esta curva del río, sintió la voz de una persona como entonando una desconocida para él, canción. Una melodía no muy clara pero que era tarareada por una voz aguda y dulce y con timbre de persona joven. Se paró un momento, escuchó con atención y pasado unos segundos se preguntó: “¿Quién puede estar en este lugar del río cantando esta canción tan especial?”

 

Y se acordó en ese momento de la princesa que en una de las torres de la alhambra, desde su casa en el Albaicín, en varias ocasiones le había parecido ver. Al caer las tardes y cuando regresaba desde las montañas con su haz de leña u otras cosas, siempre que pasaba por la calle del río Darro, miraba para la colina donde se asentaba la Alhambra. En estos momentos y alguna vez, en su mente imaginaba una princesa asomada a la ventana de algunas de las torres que sobre la colina se alzaban. Y cuando un poco después ya estaba en su casa, antes de acostarse o cuando la luna derramaba su luz sobre estos palacios, al mirar para las torres de este monumento, también imaginaba a una princesa desde aquí contemplando los cielos estrellados. Se decía: “Por mi condición de pastor de un pequeño rebaño de ovejas, sé que nunca podré ni siquiera ver a una de las princesas que en esos palacios viven. Pero los sueños de mi corazón son libres y por eso nadie puede prohibirme que imagine lo que quiera. Y aunque también puedo entender que nunca me encontraré yo frente a frente con algunas de estas princesas, nadie puede prohibirme tampoco que sueñe esto”

 

Y mientras en la humilde cama de su casa en el Albaicín, cogía el sueño, durante rato  repasaba las cosas con su rebaño de ovejas, sus pasos por las sendas que cada día recorría y estos casi irrealizables sueños con una princesa en las torres de la Alhambra. Momentos en los que también se decía: “Y si un día, por las circunstancias que fuera o porque el cielo me lo permitiera por encima de todo, me encontrara cara a cara con esta princesa que imagino, mi dicha sería memorable. Desde luego que no le haría ningún daño y esto sería lo primero que compartiría con ella. Luego la invitaría a que recorriera conmigo estos lugares de las montañas y, si ella no mostrara interés en las cosas interesante que tanto abundan por aquí, le preguntaría:

-¿Es que no te gustan los ríos con sus cascadas y charcos remansados?

Y si me respondiera:

- No mucho porque yo soy pequeña y mi mundo nunca ha estado entre montañas, ríos o bosque. El mundo de las princesas de la Alhambra, es otra realidad en nada parecido a la realidad del mundo de los pastores en las montañas.

- Pero si tú quieres, sin sentirte obligada sino en total libertad, yo poco a poco puedo hablarte y enseñarte las cosas que por estos lugares descubramos. Y aunque soy un pastor sin cultura ninguna, conozco muchas cosas que a lo mejor a ti podrían gustarte.

 

Y en estos momentos le parecía oír que la princesa comentaba:

- Es que una princesa de la Alhambra nunca debe ser amiga de los pastores de las montañas. ¿Cuándo se ha visto y dónde está escrito que un inculto pastor dé lecciones de cosas elevadas a jóvenes princesas como yo?

Y al oír esto el joven pastor decía:

- Pero sueño contigo y eso creo que nunca será malo.

- Pues ya sabes cómo pienso.

 

Quizás por esto, ahora esta mañana, al acercarse a la curva del río y oír una extraña canción al parecer cantada por una joven, vino a su mente la princesa que tantas veces había imaginado. Miró muy interesado antes de llegar a la curva y, por entre unas matas de aulagas y cornicabras, allá en el fondo y cerca de las aguas del río, la vio. Una joven se había sentado en el tronco de un árbol y con sus pies colgando por encima de la corriente, parecía jugar al tiempo que cantaba y expresaba no se sabía qué. Durante unos minutos, se estuvo quieto mirando, haciéndose a la idea de lo que estaba viendo. Pensó rápido buscando qué hacer y, pasado un tiempo, se dijo: “Seguiré este camino y me acercaré a ella. La saludaré y luego le preguntaré quién es y qué hace por aquí. Es la primera vez que me ocurre esto”.

 

Se movió lentamente, rodeó un pequeño bosque y cárcavas y avanzó por la pequeña bajada de la senda hacia el río. Intentaba no perder de vista a la joven en la curva del cauce y, cuando sólo unos metros más adelante ya estaba en este lugar, no la vio. Nadie había en esta curva del río ni nadie cantaba por aquí. Sí se veía el grueso tronco de un árbol que, en situación horizontal, cruzada de un lado a otro de las aguas como en forma de puente. Junto a este tronco tumbado estuvo pensando un buen rato y luego siguió remontando hacia el collado por donde el corral de sus ovejas.

 

Al caer la tarde, de nuevo volvió al barrio del Albaicín con un haz de leña a cuestas para repartir entre sus conocidos. También su mente estaba en todo momento ocupada con dos inquietudes importantes: sus ovejas y corderos y el peligro real de que un día se los robaran y la imagen de la joven en la curva del río. De aquí que a lo largo de la noche no durmiera relajado y si mirara en varios momentos por la ventana de su casa hacia la Alhambra. Pensó en la joven del río y en la enigmática princesa que una vez y otra imaginaba en las torres de estos palacios.

 

Se levantó muy temprano. Antes de que amaneciera. Comprobó que el día se presentaba muy frío y por completo nublado. Su ánimo no estaba lleno de entusiasmo ni tampoco en su cuerpo existían las fuerzas de otros días. Desde hacía un tiempo, en su interior se había instalado el cansancio y la preocupación de lo que un día y otro estaba viviendo. Como si en el fondo no encontrara ningún sentido en nada de lo que en cada momento vivía. Y tanto le afectaba esta sensación de vacío que en algún momento perdía hasta las ganas de hablar con las personas y recorrer los caminos que conocía.

 

Se dijo, mientras lentamente iba preparándose para salir de su casa y dirigirse al lugar de las montañas donde tenía su rebaño: “Esta forma de vida mía, cada día me gusta menos. Solo voy gastando el tiempo según éste llega y pasa y ninguna meta alcanzo ni un objetivo claro y hermoso tengo al que llegar. Cada día veo más claro que al final, me pasará como a tantos y entre ellos, los míos. La muerte me alcanzará cuando menos lo espere y me llevará de este mundo para quedar borrado de la historia como lo más insignificante. ¿De qué me habrá servido, cuando ya la muerte me haya llevado, este ir y venir cada día por estos lugares y sendas y tener mis ovejas por las montañas? ¿Quién se acordará de mí y qué habré yo dejado a alguien que luego tenga algún valor y de alguna manera en el tiempo me perpetúe? Esta vida mía cada vez tiene menos sentido y de aquí que ojalá cualquier día de esto la muerte venga y me lleve”.

 

Llovía menudamente en las montañas cuando salía de su casa. Se cubrió un poco con un trozo de piel de oveja y se envolvió algo más en la vieja ropa que le tapaba para quitarse el frío. Bajó por la calle dirección al río y, la Alhambra con su robusta figura al frente, empezó a saludarle. Con la primera luz del día que iba  llegando y como envuelta en una nubecilla de niebla y las menudas gotas que caían, se veían estos palacios llenos de grandes misterios y extraños mundos.

 

Antes de llegar al río a la altura del que hoy es conocido como Puente del Aljibillo, al volver una esquina, miró para la pequeña plaza que se le quedaba a la derecha.  Vino a su mente la imagen de la joven que en este lugar veía con frecuencia. De cuerpo recio, cara algo redonda, piel fina, pelo negro, lacio y sucio y con sus ojos color claro, siempre que la veía, el corazón se le llenaba de amor.

 

Miró con interés y en estos momentos no la vio, avanzó unos metros y justo cuando cruzaba el puente, oyó los lamentos. Se paró, agudiza el oído al tiempo que se preguntaba: ¿Qué pasará por aquí y quién se queja?” Se acercó un poco más al río y ahora lo vio. No muy retirado de la corriente, sobre la hierba y un puñado de arena que se encontraba cerca de las aguas, su cuerpo se extendía. No lo pensó mucho. Bajó a prisa por una sendilla, se acercó al que pedía ayuda y ahora notó que era tan joven como él.

- ¿Qué te ha pasado para que te vea tan herido y te lamentes tanto?

El que pedía ayuda solo dijo:

- Me estoy muriendo. ¿Puedes ayudarme?

El joven de las ovejas animó al herido diciéndole:

- Te voy a ayudar y ya verás como no te mueres.

Se agachó junto a él, sujetó su cuerpo con fuerza, le ayudó a incorporarse y de nuevo comentó:

- Apóyate en mí y camina despacio.

- Haré lo que me pides y tú procura que no nos vean los que me han atacado.

- ¿Quiénes son?

- Te contaré luego porque ahora el dolor que tengo no me deja ni pronunciar palabra.

- Pues ánimo y no te preocupes.

 

Con el joven herido apoyado en su hombro y cuerpo, remontó la sendilla del río. Lentamente subieron la colina de la Alhambra y siguieron avanzando dirección a las montañas. En varias fuentes de aguas claras y frescas que el pastor conocía, se pararon. Bebieron, lavó las heridas al joven maltrecho, lo animaba con palabras amables y seguían avanzando hacia el lugar de la cabaña. Cuando llegaron al collado donde el pastor tenía su corral de ovejas y su refugio de piedra, acomodó al joven herido sobre la hierba y una gran roca y le dijo:

- Tú ahora, olvida todo, relájate, descansa y no tengas preocupación por nada. Te daré alimentos, vivirás en este refugio conmigo y curaré todas tus heridas. Cuando te sientas con fuerzas, me comentas y si quieres, hablamos de más cosas.

Nada dijo el joven herido.

 

Pero sí el pastor y, con la intención de animarlo un poco más, le explicó lo siguiente:

- Cuando te recuperes, y verás como será así, ya he pensado algo muy bueno e importante para los dos. Ahí, donde al gran río que baja ampuloso y limpio desde las cumbres de las nieves, se le une el arroyo que desciende desde las moreras, hay una llanura muy buena. Un trozo de tierra fértil, casi siempre tapizado por espesa capa de hierba porque las aguas, tanto del arroyo como del río, lo riega. Es un lugar precioso, lleno de silencios, aromas, luces y colores y muy desconocido por todo el mundo.

 

Por eso he pensado que, con tu ayuda y mi ilusión, en este trozo de tierra, podremos construir algo muy personal y hermoso. Para disfrute propio y, para que ese trozo de tierra nos dé frutos y cosechas también de sabores únicos. Junto los dos vamos a construir, ahí donde te estoy diciendo, un pequeño paraíso. Lo he imaginado y ya muchas veces, sobre todo al caer las tardes, me he sentado en el centro de este rodal tierra con la intención solo de recrearme en el rumor de las aguas, el hondo silencio y los delicados colores que ofrece la naturaleza. He disfrutado mucho este pequeño paraíso y más lo vamos a disfrutar en toda su plenitud, en cuanto tú repongas fuerzas y juntos realicemos lo que te estoy contando. Será algo maravilloso.

 

Reflexionaba el pastor compartiendo estos pensamientos con su amigo herido, empujado por las vivencias que en este lugar de ríos y arroyos, tenía en su corazón. En las misteriosas, dolorosas y dulces tardes de su soledad, este recogido rincón entre montañas, cascadas y bosques, era como el santuario de sus más profundos y puros sentimientos. En estas silenciosas tardes de primavera, verano, otoño o invierno, con frecuencia se venía a este sitio y aquí se quedaba horas y horas. Sentado frente a la corriente de las aguas, mirando para las cumbres de la nieve, observando los reflejos de los rayos del sol por entre las ramas de los árboles, gozando de los trinos de mirlos, ruiseñores, currucas y carboneros y dejando pasar el tiempo mientras se deleitaba en la caricia del vientecillo que por el lugar se movía.

 

No un día sino con mucha frecuencia, a su manera rezaba. Y sus reflexiones, oraciones sinceras al Dios que sentía creador del universo, amigo, hermano, padre y dueño de todo cuanto existe e incluso de los latidos que en su corazón resonaban, le hablaba del siguiente modo: “Dios, gracias por este nuevo día, momento, lugar y los paisajes que me rodean. Tú sabes bien que me gusta la lluvia, las florecillas que se traban en la hierba, los revoloteos de las aves, el rumor de las aguas de estos ríos, los colores de los bosques y montañas, las tardes y silencios con su perfume a incienso y soledades profundas. Tú sabes que aquí tengo la esencia de todo lo que soy, todo lo que sueño y todo lo que creo voy a encontrar en la eternidad que también espero que un día me regales.

 

Pero la eternidad, el cielo, la serenidad y consuelo de mi espíritu, lo encuentro cada día por estos lugares. Me satisface plenamente los paisajes llenos de niebla revoloteando laderas arriba hacia las cumbres. Me llena de  hondo gozo ver las profundidades de los barrancos oscureciéndose al caer las tardes y ver sobre esta oscuridades y lejanías, la lluvia caer lentamente. Sé que detrás de este inescrutable universo, estás Tú mirándome y ofreciéndome tú cariño. Gracias por permitirme conocer esto y gracias por desear que aquí me quede para siempre. Cada vez estoy más convencido que en ninguna otra parte de este mundo tierra que pueblan y modelan las personas, hay la belleza, serenidad, silencios, sensaciones placenteras, luces y colores que por aquí mis ojos y espíritu captan cada día.

 

Aleja de mí, Dios dueño de todo y bueno, las personas que han querido y quieren hacerme daño. Aléjalas de mí y no permitas que sus malos pensamientos, acciones, envidias y prepotencias,  perturben mi paz y me alejen de ti. Dame fuerzas y mantenme filme, para que en  ningún momento me tambalee y me aparte de lo que realmente mi corazón me pide. Quiero ser tu amigo, quiero agradecerte toda la belleza y armonía que me permite descubrir y gozar por estos lugares. Ellos no son como yo ni yo quiero ser como ellos. Gracias Dios mío por hacer que mi corazón conozca y sepa diferenciar estas cosas. Por eso quiero ser tu amigo y por eso quiero ser para siempre silencios y soledades por estos bosques ríos y montañas”

 

En estos momentos, el rebaño de ovejas del pastor pastaba por las partes altas de las cascadas del río. Se fue él hacia el rebaño, cuando llegó, buscó a la oveja mansa que conocía, las ordeñó y luego, en las aguas del río, pescó algunas truchas. Buscó por el campo frutos silvestres y algunas hierbas comestibles y luego, cuando regresó a su cabaña, sacrificó un pequeño cordero que guardaba en el corral. En su cabaña, hizo fuego, preparó la leche, la carne del cordero, las truchas de río, hierbas silvestres y frutos y compartió lo más exquisito con el joven herido. Le curó luego cuidadosamente todas las heridas con hierbas medecinales y lo recostó en la cama de monte. Le dijo:

- Ya verás como te recuperas pronto y después, si quieres, puedes quedarte conmigo en estas montañas. Seguro que aquí nadie vendrá a buscarte porque están lejos de la ciudad y no son muy conocidos estos lugares. Ahora, tengo que irme a cuidar mi rebaño y a buscar leña que luego llevaré a las personas que me la compran en el barrio del Albaicín. Tú no te muevas de aquí y si tienes hambre o sed, alimentos y agua te dejo suficiente. Mañana al mediodía volveré y te cuidaré en todo lo que necesites.

 

Agradeció el joven herido al pastor el buen trato que le daba y se acurrucó en la rústica manta de lana. Por los valles, laderas y barrancos, el pastor buscó leña y al caer la tarde volvió al barrio del Albaicín. Habló, con algunos de sus conocidos y les contó la historia del joven herido y una mujer mayor, le dijo:

- Tu comportamiento es muy digno y desde ahora mismo pido al cielo que ese joven se recupere y que ni tú ni él, tengáis problema ninguno.

- Problemas ¿por qué?

- Los que han hecho daño al joven que dices, seguro que lo seguirán buscando. Como sepan dónde está y descubran que lo cuidas tú, pueden hacerle daño otra vez y hasta con más virulencia y también tú quizás tengas problemas.

- Pero y ¿eso por qué?

- Yo no lo sé pero ojalá me equivoqué y el cielo bendiga tu buena acción.

 

En su casa del Albaicín, el joven pastor, meditó lo que la mujer mayor le había dicho. Por eso, antes de que amaneciera, se levantó, salió de su casa, recorrió la senda dirección a su cabaña y a los montes sin poder dejar de pensar tanto en su rebaño como en su amigo herido. Se alzaba ya el sol un poco sobre las altas cumbres cuando se acercó a la corriente de río y se disponía para cruzar las aguas cuando, al mirar, quedó sorprendido. Sobre la superficie de algunos charcos y por la corriente, flotaban pequeñas pompas color sangre. Rojas como los pétalos de las amapolas y casi todas redondas y de tamaño de garbanzos. Se preguntó: “¿Qué será esto?”

 

Cruzó la corriente y al continuar cauce arriba hacia el collado de su cabaña, siguió viendo más y más pompas rojas que bajaban sobre las aguas del río. Y según remontaba también empezó a ver que las mismas aguas de río bajaban teñidas de sangre. Miró para los lados, escudriñó las laderas por donde con frecuencia pastaban su rebaño de ovejas y no la sintió ni las vio. También comenzó al decirse: “¡Qué raro! A esta hora del día, con el fresco de la mañana, es cuando más a mis ovejas le gusta pastar por aquí. Las veo casi siempre cuando por las mañanas regreso de la ciudad”. 

 

Remontó hasta la parte alta de las cascadas y desde aquí observó durante un rato. Ninguna señal veía de sus ovejas. Y al mirar para el collado por donde tenía su cabaña, lo que descubrió también le dejó inquieto. Desde donde ahora se encontraba, no muy bien pero siempre había visto la silueta de su cabaña y mejor aún, cuando de ésta brotaba algo de humo del fuego que a veces mantenía vivo dentro. Tuvo la tentación de llamar al joven herido que la tarde anterior había dejado en su cabaña pero no lo hizo. Con cierta inquietud, tomó por la senda que remontaba e iba derecha al collado de su cabaña.

 

No tardó en encajarse en lo más elevado del terreno y aquí se paró. De nuevo miraba por donde esperaba encontrar a su cabaña y seguía sin verla. Se acercó un poco más y ahora comprobó que por el collado no se veía la hermosa silueta que siempre mostraba el refugio donde se guarecía. Sí por el terreno, esparcidos, vio restos de palos, piedras ennegrecidas por el calor de las llamas y humo y todo el entorno por completo achicharrado. Se le congeló el corazón y en su mente quedaron helados los pensamientos. Tragó saliva, miró muy concentrado, se movió por aquí y por allá y pasado un buen rato, dios voces llamando al joven herido. Nadie le respondió ni por ningún sitio se veía rastro alguno.

 

Sin ganas y sintiéndose muy desconsolado, recorrió de acá para allá el terreno del collado, descendió algo por la ladera buscando al amigo y a sus ovejas y luego se sentó en una roca frente a río y no lejos de las aguas. Ya cansado de buscar y llamar sin percibir ninguna señal ni del joven herido ni de su rebaño de ovejas. Sobre las cumbres de Sierra Nevada, el sol se derramaba llenando de luz todos los paisajes. Se oía el murmullo de la corriente de río y, a intervalos, los trinos de algún ave. Seguía cayendo el sol y él ni lo notaba. Avanzó el astro rey para el lado de la tarde y poco a poco se fue desplomando hacia el horizonte de la noche.

 

Frente río y a esta puesta de sol, seguía sentado sin apenas ser consciente de lo que ocurría ni de la oscuridad que poco a poco fue cubriendo todo el territorio. Se llenó el cielo de estrellas y al poco, apareció la luna. Aves nocturnas desgranaban sus reclamos y chillidos y algún zorro, se oía llamando a sus iguales.

 

De nada de esto era consciente. Frente al río, con su pensamiento perdido y sin mirar a ningún sitio concreto, permaneció inmóvil. Avanzó la noche, comenzó a llegar luz del alba, salió el sol y de nuevo llenó de luz todos los paisajes. Ninguna señal ni de su amigo ni de sus ovejas aparecía ni se oía por ningún lugar. Desde el río, ya casi al mediodía, caminó corriente arriba ahora buscando señales. Nada encontró. No vio rastros de sus ovejas ni tampoco presencia alguna del joven herido. Se lamentó haberlo dejado solo la tarde anterior y también porque ahora no encontraba la manera de saber qué había pasado.

 

Avanzó el día, cayó el sol hacia el lado de la tarde, se ocultó por el horizonte lejano y de nuevo la noche cubrió con su manto todo el territorio. Y en esta ocasión, se refugió en una pequeña covacha no lejos del río y en cuanto amaneció, buscó la senda. Cruzó las aguas del río y comenzó a descender por la ladera dirección a la ciudad de Granada. Trayendo consigo solo la humilde ropa que le cubría y una gran desolación en su alma.

 

Un poco antes del mediodía, se acercaba a los territorios de la Alhambra. Al verlo un hombre que lo conocía le preguntó:

- ¿Y la leña que siempre traes de los montes dónde la has dejado hoy?

No contestó a esta pregunta pero sí aprovechó para a su vez preguntar a este hombre:

- ¿Qué es lo que pasa hoy en los palacios de la Alhambra?

- ¿Por qué me lo preguntas?

- Me he encontrado con algunos soldados montados en caballos y por ahí vienen más.

- Es que están vigilando tanto los caminos como estos palacios y los territorios cercanos.

- ¿Y esto porque?

- ¿No lo sabes?

- ¿Qué es lo que debo saber?

- Desde ayer, en todos estos palacios de la Alhambra, se celebra un gran acontecimiento.

 

Miró el pastor para los palacios que estaban comentando y sintió como un extraño escalofrío. De nuevo preguntó al hombre:

- ¿Y qué acontecimiento es éste que me dices?

- Nadie por aquí lo sabemos. Pensamos que puede ser la boda de una princesa, la visita de algún rey extranjero o príncipe o cualquiera sabe. Los reyes de estos palacios, celebran sus cosas y los que por aquí vivimos, por casualidad alguna vez nos enteramos.

Siguió mirando el pastor para las torres de los palacios y por su mente, como un relámpago fugar, pasó la imagen de la persona de sus sueños, nada dijo.

 

Despidió al hombre, siguió avanzando y al poco, se acercó al río Darro. Miró al cruzar el puente y sobre las aguas vio lo que no esperaba: flotando y como en pequeños  rebaños, corriente abajo se iban puñados de pompas color sangre. Lo mismo que había visto hacía unas horas en el río de las montañas. Dejó la senda por la que avanzaba, se acercó a las aguas del río, caminó por la orilla de la corriente siguiendo el recorrido que hacían las pompas rojas y al poco, a la altura por donde hoy se alza la iglesia de Santa Ana, se encontró con algo que le intrigó.

 

Las redondas pompas rojas que en hilera navegaban flotando en la superficie de la corriente, al llegar a una diminuta playa de arena, se detenían. Y como siguiendo una orden, se iban quedando trabadas entre las briznas de la hierba. En algo así como un hoyo en forma de embudo, se perdían, absorbidas por el suelo. Miró despacio durante un rato y pensó buscando una respuesta. Miró para la Alhambra, para las lejanas montañas y luego para el barrio del Albaicín.

 

Se apartó del río, recorrió las calles y al poco estuvo en su humilde casa en este barrio. Algunos lo saludaron a verlo pero con nadie se entretuvo. Apenas tenía ganas ni de hablar ni relacionarse con personas. Por eso en cuanto se puso el sol, se acostó y aquella noche tuve un sueño: vio las aguas del río Darro a su paso por donde hoy se alza la iglesia de Santa Ana. Y vio como los puñados de pequeñas pompas rojas que por la corriente llegaban navegando, en un punto concreto se paraban y eran absorbidas por la tierra. De este lugar, como un pequeño hoyo en forma de embudo, brotó un arbolito y en poco tiempo creció hasta la altura de casi tres metros. Se llenaron sus ramas de miles de florecillas blancas y al poco, todas estas florecilla se transformaron en frutos redondos y rojos no más grandes que un garbanzo. Al llegar el otoño, a este arbolito que ya conocía y sabía que era un majuelo, se le cayeron las hojas. Sus ramas se quedaron sin hojas pero los pequeños frutos rojos permanecían trabados en estas ramas. De estas ramas desnudas, colgaban hermosos y brillantes los frutos y cuando las lluvias cayeron, cada fruto destilaba y dejaba caer transparentes gotitas de lluvia que reflejaban finos y delicados colores parecidos a los del arco iris.

En su sueño vio pasar el tiempo. Un año detrás de otro y el majuelo del río no se secaba. Al contrario, cada primavera reverdecía con más fuerza, se llenaba de florecillas blancas y luego en otoño, de abundantes vayas rojas. Ninguna de las personas que por aquí pasaban, se fijaba en esto ni prestaban atención alguna. En cambio  él, no pasaba día sin que se acercara por aquí y durante rato, se fijara y meditara frente a este arbolito. En ocasiones le parecía encontrar en su mente una respuesta para este fenómeno pero siempre se decía que era mejor dejarlo todo en el cristalino río y designios de Dios y del universo.

 

En cuanto despertó al día siguiente, lo primero que hizo antes de abandonar la cama, fue reflexionar sobre el sueño que había tenido. Luego pensando en lo que en el sueño había visto, salió de su casa, recorrió las calles y se acercó al río. Miró y justo donde en el sueño había visto el majuelo, encontró un pequeño arbolito muy verde y fresco. Lo observó un momento, recorrió con su pensamiento los lugares de la montaña por donde su cabaña y rebaño de ovejas y luego volvió a su casa en el barrio. Al día siguiente regresó al lugar del río y en el mismo sitio encontró al arbolito. Visitó este rincón de río todos los días, meses y años y siempre veía como el majuelo crecía fuerte y verde. Al llegar la primavera siempre daba muchas flores blancas y luego en otoño, se llenaba de abundante frutos rojos  semejantes a las pompas color sangre que días atrás había visto bajar flotando sobre las aguas del río. Y esto le intrigó mucho.

 

Comenzó a sentir en su corazón un gran respeto por este majoleto y por eso, no paraba de visitarlo un día y otro a lo largo de meses y años. Temía que en algún momento alguien rompiera o acabara con bonito majuelo. Pero no sucedió esto. Corrieron los años, se hizo viejo, y un día murió. Algunas de las personas que en el barrio del Albaicín lo conocían, se organizaron, y llevaron su cuerpo a las montañas, justo al rodal de tierra que había soñado compartir con el amigo herido. Entre unos fresnos y no lejos de las cascadas, lo enterraron. En una piel de cordero curtida en forma de pergamino, escribieron el siguiente texto:

 

“Es mi mundo. Sin nombre ni forma y tan pequeño que cabe en mi mente pero al mismo tiempo es tan grande que ahí están todos los ríos, bosques, montañas, países y continentes. Y también todas las estrellas del firmamento y las galaxias conocidas y aún por conocer. Mi mundo pequeño es tan grande, tan inmenso e inabarcable que hasta contiene los sueños de la humanidad entera. No hay nada como el pequeño mundo que palpita en mi mente porque aquí está la eternidad plena con el tiempo, la luz, sonidos y silencios”.

 

Enrollaron este pergamino y en un pequeño cofre de madera de roble tallada, lo pusieron. Junto a su cuerpo, en la tumba sobre la tierra, colocaron este cofre y después echaron tierra. Pusieron algunas flores y una pequeña cruz también de madera de roble. Regresaron luego estas personas al barrio del Albaicín y aquel mismo día y en los siguientes, algunas personas comentaban:

- Se ha ido de este mundo y con él se ha llevado su secreto.

- Secreto que era como un dolor profundo, como una herida en el alma que sufría en silencio desde aquellos días de su amigo herido y desaparecido en las montañas.

- ¿Qué sería lo que allí ocurrió con este joven herido y el rebaño de ovejas?

- Y las pompas color sangre que sobre las aguas del río vio flotar ¿a qué se debía y por qué nunca a nadie reveló este secreto?

- Se ha ido de este mundo y con él se ha llevado su dolor, las heridas de su alma y sus misteriosos silencios.

- Y lo que tampoco sabemos es por qué ocultas razones este joven se comportó así.

- Sin duda que algo grande, elevado y de valor eterno, existía en su alma. Algo mucho más valioso que todo lo que contiene una vida entera en este mundo.

 

A partir de la muerte del joven, el majoleto de río Darro junto a la iglesia de Santa Ana, siguió creciendo hermoso. Llenándose cada primavera de multitud de florecilla blanca y luego en otoño, de diminutos frutos rojos. Siguieron pasando los años y por el barrio y la ciudad se perdió la memoria de este joven pastor, su rebaño de ovejas y del amigo herido que un día acogió en su cabaña. Por el río Darro siguiendo el camino que por aquí siempre hubo, las personas iban y venían. Nadie se fijaba en el bonito y original majuelo que ningún momento perdía vida. Cerca de las aguas, clavaba sus raíces, lugar casi en el centro de la ciudad de Granada, a los pies de la Alhambra y casi a la sombra de lo que es la torre de la iglesia de Santa Ana.

 

Ni siquiera hoy en día, los turistas se fijan en este arbolito a pesar de tantos como por aquí pasan ahora. Sí alguno se fijan en la bandada de truchas que viven y buscan alimento justo en el charco de río que hay cerca del majuelo. Los más inquietos comentan:

- ¡Qué curioso! Truchas en este pequeño río que atraviesa Granada. Realmente deben de estar limpias y frescas estas aguas porque de lo contrario, no vivirían aquí estos peces.

Y otras personas, solo algunas, también en los meses de otoño y por Navidad, rumorean:

- Y este majuelo tan cargado de frutos rojos cada año y por estas fechas ¿qué anuncia o qué misterio en sí encierra?

 

 

 

 499- EL ENGREIDO Y EL DEBIL

 

Para ganar lo mejor, a veces hay que perder lo que creemos es lo bueno en el presente. Lo bueno o lo malo, solo durará un tiempo. Al final, la muerte llega hasta para el que se cree con derecho sobre los demás. Solo el sueño de los corazones de las personas buenas, triunfará y permanecerá eterno.

 

Ya apenas es reconocible el buen trozo de tierra fértil junto al río Darro y frente a la Alhambra. Casi todo por aquí está abandonado, comidas las tierras por la vegetación del río, con muchas ruinas de casas y huertas, caminillos de tierra y algunas cuevas mal cuidadas a la altura de la Fuente del Avellano.

 

Pero en aquellos tiempos, cuando ocurrió la historia que da lugar a este relato, el buen trozo de tierra, era algo fantástico. Estaba muy bien cuidado, surcaban de un lado a otro, acequias con aguas claras y frescas y disfrutaban mucho estas tierras un numeroso grupo de hombres. Pertenecía la extensa y fértil huerta, a uno de los reyes de la Alhambra. Y como este rey, y en aquellos tiempos más, era poderoso y tenía autoridad sobre muchos territorios y personas, un día preguntó a su general de confianza:

- ¿De verdad ese hombre que el otro día me decías es tan eficaz?

- Trabajador lo es. La soberbia le sale por las orejas y por eso se enfada con frecuencia y domina a todos los que a su cargo tenga.

- ¿Nos creará problemas en algún momento?

- Él se someterá a usted como el más fiel y le sonreirá como el más noble. No dude de mi palabra porque lo conozco bien.

Y el rey dijo a su general de confianza:

- Pues habla con él y ponlo al frente de las tierras del río.

 

Aquel mismo día el general habló con el hombre “bocazas” que era el apodo con el que todo el mundo lo conocía. Sobrenombre que unos y otros le habían puesto por su extraña forma de hablar y proceder. Cuando se relacionaba con los que eran menos que él, siempre su trato era violento. Con un tono de voz muy potente y como exigiendo y humillando. Con nadie de estas personas inferiores, dialogaba con educación ni razonaba con argumentos sólidos. Y cuando algunas de estas personas de posición inferior a la suya, le contestaba o intentaba razonar algunas cosas, saltaba gritando con violencia:

- Pues esto se hace así porque lo mando yo.

 

Las personas humildes y en posiciones débiles, callaban y aguantaban estas actitudes de prepotencia. Entre sí, solo algunos comentaban:

- Tiene la aprobación del rey y de los generales porque es trabajador y siempre sigue al pie de la letra lo que los superiores le piden. Sabe conquistárselos y por eso le dan poder y lo apoyan.

- Pero este hombre, todo lo que consigue es a base de atemorizarnos a nosotros imponiéndose no con ideas nobles y lógicas.

- Nosotros, todos sabemos que estamos en debilidad. Nada podemos hacer para escapar de su poder.

 

Sólo unos días después de que el general concediese poder al hombre bocazas, éste bajó a las tierras de río. Reunió ahí mismo a todos los que tenían algún trocito de tierra por aquí. Los llamó a voces diciendo:

- Presentaros ante mí que tengo un mensaje importante que anunciaros.

Rápidos todos los hombres que por allí cultivaban algunas torrecillas, prestaron atención a las voces del que llegaba. Alrededor del bocazas se concentró el grupo de hombres mayores que cultivaban estas tierrecillas. Con miedo  todos porque ya conocían el carácter y modo de comportarse de este hombre.

 

Sin rodeos, les dijo:

- Ahora soy yo el que manda en todo esto. Me lo ha pedido el rey y yo he aceptado poniéndole como condición que me deje hacer y deshacer según mis antojos. El rey me ha dicho que sí y aquí me tenéis. Me presento ante vosotros no para dialogar sino para que os sometáis sin rechistar a todo lo que yo decida.

Sin pronunciar palabras, escucharon los hombres mayores y esperaron. El bocazas continuó declarando:

- Y lo primero que decido es que en este gran trozo de terreno, hay que hacer muchas reformas.

Y ahora sí, un hombre mayor, de estatura baja, cuerpo delgado y que todos conocían con el apodo de “El Romántico”, preguntó al bocazas:

- ¿Qué reformas hay que hacer aquí?

- Eso lo decido yo y no tengo ningún deber de contar con vuestras opiniones. Pero para que os quedéis tranquilos, los trozos de tierra que cultiváis cada uno, van a cambiar de tamaño. Son pequeños, las acequias están rotas, las paratas y vallas que separan cada trozo de tierra, están viejas y destrozadas. Las reformas que proyecto yo, servirá para renovar todo esto y así adaptarlos a los nuevos tiempos.

 

Durante largo rato, todos los congregados por el nuevo director, permanecieron en silencio, observándose unos a otros. El hombre delgado al que llamaban el romántico, muy humildemente se atrevió a preguntar:

- ¿Y cuánto tiempo durará  esta reforma que usted anuncia?

- Os lo voy a decir pero que sepáis que es un detalle mío para con vosotros. Ni siquiera obligación tengo de informar de nada y menos de dirigiros la palabra. Por eso, os quiero advertir de un par de cosas. Primero, a partir de ahora el tratamiento con el que debéis dirigiros a mí es el de ‘administrador’. Señor administrador. He sido nombrado para administrar, hacer y deshacer en estas tierras y entre vosotros según me apetezca y quiera. Algo así como si yo fuera el dueño total de estas tierras junto al río. Y la segunda cosa que puedo informaros porque sé que os pica la curiosidad es el tiempo que puede durar la reforma que os he dicho. Será sobre ocho meses pero eso importa muy poco. Lo verdaderamente interesante es que por fin se va a poner orden en este rincón y entre vosotros.

 

Otro de los hombres mayores presentes entre los que junto al ministro se habían reunido, preguntó:

- Señor ministro, usted sabe bien que todos los que tenemos un poquito de tierra por este lugar, somos personas mayores. Cultivamos estas tierras por la necesidad de obtener algunos productos para nuestras familias. Sí ahora tenemos que irnos de aquí por lo de la reformas que nos anuncia ¿A dónde iremos y qué comeremos mientras tanto? Y cuando la reformas estén hechas ¿Regresaremos cada uno al trozo de tierra que ahora tenemos?

- Mucho estáis preguntando vosotros. Ya os he dicho que aquí mando yo y las cosas se harán según me parezca. Después de la reformas, ya veremos cómo se organiza todo esto. Y no se hable más ni nadie me haga más preguntas. Poneros ahora mismo mano a la obra y retirad de vuestros trozos de tierra, las cuatro cosas que aquí tenéis. Las obras comenzarán dentro de tres días exactamente.

 

Uno a uno los hombres mayores reunidos junto al ministro, comenzaron a moverse. Preocupados casi todos y tristes por la incertidumbre de lo que sucedería  a partir de este momento. Al poco, todos los hombres mayores refugiados en este lugar de Granada y malviviendo con el cultivo de estas tierras, se les vio ir y venir cargados con sus cuatro cosas. En silencio pero rebelados en sus corazones por el trastorno tan grande que había puesto en marcha el ministro. Éste se decía, regocijado  y muy contento consigo mismo mientras contemplaba a los ancianos: “Al fin consigo el sueño de mi vida. Me realizaré llevando a cabo esta gran obra y demostraré al rey, al general y otros que me conocen, lo muy  capaz que soy para realizar estas cosas. A los viejos que pululan por estas tierras, ya me los tengo metidos en el bolsillo. Acobardados están todos como niños asustados y teniéndome. Realizaré en este lugar mi gran obra personal y esto me dará prestigio y más poder”. 

 

A los tres días empezaron las obras. Muchos hombres jóvenes contratados por el ministro, demolieron paredes, desviaron acequias, trazaron caminillos, abrieron zancas… los hombres mayores, ahora todos refugiados en cuevas por allí cerca, miraban tristes y de vez en cuando hablaban entre sí y se decía que el ministro los estaba estafando y humillando. En cuanto éste los vio aparecer por el lugar, muy enfadado y a voces, gritaba:

- No quiero veros por aquí, os lo tengo advertido.

Y asustados los hombres mayores, se alejaban de lugar a toda prisa.

 

Uno de estos hombres mayores, alto, de cuerpo delgado, con alma de poeta y que casi siempre estaba solo, no podía conformarse con lo que el ministro estaba llevando a cabo y mucho menos, de su forma de actuar. A escondidas y cuando sabía que el ministro no estaba, se acercaba a las tierras para observar lo que por el lugar se realizando. Y a descubrir lo que en sus tierras ocurría, el hombre se sentía mal. Lo comentaba con algunos de los conocidos y estos también se mostraban enfadados. Decían entre sí:

- Pero con este hombre, ahora de administrador de las obras en nuestras tierras, nada podemos hacer. Tiene el apoyo del Rey y a él se le ha subido su autoridad a la cabeza.

- Sin embargo ya estáis viendo que nos trata como si fuéramos sus prisioneros. No es justo lo que hace con nosotros.

 

Y un día, el hombre romántico vio que el ministro subía desde río hacia la colina de la Alhambra. Se dijo: “Es el momento para acercarme a mis tierras y ver más de cerca y con mis propios ojos lo que hace ahí”. Y sin pensarlo más, se dirigió al lugar. Saludó a los que trabajaban en la remodelación del terreno y a ninguno pregunto nada. Se movió de un lado para otro, observando y a cada paso que daba, el corazón se le llenaba de tristeza. Pensaba: “¡Si al menos cuando termine toda esta remodelación no dejara volver a cada uno al rincón que consideramos nuestro!”

 

Y miraba la acequia que siempre había traído agua a sus tierras, en estos momentos rota y con un nuevo trazado, cuando se presentó el ministro. Como si hubiera salido de la nada, apareció frente al hombre romántico. Se puso delante de él, lo miró salido de sí, muy enfadado y con el color de la cara cambiado, dando un desgarrador grito dijo:

- No quiero verte por aquí. Márchate rápido ahora mismo.

El hombre romántico, se quedó quieto, de pie en el mismo lugar en que estaba. Y al darse cuenta el ministro que no mostraba ningún temor a la amenaza que le planteaba, prepotente se enfureció más. Los músculos de su cara se tensaron, las venas se les marcaron, la cara se le tiñó por completo de rojo y los ojos parecían salirse de su órbita. Con las miradas clavadas en el débil y en actitud amenazante, permaneció un buen rato. Intentando demostrar su agresividad y su superioridad. Luego, de nuevo gritó con voz ronca y desgarrada:

- Márchate ahora mismo te he dicho y no vuelvas más por este lugar.

Y el débil, con voz suave y seguro de sí dijo:

- Ya me voy, tú tranquilo.

- Es que no quiero verte ni un minuto más.

 

Dio media vuelta el débil y lentamente se puso a caminar por la sendilla que discurría junto al cauce del río. Pensó en el futuro de su vida y en la situación tan despreciado en que se encontraba. En su corazón se susurró: “Ponerme a luchar con este hombre no me servirá de nada. Tiene el apoyo del general, en él que confía el rey de la Alhambra. Y este general, tiene el favor del mismo rey. Ni a este rey ni al general ni al ministro que ahora me complica la vida, los envidio yo ni de ningún modo encuentro en ellos nada que me atraiga. Se creen que con su poder van a modelar el mundo a su gusto y no es así. Yo sé que tanto uno como el otro y yo mismo, estamos por aquí de paso. Un tiempo más o menos largo y después moriremos. Nada podremos llevarnos con nosotros a la vida que hay al otro lado de la muerte excepto nuestros bellos sueños, los buenos acciones con los demás y el amor desinteresado hacia las personas, las cosas y la naturaleza. Por eso, aunque nada pueda hacer para escapar del poder de este ministro, me siento tranquilo y lleno de fuerza. Sé que tengo de mi lado al que posee poder sobre todos los humanos, naturaleza, seres vivos y universo entero. Confío plenamente en este gran rey y de alguna manera siento pena por estos que ahora me torturan y llenan mi corazón de angustia”.

 

Caminó sin parar durante mucho rato. Siguiendo caminos que él conocía bien y se alejaban de la Alhambra y de Granada. En algunos manantiales que también conocía, bebió agua fresca y buena y de árboles y arbustos silvestres, cogió fruta para comer. Remontó a una alta montaña que conocía muy bien y que la distinguía con el nombre de El Monte de las Encinas. Por entre el denso bosque de árboles, siguió avanzando por un caminillo de acebuches silvestres.

 

Llegó al final de este bosque y se encontró en el borde de la montaña. Donde el terreno empieza a perder inclinación y comienza a caer en un profundo acantilado. En la blanca roca que a su derecha encontró y que también conocía desde tiempos lejanos, se sentó. Miró al frente, dejó que el vientecillo acariciara su rostro y echó a volar su pensamiento. Clavado su recuerdo en el último día que la hermana pequeña estuvo jugando con él por aquí.

 

Mientras la tarde se iba, hablaron de muchas cosas, sueños y fantasías. Corría ella de aquí para acá y en uno de los momentos, su carrera se prolongó hasta el borde mismo del acantilado. Quiso parar pero en ese momento sus pequeños pies, resbalaron y su menudo cuerpo perdió el equilibrio. Gritó el hermano al ver el peligro y corrió para sujetarla. Gritó ella y abrió sus brazos como si pretendiera agarrarse al viento para no caer al vacío pero no sirvió de nada.

 

Su menudo cuerpo voló por el aire y se hundió en el amplio y profundo tajo. En lo hondo del todo, corría y corre el río y bandadas de grajas, abejarucos y aves de presa, habitaban y habitan en las rocas de este acantilado. Al sentir los gritos y ver a la pequeña caer por el vacío, todas estas aves alzaron vuelo asustadas. Y el hermano, ya asomado al borde del acantilado, gritaba aterrorizado llamando a la niña que por el vacío caía.

 

Los lamentos de ésta, se oyeron mientras se despeñaba y luego reverberaron de un de un lado para otro a lo largo y ancho del acantilado. Nada pudo hacer el hermano para salvarla pero sí alzó los brazos al cielo rezando: “Dios bueno, acógela en tu paraíso y dale ahí la vida que aquí ha perdido”. Después de esta oración mucho rato estuvo él asomado y sentado al borde de este acantilado. Meditando su dolor y la ausencia ahora de la princesa que más quería en este mundo. La llamó de nuevo y la lloró los días, meses y años siguientes y por eso ahora volvía una vez más a este lugar.

 

Camina unos pasos más y se acerca al borde del acantilado. Lo descubre profundo, misterioso, lleno de luz y manando de él una música no comparable a ninguna otra música aquí en el suelo. Quiere llamar a la hermana pero cae en la cuenta que no servirá de nada. Medita, recuerda, llora y se deja empapar por la gran soledad que se cierne sobre el amplio paisaje mientras también el viento roza y acaricia la piel de su cara. Alza los ojos al cielo y reza: “Dios, el único en el que siempre he confiado, ya está viendo mi situación. Me siento y considero el más pequeño y el más apreciado entre los conocidos. Y ahora, el que nos ha quitado las tierras, único y pequeño paraíso mío en este mundo, me acorrala y desprecia. No quiero enfrentarme a él porque pienso que ni es bueno ni su inteligencia es grande, se lo come la soberbia y con su prepotencia, machaca y humilla a los pequeños. Líbrame de las acciones y decisiones de este hombre y concédeme la pequeña dicha que sabes me hace feliz y necesito”.

 

Cae la tarde. El sol se oculta al fondo de la Vega de Granada y por horizonte el cielo se torna rojo. Sobre la colina de la Alhambra, muy a lo lejos pero perfectamente visible desde el balcón del profundo acantilado, las brumas revolotean. Es casi pleno verano y por eso las chicharras atosigan con sus cantos. El airecillo huele a espliego, a sabina y a enebro. La quietud es profunda y el silencio completo.

 

Se vuelve para atrás y, desde el balcón colgado al borde del acantilado, camina como de regreso. Pero no busca la sendilla por la que ha llegado. Por la derecha de ésta y campo a través, avanza y, por entre unas encinas, se para. Por un momento, se sienta en la gran roca de pizarra que cerca de dos gruesos almeces, encuentra. Mira y para sí piensa: “Dentro de un rato, se hará de noche. Aquí mismo voy a preparar mi sencilla cama de monte y pasto y, como en los años de mi juventud, dormiré junto a este río, acantilado y frente a las estrellas. Mi corazón lo necesita y ahora más que otras veces”.

 

Cae la noche. Sobre la rústica cama de monte y pasto, se echa y al poco, se queda dormido con el cric, cric de los grillos acompañando de fondo. Tiene un sueño donde ve a la hermana que, desde el acantilado camina y se acerca a él que se ve sentado en la misma roca cerca de la cual tiene su cama. Sin sorprenderse, la saluda con un dulce abrazo y enseguida le pregunta:

- ¿Adónde vas tú por aquí sí ya hace muchos años que no vives en este suelo?

Y la pequeña y hermosa hermana, como si estuviera en un presente sin fin donde la materia es otra cosa y lo mismo el aire, el frío y el calor, le dice:

- Es cierto que hace ya mucho, mucho tiempo que me fui de este suelo. Pero mi vida no se ha extinguido ni yo he dejado de ser lo que era. Me muevo y existo en un paraíso hermoso indescriptiblemente placentero donde ni existe el dolor ni hay hambre ni se nota el frío o el calor. Y por eso ahora mismo me presento a ti. Un ser muy hermoso, bueno y poderoso, me permite que venga a tu lado y te hable. Sabe él y yo también que tú ahora sufres mucho y te sientes despreciado y desamparado.

 

Guardó la hermana silencio y el hermano, al oír lo último que había confesado, se le conmovió el corazón. Sintió deseos de llorar y al mismo tiempo, su corazón le pedía abrazar con más fuerza a su querida hermana pequeña. Rodeó su cuerpo con sus brazos, besó su cara y mientras se iba quedando como dormido en el tierno rostro de la pequeña, le susurró al oído:

- Como tú de dulce, buena y tierna, nada encontré nunca en esta tierra. No te he olvidado en ningún momento y, desde que te fuiste, cada día rezo por ti al cielo. Necesito verte, tocar tu cara, sentir tu aliento, ver la belleza de tu rostro y recrearme en tu sonrisa. Fuiste y eres mi amor más puro, y el consuelo más dulce de mi corazón. Gracias por haber venido y dejarme que te abrace. Y ahora dime ¿Qué mensaje me traes?

 

Y la niña, como si desde siempre hubiera estado en este rincón y junto al hermano, muy segura de sí, habló de esta manera:

- Yo sé que tú, desde que tuviste capacidad de hablar y conocer las cosas, has creído y crees en Dios. Nunca lo apartaste de tu vida porque en ningún momento dejaste de creer en él sin dudar en nada. Por eso hoy y una vez más, te abrazas a él y en su amor por ti, crees sinceramente. Pues este es el mensaje que ahora te traigo. Como estás sufriendo y te sientes acorralado por las cosas que ocurren en el rinconcillo del río que corre a los pies de la Alhambra, tu corazón está turbado y tienes mucho miedo de ese hombre que ahora ahí manda. No te aparte de Dios, acércate a él cada vez más y no dejes que el miedo se instale en tu corazón. Reza y pon en sus manos tus inquietudes y espera. Dios te quiere de una forma especial y por eso te llena de gozo de la manera más dulce. Humillará a tus enemigos y te glorificará muy honorablemente. Dios te quiere y está de tu lado.

 

Al terminar de pronunciar estas palabras, la pequeña abrazó muy tiernamente el rostro del hermano. Puso en sus mejillas dos dulces besos y luego durmió su cabecita sobre el hombro y pecho del hermano. Dejó que pasara un buen rato y de nuevo habló diciendo:

- Ahora me voy. Gracias por venir y por mantenerme en tu corazón. Un día, no muy lejano, nos encontraremos en ese lugar y paraíso que tú siempre has soñado. Mantente fuerte en tus creencias y no olvides nunca que tu presencia en este suelo, es pasajera. Todo se quedará aquí el día que te vengas al reino donde yo ahora vivo.

 

Se despertó el hermano en la rústica cama de monte y pasto. Durante unos segundos se mantuvo inmóvil y saboreando el sueño que acababa de tener. A su alrededor y mundo de toda la naturaleza que a un lado y otro se extendía, resonaban algunos trinos de pajarillos, el canto de la chicharra y el rumor de las aguas del río y las cascadas. Se incorporó, recogió  algunas cosas que consigo llevaba y sin perder más tiempo, se puso a recorrer las sendillas. Primero la que subía por la hondonada del  arroyuelo y llegó enseguida al primer manantial. Bebió  aquí y luego lavó sus manos y cara. Siguió  remontando y al poco llegó a otro de los manantiales que conocía desde hacía mucho tiempo. Un nuevo trago bebió en este venero y siguió subiendo las sendas.

 

Se dijo: “Pero a pesar del tiempo, aquí siguen los manantiales y regalando sus aguas frescas y claras. Como si nada de lo que ocurre en el resto del mundo, les importara. Los conozco todos porque en cada uno de ellos bebí mil veces en aquellos tiempos. Aunque no parezcan importantes, los paisajes en estas montañas, son mi cielo. Mucho más grande y valioso que todo lo que aquel hombre llamado ministro, tenga en sus proyectos y dominios. Lo que él tiene, en apariencia poder y grandes tesoros, es fruto de la imposición y opresión contra las personas. Lo que mi corazón tiene aquí en estos lugares, es puro amor de Dios. Fruto de libertades sin horizontes, sueños maravillosos, luces y sonidos de claridades únicas. Las formas y música de estos manantiales, relajan y llenan de gozo el alma y corazón y elevan al cielo que todos los humanos soñamos”.

 

Y después de estas reflexiones, bebió algunos tragos más de los manantiales que a su paso iba encontrando. Unas horas después, bajaba por las laderas dirección a la Alhambra, barrio del Albaicín y río Darro. Al mediodía, llegó al lugar donde se realizaba la remodelación que dirigía el ministro. Sintió  en su corazón el deseo de entrar por las sendillas de estas tierras para ver lo que en ellas ya se había realizado. No lo hizo por temor a encontrarse con el ministro. Si remontó unos metros por la ladera de la izquierda y bajo un almendro, buscó una piedra y en ella se sentó. Frente a las obras y frente al terreno por donde se realizaba la remodelación. Pensó, soñó y adivinó muchas cosas y por eso su corazón se fue llenando de miedo. Oró  al cielo a su manera y poniendo toda la confianza en el Dios de su alma, susurró:

 

“De ti tengo, Dios de mi alma, muchos y grandes hechos en mi vida. Me has justificado una y otra vez antes los que me han criticado y he comprobado, también una y otra vez, que me proteges y salvas de los que me dañaron. Sabes mejor que nadie que en estos momentos me siento despreciado y humillado por los que se consideran más grandes y mejores que yo. Por eso me refugio en ti y pongo mi vida y suerte en tus manos. Sé  que no me dejara desamparados antes los que me atacan, como ya lo has hecho otras veces. Ya he aprendido que solo es cuestión de tiempo. Debo mantenerme en silencio, lo más oculto e invisible que pueda y esperar. Confío que, como otras muchas veces, los que me dañan y están contra mí, sean descubiertos. Porque ellos están llenos de soberbia, odio y maldad y humillan y machacan a los pequeños. Tú me salvarás una vez más porque sé que me quieres. De tu amor para conmigo, tengo de ti muchas y hermosas pruebas incrustadas en mi corazón”

 

Rezaba el está oración rodeado del silencio del paisaje mientras miraba para el lugar de las tierras donde se hacía la remodelación. Y el corazón le dio un respingo cuando, por una de las sendillas que surcaba la ladera, lo vio remontar. Avanzaba como titubeantes, jadeando mucho y tan nervioso que parecía salido de sí. Desde su asiento, el humilde lo mira muy seguro. De ningún modo siente miedo del que se le acerca ni tampoco pierde la paz y compostura. Espera tranquilo tal como está y ve que cuando ya se encuentra a sólo unos metros de él, el ministro se para, lo mira fijo, muy nervioso y amenazante y sin más rodeos le dice:

- Como te vea acercarte las plantas que ahora en estas tierras crecen, te cuelgo de la rama del árbol más alto. So mamón, que eres un cobarde. En cuanto te descuides, te voy a dar un puñetazo que te arrancaré todas las muelas que tienes en la boca.

Más que sorprendido y sin aliento se quedó el hombre. Quiso preguntar al que le amenazaba, a qué venía lo que le estaba diciendo pero se mantuvo en silencio. Enseguida intuyo que la mejor actitud que podía tomar ante esta realidad, era estarse quieto y guardar silencio. De ningún modo podía enfrentarse al que le atacaba y la única manera de ganar algo, era dejarse machacar y humillarse.

 

Alzó sus miradas al cielo y, colgadas en el azul océano del infinito, descubrió varias nubes blancas. Rezó de nuevo confiando en que de alguna manera su Dios le ayudaría y luego lloró. Sintió que nada podía hacer para escapar de esta situación. Muy humillado y notándose por completo denigrado, abandonó el lugar donde estaba sentado. Bajó por las veredillas y se fue al lugar donde vivía en el barrio del Albaicín.

 

Antes de que la noche cayera saludó y charló con alguno de sus amigos. Después de darle muchas vueltas, idearon un plan para llevarlo a cabo al día siguiente. Se fueron luego a sus camas unos y otros y cuando la noche llegaba a su centro y sobre la colina, torres, palacios y murallas de la Alhambra la luna brillaba, se oyó un tremendo ruido. Algo ancho, profundo y largo que sacudió a todas las casas del barrio, las laderas del valle de río Darro, colina de la Alhambra y cumbres de Sierra Nevada. Todo, como si desde el corazón mismo del universo alguien o algo estuvieras zarandeando el planeta tierra.

 

Asustados, muchos paralizados y otros llenos de miedo y aterrorizados, los habitantes del barrio del Albaicín, en la Alhambra y Granada, salieron de sus casas. Pidiendo ayuda algunos, intentando saber lo que ocurría, otros y corriendo por las calles, muchos. Ante sus ojos, las casas se caían, algunos árboles crujían y por muchos sitios se empezaron a ver luces y llamas.

- ¿Qué está pasando?

Preguntaban temblorosos los niños. Otros lloraban y las madres procuraban calmarlos.

- Es el fin del mundo.

Exclamaban algunas personas y otras decían:

- Nunca a lo largo de nuestras vidas hemos conocido nada igual.

 

En el barrio del Albaicín, los hombres que habían sido despojados de sus tierrecillas cerca del río, algunos salieron de sus casas y a otros nos le dio tiempo. Sobre muchos de ellos, cayeron trozos de paredes, techos, madera y barro y bajo estos escombros quedaron sepultados. Ocurrió lo mismo con otras muchas personas del barrio y ciudad de Granada. También en la Alhambra y lugares cercanos.

 

Al hombre mayor, muy mal herido y con apenas fuerzas, se le vio salir de su casa. Quiso ayudar a las personas que pedían auxilio pero no podía. En la extraña oscuridad de la noche, miró para la Alhambra y luego miró para el río Darro. Alzó sus ojos al cielo y rezó: “Dios, único ser creador, dueño y rey de todo, llévame contigo. Al Paraíso y lugar que desde pequeño en mi mente tú me mostrabas. No dudé en ningún momento de tu existencia y por eso procuré vivir en el respeto a todo y a todos. He sufrido, lo he pasado muy mal en muchos momentos, tú lo sabes. Sabes también el daño que me hicieron unos y otros y la soledad y falta de cariño que en mi vida en todo momento ha habido. Pero nunca me aparte de ti. Eras y eres  lo único en que de verdad he confiado. Con mi esperanza siempre puesta en ti y en el descanso y abrazo que me darás cuando ya esté a tu lado. Creo que ahora mismo es ya el momento”.

 

Se oyó, justo ahora, otro ruido aún más grande que el ocurrido unas horas antes. Se derrumbaron las casas, gritaron mucha más personas y por algunos sitios aparecieron pequeños incendios. Las llamas rápido prendieron en las casas, tejados, huertos y jardines. Por el valle del río Darro sucedió lo mismo y por la colina de la Alhambra. Bajo los escombros de su pequeña casa, el hombre mayor y de alguna manera rebelde, respiró las últimas bocanadas de aire. Su corazón se paró, sus ojos se cerraron y todo su cuerpo se quedó sin fuerzas.

 

Su espíritu, alma inmortal y espiritual, escapó en estos momentos de su cuerpo de carne mortal. Y se vio a sí mismo, volando y dominando toda la colina de la Alhambra, valle del río y lugares del Albaicín. Por donde las tierras de los huertecillos robados, vio al hombre que se había apropiado de estos lugares. Parte de la ladera, mucha tierra y árboles, se habían desplomado y sepultado casi todas las orillas del río. Aquí estaba enterrado ahora su pequeño huerto, la prepotencia del que les había expulsado y la  obra que este hombre pretendía realizar.

 

Desde su estado espiritual, como en un dulce y bellísimos sueños, el hombre pudo entender lo poco valioso y consistente del mundo material en esta tierra. No estaba triste por el maltrato que le habían dado ni por ninguna de las cosas perdidas. Al contrario, se sentía bien notando que su ganancia había sido grande y de un valor incalculable. Quiso volver a la tierra para hablar con sus conocidos y otras personas y hacerle caer en la cuenta de la verdad que ahora conocía. No pudo. Tampoco pudo hacer nada para aliviar lo que en estos momentos ocurría en el Albaicín, valle del río, personas conocidas y el hombre prepotente. Sí vio, como en una película que se desarrollaba a gran velocidad, lo que ocurrió muchos años después por todos estos lugares.

 

 

 

 

 500- EL PALACIO EN LAS ROCAS

Sin que nadie lo sepa sino Tú, Dios míos

 

Corrían los primeros días del mes de enero. Por las noches, hacía mucho frío porque unos días antes, había nevado en toda España y gran parte de Europa. En Granada, solo dos días antes, la nieve había caído por toda la ciudad, vega pueblos y montes cercanos. También por el barrio del Albaicín y colina de la Alhambra. Pero donde más nieve había caído, era en las altas cumbres de Sierra Nevada. Desde muchas partes de la ciudad, se veían blanca por completo estas montañas.

 

Unos días después de estas nevadas, el cielo amaneció por completo limpio de nubes, teñido de un azul muy intenso y el sol brillaba con una luz muy clara y limpia. Por la noche, las escarchas, habían un vestido de blanco la hierba de los campos y también por las aguas del río, se veían transparentes y bellos carámbanos.

 

Al caer la tarde, este frío y a la vez soleado día, a él se le vio sentado donde tantos otros días: muro del Puente del Aljibillo, en el río Darro y al comienzo de la Cuesta del Rey Chico. Estaba solo, concentrado en sí y se inclinaba sobre el pequeño papel verde donde escribía algo. Al pasar dos jóvenes, oyó que entre sí comentaban:

- Está cortado el paso por la Cuesta del Rey Chico. No se puede subir por aquí a la Alhambra.

- ¿Qué ha pasado?

- Por lo visto, las chumberas que clavan sus raíces en el lado de la izquierda según se sube, han sido atacada por una plaga que se extiende por todos sitios. Se caían a trozos y para evitar un accidente, hace unos días las cortaron todas. Ahora estos días, con la nieve y la escarcha, el talud ha empezado a desmoronarse. Puede ocurrir un accidente y por eso han cortado el paso por ahí. Lo están arreglando.

 

No prestó mucha atención a esta conversación pero sí a oír la noticia para sí se dijo: “Puede que me acerque por este sitio para ver con mis propios ojos esto que cuentan los jóvenes”. Y en este justo momento sintió un golpecito seco. Miró de reojo. Vio a una mujer mayor que, de la pequeña cajita de plástico, cogía el rollito de papel envuelto en otro trozo de papel pintado en azul. Para sí de nuevo se dijo: “Las personas mayores siempre dejan más dinero que los jóvenes. Seguro que su moneda es de un euro o más”.

 

La cajita de plástico transparente, algo rectangular y no muy profunda, se veía sobre el muro de río, a la derecha de donde él estaba sentado. Estaba llena esta cajita de unos pequeños rollos de papel blanco, precintados con un trozo de papel de colores pintados a mano y sujetos con una goma elástica. Junto a esta cajita, se veía una cartulina tamaño A4 doblada por la mitad donde se podía leer: “Tardes por los bosques de la Alhambra. Relatos cortos y poesía. Coge uno y paga lo que quieras”.

 

Desde hacía un tiempo, cada tarde él veía esta cajita sobre el muro del río y la cartulina con el texto. Se preguntó varias veces que de quién sería y aún no había llegado a descubrirlo. Sí, cuando estaba sentado en este trozo del muro del puente, alguna que otra vez, veía que alguna persona se paraba frente a la cajita, leían el texto escrito en la cartulina y casi siempre cogía un rollito y dejaba en ella alguna moneda. Al caer dentro de la caja, la moneda golpeaba y este sonido llegaba claramente hasta sus oídos.

 

Hoy, en el momento en que la mujer mayordejó  en la cajita la moneda, de nuevo le entró la curiosidad. Pensó levantarse y mirar para ver la cantidad que había dejado pero justo en este momento, dos niños, él y ella, se le pusieron delante. Lo miraron y le preguntaron:

- ¿Qué estás escribiendo?

Miró       él a los niños y descubrió que no los conocía. Nunca los había visto aunque enseguida intuyo que no eran extranjeros.“Parecen niños de este barrio”. Se dijo.

 

A la pregunta que le habían hecho, respondió él:

- Escribo cosas, para mí interesantes, aunque creo que para otras personas, no.

La pequeña, muy decidida, volvió a preguntar:

- ¿Son tuyos esos pequeños relatos que casi todos los días encontramos ahí en la parada del autobús?

No respondió él a esta pregunta pero sí les preguntó:

- ¿En la parada del autobús encontráis relatos cada tarde?

- Sí, una hoja de folio doblada en cuatro pequeños cuadrados y colocadas justo en el mismo cristal donde está el mapa del recorrido de los autobuses.

- ¿Y os gusta a vosotros coger estos escritos?

- Cogimos algunos, los primeros días. Los leímos y los compartimos con nuestros padres y amigos. Estos relatos cuentan cosas bonitas y parecen que están escritos por alguien muy amante de las montañas pero que se encuentra solo y tiene mucha necesidad de cariño. Creemos que es una persona mayor y por eso nos gusta más estos escritos. Ya hemos juntado bastantes y ¿Sabes lo que estamos haciendo con ellos?

 

Tardó unos segundos el hombre en tomar la palabra. Cuando lo hizo preguntó a los niños:

- ¿Qué estáis haciendo con los relatos que cogéis de ahí?

- Primero, todos los hemos guardado. Son como un tesoro para nosotros. Segundo, de los relatos que nos parecen más bonitos, los que están mejor escrito y cuentan historias bellas, sacamos copias. Un amigo nuestro no las hace gratis porque dice que esto nuestro es una buena acción. Y tercero, las copias que nuestro amigo nos regala, las preparamos un poco. Cada relato, lo enrollamos  en forma de cilindro pequeño, lo envolvemos en un trocito de papel de color y todo, con una pequeña cinta de seda también de colores, lo sujetamos con una gomita elástica.

 

Cada día, en una cajita de plástico rectangular, colocamos un puñado de estos cilindros de relatos. Luego, nos venimos a este lugar. Justo a donde ahora mismo estamos y ahí, en el muro que separa el cauce del río de esta plaza, ponemos la cajita con los relatos. Tú lo estás viendo en estos momentos.

- Lo estoy viendo ahora y lo he visto otras tardes. Y observo que algunas personas dejan en la cajita, monedas. ¿Cogéis vosotros luego estas monedas?

 

La pequeña se colocó en el muro donde el hombre estaba sentado, a su derecha. Y mientras se acomodaba, decía:

- Te vamos a contar unas cuantas cosas que van a gustarte mucho. ¿Tienes tiempo y quieres oírnos?

-  Todavía quedan unas cuantas horas de sol. Puedo escuchar lo que deseas decirme.

Dijo el pequeño:

- Primero que te cuente ella y luego te cuento yo respondiendo a la pregunta que nos ha hecho respecto a las monedas que recogemos con los relatos de la cajita.

 

Sin esperar dos segundos, la pequeña comenzó su relato:

- Lo mío es un poco largo pero necesito contártelo porque estoy enfadada.

- ¿Enfadada porqué y con quién?

- Te cuento: hace unas semanas, se organizó aquí en Granada algo que han llamado Congreso Internacional de Montañas, Cimas. Nuestros padres se enteraron de este evento y nos dijeron:

- Casi todos esos pequeños relatos que cada día recojáis por el Paseo de los Tristes, cuentan mucho de montañas, bosques, ríos y arroyos. Se ve que la persona que los escribe, es muy amante y conoce bien los detalles de la naturaleza. ¿Porqué no hacéis una cosa?

Enseguida le preguntamos a nuestros padres:

- ¿Qué pensáis que podemos hacer?

 

Y muy animados, nuestros padres nos siguieron aclarando:

- Podéis coger algunos de estos relatos, los que más y mejor describan el mundo de las montañas y estén  bien escritos y los presentáis  a la organización de este gran evento. Nosotros os ayudamos a escribir un texto anunciando estos relatos y pidiéndole que los tenga pendientes en este congreso de montañas. Cosas más auténticas que los que contienen estos relatos, no van a encontrar en otros sitios.

Al tener conocimiento de este proyecto que nuestros padres nos decían, enseguida pensamos que sí. Que era interesante remitir estos escritos a este gran evento de montañas por el valor sincero y bueno que en los relatos cada vez más encontrábamos.

 

Con ayuda de nuestros padres, escogimos una pequeña colección de los relatos que ya habíamos recogido de la parada del autobús. Los que describían con más belleza, claridad y sinceridad, paisajes de montañas, ríos, fuentes, aves, plantas y personas. Presentamos esta pequeña colección al director del evento que te hemos dicho, todo bajo el título de “Canto a las Montañas”. Pensando que tan bonito trabajo podría gustarle y así formar parte del gran evento que anunciaban por muchos sitios.

 

A los pocos días nos respondió la persona a la que no sabíamos dirigido. Y nos daba las gracias por el interés que mostrábamos en estos asuntos. Nos decía que iba a presentar lo que le estábamos aportando, al Comité Científico y, que en unos días, tendríamos más noticias. En principio, nos animó mucho sus palabras porque percibíamos que algo bueno iba a ocurrir. Decían nuestros padres:

- Los de este congreso de montañas, habrán visto que tienen valor lo que le habéis propuesto. Y de esto, nos alegramos porque la persona que escribe estos relatos, muestra mucho amor a las montañas y naturaleza en general. Estamos contentos con lo que estáis haciendo.

 

Estas palabras de nuestros padres, aún nos animaban más.Esperamos impacientes y alos pocos días tuvimos más noticias. De la dirección de este evento nos decían que le parecía interesante el trabajo que le habíamos mostrado. Y que no tendrían dificultad en programarlo dentro de las cosas de su congreso. Pero, y aquí estaba lo que menos nos gustaba, tendríamos que adaptar estos relatos a una forma más adecuada para que encajara bien en estos eventos suyos.

 

Nos quedamos preocupados al conocer esto que te he dicho y también desorientados. Nos preguntábamos:

- ¿Qué es lo que nos quieren decir con estos que nos dicen?

- Algo difícil de adivinar por nosotros.

Le preguntamos a nuestros padres y estos, le preguntaron a unos amigos y cada uno contaba una cosa. No tardamos en sacar la conclusión de que lo que nosotros pretendíamos, era complicado de realizar. Lo del Congreso tenían sus proyectos e iban a lo suyo y lo nuestro, apenas era interesante y carecía de valor alguno. Nuestros padres nos dijeron de nuevo:

- Dejad de pensar en lo que estáis  soñando. Nada vais a conseguir porque esto vuestro para las personas que realizan ese evento, parece que no le sirve de nada. Ellos, como otros, van a lo suyo que, como siempre, será glorificarse a sí mismo. Mucha propaganda y títulos rimbombantes de montañas, cimas, naturaleza, ríos y fuentes pero según ellos y quizás solo aquello que le aporte algún beneficio del tipo que sea. Es como por tantos sitios: todo muy bueno y con grandes beneficios para la humanidad entera pero a la hora de la verdad, buscando engañar para beneficiarse y sacar adelante sus cosas.

 

Preguntamos de nuevo a nuestros padres:

- ¿Pueden ser las cosas así?

- Las cosas son así casi siempre.

Y esto nos puso muy tristes. Desistimos de nuestros sueños. Sólo unos días más tarde, supimos la noticia del comienzo de este evento. Y también supimos, porque lo lanzaron a los cuatro vientos como algo muy, muy grande, el nombre y las palabras de la famosa persona que puso punto final a tan maravilloso congreso.

 

Es un personaje famoso porque sale mucho en la prensa, televisión y radio. Habla de montañas, ríos y naturaleza en general y en esta ocasión, los del gran evento internacional realizado aquí en Granada, lo anunciaron como algo que no va más. Habló esta persona y sus palabras finales con las que se puso punto y final al gran congreso, más o menos fueron estás: “Las montañas, la naturaleza en general, son nuestras últimas oportunidades. Proteger a las montañas, animales, respetarlos y fundirse con ellos, es lo mejor que puede hacer el ser humano”.

 

Y sentimos aún más pena al conocer estas palabras y tener la experiencia de haber sido dejados a un lado en el pequeño sueño que a las personas organizadores de este congreso, les habíamos presentado. No podemos entender las palabras de la famosa persona que cerraba este evento al compararlas con el comportamiento que habían tenido con nosotros. Por todo esto es por lo que al principio te decía que estoy enfadada. Las personas y las instituciones, creo que a veces, no se comportan bien ni valoran ni respetan como debieran. Hay personas que actúan poniendo sus intereses por encima del bien a los demás y esto no nos gusta.

 

Paró en su relato la pequeña y justo en estos momentos, se oyó otro golpecito en la pequeña cajita de plástico que se veía sobre el muro. Tanto él y como los niños, miraron y el pequeño comentó:

- Ahora ha sido esa joven muchacha que va por ahí con su mochila y su móvil. Que Dios se lo pague.

Dijo el hombre:

- Me tiene intrigado esto de la cajita y las monedas que ahí van dejando algunas personas.

- Pues te lo cuento para que lo sepas.

Dijo el pequeño.

- Mi hermana te ha transmitido lo que ya sabes. Ahora te cuento yo. Lo de la cajita y los pequeños  rollos de papel que hay ahí, es lo siguiente: ya te hemos dicho que los relatos que vamos  recogiendo de la parada del autobús donde alguien los deja, los ponemos aquí. Las personas que lo ven y tenga les deseo de coger y llevarse alguno, casi siempre dejan alguna moneda. Nos gusta esto porque estas monedas la vamos guardando. Ya tenemos bastantes. Y lo que pretendemos hacer con estas monedas es lo siguiente.

 

Como nos hemos dado cuenta que la persona que escribe estos relatos, debe ser mayor, parece que se encuentra sola, que no tiene ni el cariño ni el reconocimiento de nadie, nosotros queremos ayudar a este escritor solitarioy decepcionado. ¿Te preguntas que de qué modo vamos a ayudar a este escritor? Pues eso es lo que pretendo explicarte para que luego tú también nos ayudes a nosotros.

Al oír esto, el hombre avivó su atención y miró al pequeño como simostrara gran interés por lo que estaba anunciando.

 

Y el pequeño continuó relatando:

- Todas las monedas que las personas van dejando en esta pequeña cajita que ahí ponemos, la vamos guardando. Todas por completo y con la intención de no gastar ni un solo céntimo. Cuando ya tengamos las suficientes, compraremos, en un rincón muy concreto de las montañas que se alzan al levante de esta ciudad, un terreno que nos gusta mucho. Y nos gusta porque este terreno se encuentra cerca de un río caudaloso de aguas muy clara. Al frente se ven las cumbres de Sierra Nevada y a los lados, bosques, arroyos, manantiales y muy bellas montañas.

 

Se encuentra este trozo de tierra que te estoy diciendo, en un hermosísimo y original acantilados de rocas todas muy erosionadas y talladas por las lluvias y el viento. Por eso, en un punto concreto de este acantilado y a donde se llega sin dificultad, como un balcón frente al río y a las cumbres de las Nieves, es donde hemos decidido dar forma a nuestro sueño.

Dejó de hablar el pequeño porque justo en este momento, unas muchachas se acercaron a la cajita de los rollitos de papel con los relatos. Cogieron uno de estos en rollitos envuelto en un trozo de papel pintado, dibujado a mano en color verde y sujeto este envoltorio con un trozo de cinta también del color verde. Se oyó el golpecito de la moneda que en la cajita dejaron y esto fue lo que más distrajo al pequeño que mantenía conversación con el hombre. Aprovechó éste el silencio del pequeño para expresar y preguntar:

- Parece que las personas se animan y dejan sus monedas en vuestra cajita de relatos. Y esto a mí también me anima. Por eso te pregunto: en ese acantilado rocoso que tiene como un balcón y mira al río y a las montañas de las Nieves ¿qué es lo que planeáis?

Respondió el joven a esta pregunta aclarando:

- Esto es lo que mi hermana y yo queremos aclararte para luego pedirte algunas cosas. Te sigo contando.

 

Con el dinero que vamos juntando con lo que dejan las personas en la cajita de los relatos, vamos a construir un palacio. Todo de piedra, en el mismo acantilado que ya te he dicho y aprovechando el balcón que en ese sitio hay. Sabemos que no será fácil esto. Pero nuestros padres nos anima y nosotros estamos ilusionados. Primero abriremos los cimientos tallándolos en la pura roca del acantilado. Levantaremos luego las columnas y daremos forma aún frontal digno y bello que mire al río, al sol de la mañana y a las cumbres de las nieves. Construiremos luego las partes interiores y en la misma puerta, justo donde se encuentra el rellano del balcón, pondremos un monolito todo de pura piedra.

 

De nuevo el pequeño hizo una pausa. Le preguntó el hombre:

- Es bonito lo que me está contando y tiene su emoción pero ¿cuál es la finalidad de este palacio de piedra que me dices?

- La finalidad es muy clara y es lo que nos da fuerza para llevar adelante todo esto que te estamos contando.

 

El hombre escritor que cada día deja un relato ahí en la parada del autobús, aún no sabe nada de esto que te decimos. Esperamos verlo algún día y conocerlo porque tampoco todavía sabemos quién es. Pero, como ya te estamos diciendo, según leemos en sus escritos, intuimos que es un hombre bueno, que estás solo y que, hasta hoy, nadie valora las cosas que escribe. Pero nosotros sabemos que lo que escribe es bueno y tiene mucho valor. Por eso queremos preparar para este hombre lo mejor para dignificarlo a partir del momento en que la muerte se lo lleve de este mundo. El día que muera, llevaremos su cuerpo a este palacios en la roca que te hemos dicho vamos a construir. Ahí, en un sitio especial, lo dejaremos para que descanse para siempre y para que así, este hombre sea parte de la naturaleza, montañas, ríos, lluvias, nubes y noches de estrella tal como tantas veces lo deja reflejado en las cosas que escribe.

 

El pequeño, otra vez hizo una pausa en su relato. El hombre lo miró y observó también a la niña. Pretendió dar una breve opinión a lo que tanto él como ella le habían contado pero se mantuvo en silencio. Fue ahora la pequeña, pasado un rato, la que cimentó:

- Y ya el punto y final de esta historia que acabamos de contarte.

- ¿Cuál es el punto y final?

- Aquí entras tú. Ya que te hemos visto y ahora te conocemos y también sabemos que escribes, vamos a pedirte algo.

- ¿Qué es lo que vais a pedirme?

- Que un día de estos, te vengas con nosotros. Vamos a llevarte al lugar del bello acantilado rocoso con su balcón frente al río y a las montañas de la nieve.

- ¿Y eso para qué?

- Queremos que veas con tus propios ojos la belleza que por allí hay porque necesitamos que alguien como tú, nos transmita una opinión del valor que puede tener o no esto que te hemos contado. Creemos que sí escribes al modo y los sentimientos con que lo hace la persona que nos ha regalado sus relatos, puedes ser capaz de entender y explicar el sueño que te hemos dicho.

 

Aquí puso punto y final la pequeña a su relato. Los dos, por un momento, mudos miraban al hombre sentado en el muro del río y esperaban. No sabían qué pero esperaban. Se oyó en este momento el rumor del viento atravesando las ramas del almez que aquí crece y la de las higueras y otros árboles que por el lado de arriba del puente, clavan sus raíces al borde del río. Por delante de ellos tres, esta ráfaga de viento como en forma de remolino, empujaba y se llevaba rodando por el empedrado de la plaza, hojas y trozos de papel.

 

El hombre sintió en su corazón como un nudo extraño. Miró para donde, sobre el muro, se encontraba la cajita con los pequeños rollos de relatos y vio como la ráfaga de viento, empujaba a la cartulina verde clara que junto la cajita, mostraba el letrero escrito que anunciaba los relatos y pedía las posibles monedas que las personas podrían dejar. Corrió la pequeña muro adelante y, antes de que la ráfaga de viento empujara más, puedo coger la cartulina. Respiró aliviada al tiempo que decía:

- Ha estado a punto de caer todo el cauce del río.

Nada dijo el hombre. Sí justo en este momento, advirtió que en el mismo cauce del río, atravesando la corriente, una gran rama seca de álamo, hacía como de puente. Sentada en el centro de esta rama, una muchacha dejaba caer sus pies al tiempo que en sus manos, sostenía una guitarra e intentaba tocar.

 

Se levantó el hombre del muro del río donde estaba sentado, caminó lento y al llegar a donde la pequeña sostenía en sus manos la cartulina verde, dijo a ésta:

- Por pocas el viento se lleva por delante este pequeño mundo vuestro.

- No hubiera sido una tragedia. Mañana mismo lo habríamos sustituido todo.

Y como preocupada, a continuación la pequeña preguntó:

- ¿Te marchas?

- Tengo que irme.

- ¿Volverás mañana?

- No estoy seguro.

- Es que nos gustaría oír tus palabras y saber si un día vendrás con nosotros al lugar de las rocas y al acantilado. ¿Lo harás?

 

Y el hombre quiso explicar lo que pensaba y sentía. No lo hizo.Miró para la corriente del río y le pareció singular la escena de la joven sentada en el tronco de un árbol caído atravesando las claras aguas. Le pareció singular la robusta figura de la Alhambra al frente y sobre la colina y le pareció singular la tarde, los grupos de jóvenes que por la plaza subían y venían. Se dijo para sí: “Sin duda que la vida está llena de interesantes momentos, personas buenas y bellas y cuadros fantásticos. Todo, como en un reflejo, adelanto de lo que el alma intuye y espera con ilusión. Sin duda que hay grandes misterios hasta en las cosas más pequeñas que gritan, invitan a creer en un Dios inmenso y en un paraíso que de tan grande y especial, ni siquiera la mente de las personas es capaz de imaginar. ¿La vida en sí? Toda grandiosa y repleta de inabarcables mundos que, solo intuirlos, llenan de paz y alimentan mucho”.

 

Despidió el hombre a la pequeña y comenzó a moverse río adelante. Mientras se alejaba, ésta repetía:

- Vuelve. Queremos verte de nuevo por aquí. Nuestro sueño es bonito y por eso queremos que nos ayudes.

Y conforme se alejaba, el hombre le decía:

- Puede que vuelva porque sí creo que es valioso vuestro sueño.

- Te esperamos para que nos des aliento.

 

Y para sí, de nuevo se dijo: “Y estos niños, ni siquiera saben quién es la persona que cada tarde deja un relato en la parada del autobús. Podría decírselo pero creo que es más bonito el sueño que están viviendo. La fantasía de los niños y el corazón que cada niño encierra en su cuerpo, son mundos maravillosos y contienen más tesoros que todas las realidades de las personas mayores. Podría decirle quién es el que escribe y deja aquí cada tarde su relato pero no lo haré”.

 

Al día siguiente, en la parada del autobús, los niños encontraron el siguiente poema:

 

1213- Y entrégame el abrazo que tanto soñé

sin que nadie lo sepa, sino Tú, Dios mío,

cuando sea el momento de tu beso puro,

cuando Tú me saques de este cuerpo mío

y me lleves por fin al amor que esperé,

que sea en una noche y de invierno frío

cuando todos duerman y yo duerma también

para que nadie sepa que por fin me he ido

sino el viento claro que me supo bien

y Tú, a quien de verdad, sincero he querido.

 

                 Cuando sea el momento de entregar mi vida

y dejar para siempre este suelo frío

donde tanto he llorado en mi soledad

detrás de los montes, solo y  escondido

para que nada ni nadie me pudiera dar

lo que nadie podrá, sino Tú, Dios mío,

que sea en una noche, mientras esté durmiendo

arrullado por el canto que mana del río

y besado por la sombra de las nubes blancas,

los únicos que fueron hermanos y  amigos.

 

                  Llévame, Señor, cuando a Ti te plazca

o cuando por fin sea el tiempo cumplido

y entrégame el abrazo que tanto soñé

sin que nadie lo sepa, sino Tú, Dios mío.

 

 

 

504- Un mundo mejor

 

El pequeño valle, solo un trozo de tierra no más grande que un campo de fútbol, se encontraba al final del olivar. Recogido, al levante, por una alargada loma donde en lo más alto, se encontraban las ruinas. Por el lado de la tarde, quedaba recogido el valle por un montecillo cubierto dejaras y al sur, se iba recogiendo hasta quedar en un pequeño arroyo. Al lado de arriba, al norte por donde el olivar, brotaba un venero. Manantial no me copioso pero sí de aguas frescas y muy claras. Ni siquiera en verano se secaba este manantial y por eso el valle, la pequeña porción de terreno siempre tenía hierba y siempre por aquí, había animales, conejos, aves, algún animal doméstico y hasta un rústico y fértil huerto.

 

A este Valle tan pequeño y único en el mundo, muchas veces se venían los niños. A jugar con las aguas, saltar por las piedras o simplemente para reunirse y contarse historias entre sí. Siempre que se reunían, aparecía el que llamaba el solitario. Apenas compartía nada con los demás y esto hacía que el resto del grupo lo vieran como al más insignificante.

 

Un año, de esto hace ya mucho pero parece como si hubiera ocurrido ayer mismo, el grupo se presentó en el valle como cualquier otro día. Se pusieron a jugar y charlar y al solitario se le veía como algo separado. Algunas de las niñas le preguntaban:

- ¿Te pasa algo?

Y él, como si tuviera miedo, muy apocado decía:

- Son mis padres.

- ¿Tus padres?

- Sí, mis padres.

- ¿Qué les pasa a tus padres?

- No, nada.

 

Y aunque la pequeña le siguió preguntando, el niño nada más dijo. Los del grupo se preocuparon. Los rodearon y empezaron a preguntarle:

- ¿Qué es lo de tus padres?

- Que están siempre discutiendo y a mí me regañan y culpan de todo. Nunca me hacen caso sino que me ignoran por completo. Ya estoy harto. Hoy me he escapado de mi casa y no quiero volver más.

- ¿Y adónde vas a ir?

- No lo sé pero lo que si tengo claro es que no aguanto más ni me gustan las cosas que mi padre hace y dice. Quiero ser diferente y vivir en otro mundo mejor.

- Pero ¿cómo vas a conseguirlo que dices?

- Tampoco lo sé pero a mí casa y con mis padres, yo no quiero volver más.

 

Todos los del grupo se preocuparon mucho y no sabían qué hacer ni qué decir. Él se apartó del grupo y para sí pensó: “Si me voy de mi casa ¿dónde viviré? Y  si no tengo trabajo ni dinero ¿qué comeré? Y si necesito ayuda ¿quién va dármela?” Se sintió muy desgraciado y por eso se alejó más del grupo y se fue para la loma al levante. Buscó las ruinas de la vieja construcción que en lo más altos se encontraba y en un rincón de la pared de piedra, se acurrucó. Los del grupo lo observaban pero ninguno se atrevía a decirle nada. La niña que había hablado con él, comentó:

- Nosotros nada podemos hacer pero dejarlo solo por aquí, tampoco deberíamos.

- Se lo podemos decir a los padres y que ellos hagan lo que quieran.

- ¿Y si él no quiere volver?

 

Caía la tarde y justo en el momento en que los niños del grupo se disponían a abandonar el valle, vieron a la mujer.

- Es su madre.

Dijo una de las niñas. Esperaron en silencio mientras la veían acercarse yal llegar a ellos, la mujer preguntó:

- ¿Habéis visto a mi hijo?

 Le dijeron ellos dónde se encontraba y entonces la mujer se fue directa a las ruinas. Al llegar y verlo ha acurrucado en el rincón y  llorando, le dijo:

- Vente conmigo a casa.

- No quiero ver a mi padre ni oír más las cosas que hace y dice.

- ¿Y adónde vas a ir, quién te va a dar de comer y dónde vas a vivir?

-  Ya me las arreglaré yo como pueda. Odio lo que mi padre dice y hace y detecto las cosas que me enseña. No lo quiero porque tampoco me quiera él. Por algún lugar del mundo encontraré lo que mi padre no me da y cuando sea mayor, voy a luchar para hacer un mundo distinto al que vosotros me enseñáis. No quiero volver a casa porque continuará regañándome y culpándome de todo y ya estoy muy harto.

 

Y la madre, de cuerpo delgado, bajita y voz muy dulce, abrazó al hijo, lo besó y le dijo:

- Ya me encargaré yo de hablar con tu padre.

- ¿Y qué le vas a decir?

- Que te pida perdón, que no te regaña más y que te acepte en casa. Y tú, olvídalo todo.

 

Los niños del Valle, desde cerca del huerto y manantial, miraban y esperaban. La misma niña, otra vez comentó:

- Él quiere, porque lo necesita, un mundo mejor pero ni siquiera sabe ni tampoco nosotros cómo conseguir esto. A su edad ya la nuestra ¿de qué modo podríamos hacerlo?

 

Ningún comentario hicieron los del grupo. Se miraban unos a los otros y miraban para lo alto de la loma. De las ruinas de piedra, vieron salir a la madre llevando de la mano al muchacho. Lo vieron bajar por la vereda de las jaras y buscar la senda por entre los olivos. El grupo de niños en el valle, a cierta distancia, siguieron a la madre con su hijo de la mano. Y uno de ellos, de nuevo comentó:

- ¿Qué hará el padre cuando lleguen a la casa y que hará él? Y mañana, pasado y el otro ¿cómo se sentirá y qué podrá hacer para arreglar todo esto?

Todos guardaron silencio y siguieron lentamente avanzando por la senda.

 

 

 

508- Primeras lluvias de otoño

 

Las casas, solo doce o catorce, y todas muy blancas, se esparcen por la llanura. Justo a la derecha del arroyo mirando para el levante y al lado de debajo de las bonitas cascadas, monumento natural de este poblado. De aquí que, por entre las casas y casi rozando las paredes de algunas de ellas, cultivaran y aún todavía, pequeños huertos. Trozos de tierra buena donde, en verano, crecían los tomates, berenjenas, maíz, girasoles, calabacines, melones y calabazas. ‘El rincón escondido de la cascada’, era como las personas llamaban a este lugar entre montañas y muy lejos de la ciudad.

 

Y aquella mañana ya casi en el umbral del otoño, al lugar de las cascadas blancas, comenzaron a llegar personas. A la entrada de la aldea, una familia vendía cosas: hortalizas y frutas de los huertos, moras de las zarzas, nueces y almendras, bellotas y también productos de matanza. En la misma puerta, a la derecha según se llegaba, crecía una voluminosa y muy vieja noguera que yal lado, aprovechando la sombra del árbol, los de la tienda habían construido un rústico horno de leña.

- Para cocer pan, tortas, magdalenas o los productos de la matanza.

Decían ellos y así lo anunciaban a las personas que al lugar llegaban.

 

Y aquella mañana, muy temprano, la familia había encendido el horno. A primera hora del día, el pan, barras, roscas y hogazas, ya estaba cocido. Su olor, perfume a pan recién cocido, se esparcía por el aire. Por eso, los que iban llegando, en cuanto percibían el agradable aroma, decía:

- Huele a gloria bendita. El olor a pan recién cocido y más en un horno de leña, es delicioso.

Sabían esto los de la tienda y por eso lo anunciaban y vendían a los que iban llegando.

 

En cuanto el grupo llegó, él percibió este olor y por eso dijo a la hermana:

- Lo primero que voy a hacer es comprar dos o tres roscas de pan recién cocido. Antes de que se pongan duras y antes de que, los que van llegando, las compren todas.

La hermana, de unos doce años de edad, muy bella, pelo negro recogido en trenzas y cara sonrosada, dijo:

- Pues ya de paso, compra las entradas.

- Eso es lo que también pienso hacer.

Y al enterarse los del grupo, comenzaron a acercarse a él diciéndole:

- Pues toma dinero y me compras a mí dos entradas y tres roscas. No queremos quedarnos sin ninguna de las dos cosas.

Varios más hicieron y dijeron lo mismo y, cuando ya tenía recogido el dinero y los encargos, se acercó  a la casa tienda. Saludó al hombre mayor y la mujer al verlo, enseguida dijo:

- Para ti, tenemos reservadas las mejores roscas de pan recién cocido y las entradas más preferentes. Tú eres especial y eso lo tenemos en cuenta.

- Pues os lo agradezco de corazón. ¿Para qué hora está anunciada la lluvia?

- Para un poco antes de media tarde o así. Tendréis tiempo suficiente para subir a lo más alto.

 

Y de nuevo agradeció él a la mujer  los detalles y, en este momento, pensó en compartir con ella, lo que en su corazón y mente albergaba. No lo hizo, volvió al grupo, dios a cada uno lo que le habían encargado y luego dijo a la hermana:

- Tú no tengas prisa y deja que todos estos se pongan en marcha y alcancen lo que por aquí vienen buscando.

- Pero si no llegamos a tiempo, la lluvia puede empezar y nos perderemos el espectáculo.

- Lo tengo todo bien calculado y pensado y por eso no quiero que estos, nos  estropeen el sueño.

- También tú sabes que en ese mirador en lo más alto de la cumbre, no son muchas personas las que caben. Si ellos nos cogen la delantera, a lo mejor no tenemos espacio.

- Tú tranquila, lo tengo todo bien pensado.

 

Dio la hermana el dulce especial que la mujer le había regalado y después de cortar un trozo de pan de la rosca recién cocida, guardó todo en la mochila. Vieron como los del grupo, se pusieron en marcha siguiendo el caminillo que, por entre los árboles frutales de los huertos, avanzaron algo pegado al arroyo. Poco después, vieron que, antes de las cascadas, los que controlaban, les pidieron las entradas y los dejaron pasar. Alguno preguntó:

- ¿A qué hora llega la lluvia?

- Pensamos que no tardará mucho.

 

Arriba, sobre las crestas de los altos cerros, rocosos y muy tupidos de árboles, otros, las nubes se concentraban cada vez más oscuras. Se movieron ellos, él y la hermana, por la senda que llevaba a las cascadas y a empezar a caminar, ella comentó:

- El otoño sin tormentas, relámpagos, truenos y lluvias, no es tal estación del año. Me gusta el otoño, el olor a tierra mojada, la oscuridad de las nubes, los sonidos de los truenos y los chorros del agua cayendo. El otoño es hermoso, muy hermoso.

 

Donde las cascadas, ampulosas, abiertas como abanicos y derramándose casi en espuma de nieve en los redondos charcos azules, separaron. Durante rato, observaron este original cuadro y luego tomaron por la senda de la derecha cauce riba. Ellos, los otros, los que tenían entrada para el mirador desde donde observar la lluvia, ya remontaban por el lado izquierdo.

- Y por este lado, nosotros ¿a dónde vamos?

- Lo verás dentro de un momento.

 

En poco rato, remontaron a lo más elevado del cerro a la izquierda del mirador. Descubrieron un mar de nubes revoloteando por los valles y crestas de los montes y vieron y luego oyeron, la luz de los relámpagos y el sonido de los truenos.

- ¿Y si la tormenta se despliega llena de energía y nos coge en estas alturas?

Preguntó de nuevo la hermana.

- No tengas miedo tú. La tormenta con su lluvia de otoño, se desplegará según su energía y las decisiones del Creador pero será maravilloso.

- ¿Por qué dices que será así?

- Como te decía hace un momento, lo vas a ver no dentro de mucho.

 

Sopló con fuerza el viento, comenzó a caer las lluvias y las nubes revoloteaban como olas de espuma por la ladera de los cerros, valles, barrancos y parte alta de los montes. Sin miedo, dejaron ellos que el viento los de besara y que las templadas gotas de agua, les cayeran sobre sus caras, brazos y todo el cuerpo. Comenzó a regalarles el aire aroma de tierra mojada y el color de los paisajes comenzó a brillar con tonos que parecían nuevos. Dijo el hermano:

- Esto sí es otoño. Vívelo, respíralo y deja que te abrace con todo su intensidad porque llegará un día en el que no encontrarás por ningún sitio nada parecido a esto.

- Desde luego que tengo la sensación de estar, respirar y soñar en un universo fantástico.

 

Las nubes de la tormenta se fueron concentrado en los cerros de enfrente, partes altas y laderas. Como si pretendieran huir hacia  infinitos lejanos. Dijo él de nuevo a la hermana:

- Dame tu mano, cierra tus ojos y deja que te lleve.

- ¿A dónde vas a llevarme?

- Confía en lo que te digo y no tengas miedo.

- Pues toma mi mano y llévame.

 

Cogió él la mano de la niña, se aproximó a donde el cerro volcaba hacia el  barranco, miró al frente y se acercó al vacío. Dijo a ella:

- Ahora abre tus ojos y observa y goza del momento.

Abrió ella los ojos y descubrió que, cogida de la mano del hermano, volaba empujada por el viento de la tormenta. La lluvia los iba llevando y las nubes parecían abrirles paso al tiempo que los escoltaba. No mucho después, en su suave y placentero vuelo, apoyaron sus pies en la tierra de lo más alto del cerro segundo. Desde aquí, siguieron soltando al espacio y al poco se posaron en las partes alta del tercero cerro. Luego continuaron y el línea recta, en su vuelo se fueron a la cumbre de cuarto cerro.

 

Aquí de nuevo separaron, y al observar  descubrieron que el horizonte era puro vapor de nubes, lluvia y profundidades hacia regiones desconocidas y con aspecto de infinitos insondables. Y vieron que hacía estos lugares, se iba la tormenta con su lluvia, relámpagos y truenos. Llenos completamente de energía, muy relajados y seguros de sí, durante largo rato, desde  este lugar observaron. Preguntó la hermana:

- Ya al frente no se ven más cumbres de cerros. Desde aquí ¿hacia dónde vamos a seguir volando?

- Esperaremos a que la lluvia lo en papel todo y luego regresamos. Solo quería que vieras y gozaras del otoño como nadie más en este suelo puede ni sabe.

- ¿Y los horizontes y mundos que desde este lugar se ven?

 

Y él, muy convencido de sí, como si lo intuyera con toda claridad. Dijo de nuevo a ella:

- Creo que por esos mundos, brumas, cielos azules y estrellas en el firmamento, están las personas que un día conocimos y quisimos. También nuestros padres y otras personas buenas es que ya no están en este suelo. Y creo que a esos misteriosos y grandiosos mundos, es donde nosotros iremos cuando ya un día también nos marchemos de esta tierra. Porque un día, igual que otros e igual que se han ido a pagando esta tormenta, nosotros nos  apagaremos y nos iremos a estos lugares que te digo.

 

Me dijeron día y no lo he olvidado, que la vida en esta tierra, aunque parezca larga, al final como esta tormenta, pasa. Nada queda por aquí excepto la lluvia que ha mojado a la tierra para que la hierba y otros seres,  sigan viviendo y nazca más vida. Lo sembrado, lluvia o cosas buenas que las personas hayan hecho o hagamos, darán frutos para que la vida en esta tierra no desaparezca. Es lo que las lluvias del otoño anuncian y siempre traen y por eso gusta tanto verlas y percibir su aroma. Un regalo maravilloso del Creador del Universo.

Y al terminar de pronunciar estas palabras, la hermana simplemente dijo:

- Casi lo entiendo. Cuando tú quieras, volvemos y nos encontramos con los que fueron al mirador. Podemos contarles nuestra experiencia para que así ellos se llenen de lo que hemos descubierto y experimentado por aquí nosotros.

 

Y el hermano dio respuesta a la propuesta, simplemente así:

- Vamos a volver pero dentro de un rato. Aún tenemos mucho que conocer.

 

 

 

509- La casa del río

  Paisajes de Navidad 2018

 

Cuando la Navidad se acerca, a veces, en los corazones de las personas, ocurren cosas maravillosas. Se viven sueños que son más hermosos que la misma realidad.

 

El río no es muy caudaloso ni ancho porque, donde se encuentra la casa, todavía discurre por las montañas en que nace. Pero aun siendo por aquí pequeño, el río es bellísimo por varias cosas: por el agua azul diamante que por él baja, por los parajes rocosos y repletos de vegetación que atraviesa y por los silencios y colores que en estos lugares hay.

 

La casa, no muy grande, toda de piedra y madera, la construyeron justo donde el río es más hermoso. Al borde mismo del agua, en la curva donde las rocas encajan a la corriente y en el rincón más escondido y bello. Exactamente aquí construyeron la pequeña casa para estar cerca y gozar a fondo las claras aguas de este río, su murmullo según la corriente baja, los matices de luces y sombras, los colores de los paisajes y la quietud y soledad que en este espacio existe. Lugar, como he dicho, bello como quizá no haya otro en este Planeta Tierra.

 

Y ella, cuando estuvo en este país, ciudad y lugares por donde el río se desliza, se enamoró profundamente de la pequeña casa de piedra en la curva de la corriente. Joven, muy inteligente, cara, ojos y pelo delicado y fino y con tonos negros. No muy alta, de cuerpo pequeño y voz dulce. Pisó por primera vez la ciudad de Granada y tierras de España, siendo estudiante universitaria. Y al poco de estar en estos lugares, cuando hablaba con él, con frecuencia le decía:

- Como esta ciudad de bella, misteriosa y poética, no hay otra en el mundo. Me gusta tanto, que hasta la sueño y por eso quiero vivir aquí los días que el cielo me regale en este suelo.

- Pero cuando termines tus estudios ¿tienes que volver a tu país?

- Sí, y aunque quiero, me gustaría quedarme.

 

Pasó el tiempo, volvió a su país, compartió con él palabras repletas de sentimientos, soledad y añoranzas y, pasado unos años, volvió de nuevo. No compartió con él este nuevo encuentro con la ciudad donde había vivido su etapa de estudios. Bastantes cosas en su corazón y alma, habían cambiado y en su vida ahora existían otras realidades y nueva etapa.

 

El otoño ya estaba llegando a su fin. Las lluvias habían sido abundantes, los paisajes se vestían con un traje de hierba muy fresca y los bosques de castaños, encinas, robles y pinares, olían a musgo y a setas. En las encinas, las bellotas maduraban y en los castaños, también las castañas. Los olivares se veían muy cargados con la nueva cosecha y los bosques en las montañas, se teñían de ocres y amarillos. El frío estaba llegando y por el cielo, las nubes aparecían e iban dejando, a veces agua y en otros momentos, sombras y nieblas. Todo hermoso y como empapado de hondos y misteriosos silencios y quietudes de eternidad. Como si el gran Creador del Universo y seres vivos en general, estuviera, una vez más, mostrando caminos y regalando las mejores cosas y sensaciones al alma de cada ser viviente y en especial, a las personas.

 

Era por la mañana de uno de estos últimos días del otoño. Como tantas otras veces, surcaba las sendas de las montañas que en su corazón, hondamente amaba. Desde la parte alta de la gran montaña, bajaba hacia el valle y antes de cruzarlo, de los castaños de la umbría, recogió del suelo un buen puñado de castañas. Se dijo: “Es otoño y aspirar los olores y paladear los sabores que regala la naturaleza, es bueno. El otoño es hermano de mi corazón y amigo sincero de mis silencios y sueños”. Siguió avanzando por la senda como hacia el empedrado rocoso que antes de la cascada del río, se veía. Por aquí buscó ramas secas y, entre unas piedras, preparó y prendió fuego a estas ramas.

 

De nuevo se dijo: “Comer castañas asadas en una lumbre en las montañas, es algo maravilloso. Es mi forma de saborear lo mejor que las montañas pueden regalarnos y también oración y agradecimiento al Creador por la vida, el viento, los sonidos del silencio y los colores de los paisajes”. En las ascuas de la lumbre,  fue poniendo las castañas y casi al instante, de la lumbre comenzó a manar vapor en forma de humo que impregnaba el aire y todo cerca de él, de un delicado aroma. Se mezclaba este aroma con el humo que las ramas al arder, desprendían y con la humedad del suelo y el musgo en las rocas cercanas. Otra vez se hijo: “Nada en este mundo se puede comparar con escenarios, momentos y aromas como estos. Pertenece todo ello a lo más elevado y por eso son como caminos, señales, y todos los espacios hacia el paraíso o cielo a los que tiende el alma de cada persona. Nada hay en el suelo comparable con escenarios, aromas, silencio, soledad, luces y sombras como lo que ahora mismo tengo cerca, me abraza y besa”.

 

Crujían sobre las brasas, las castañas y se embelesaba él viendo y gozando tan pequeño y a la vez original espectáculo, cuando volvió su cara para el lado derecho. Sobre un punto concreto se quedó mirando fijo y  hasta la respiración se le paró al descubrir lo que al frente había. En una roca no muy grande, decorada a los lados por algunas plantas verdes, estaba sentada. Con sus rodillas casi al ras de su cara y parecía observar y meditar al mismo tiempo. Como recogida en sí y a la vez, muy concentrada en algún hecho concreto, sentimiento, preocupación o realidad.

 

- ¿Qué haces aquí, tan sola, lejos de la civilización y en un día como éste?

Le preguntó él desde la distancia al tiempo que en su corazón se decía: “Hace tanto tiempo que no la veo y que nada sé de ella, que esto me parece sueño. Y la descubro igual de hermosa que en aquellos días, risueña su cara y expresión y en su silencio. Voy a acercarme y si me permite, tocaré su rostro para sentir su respiración y calor y así comprobar que es cierto lo que estoy viendo”.

 

A su pregunta, no recibió ninguna respuesta. Se levantó de donde cerca de la lumbre estaba sentado y lentamente, se fue hacia ella. Lo miraba ella sin mostrar sorpresa y sin tampoco expresar contento. A sólo unos pasos delante de ella, se paró y la saludó. Le dijo:

- Tu presencia aquí me llena de sorpresa y de hondo gozo. ¿Qué haces en este lugar tan lejos de la ciudad y tan sola?

Sin mucho entusiasmo, respondió:

- Tengo y vivo ahora en una pequeña casa antes de la curva del río.

- ¿Tu casa y viviendo aquí?

- Sí, ahí está mi casa.

- ¿Y cómo me explicas esto?

- Es así y ya está.

 

Y, respetando su deseo, dejó pasar unos segundos. Luego de nuevo le preguntó:

- Encontrarte aquí y verte con la misma belleza con que en mil momentos te he soñado, me llena de un placer inmenso. ¿Me dejas que toque tu cara?

Nada respondió ella. En silencio lo miraba al tiempo que agachaba su cabeza. Se acercó él un poco más, extendió su brazo con la mano abierta y rozó con delicadeza su cara. Inmóvil seguía ella ahora con las miradas como perdidas. Él reflexionó:

- Te fuiste de estos lugares y país mío, hace mucho, mucho tiempo. Cuando por aquí estuviste, siempre me decías que estos lugares del mundo son lo que en tu corazón siempre habías soñado. Que todo por aquí te llenaba tanto que solo con respirar estos aires, ver los azules del cielo y sentirte acariciada por los rayos del sol al caer las tardes, ya eras la más feliz de las personas.

 

Lo recuerdo: mil veces me dijiste que como esta tierra mía, con sus colores, olores y personas, nada hay igual en este mundo. Y otras tantas o más veces me dijiste que por aquí querías quedarte a vivir para siempre. Que ningún otro rincón del mundo era para ti tan interesante como todo lo que por estos lugares veías y estabas descubriendo. Pero te marchaste y yo pensé en ti muchas veces y momentos a lo largo de los días, meses y años. Por eso te decía que verte ahora aquí y de este modo, es para mí con una visión irreal. ¿Has vuelto, quizás, para quedarte a vivir por estos lugares y para siempre?

 

Y ahora ella sí, como susurrando, dijo:

- Vivo sola en la pequeña casa de piedra junto al río, antes de la curva de las cascadas.

- ¿Sola y tan lejos de la civilización y personas humanas?

- Es lo que quiero y sinceramente agradezco al cielo.

- ¡Qué cosas tan originales, extrañas de alguna manera y al mismo tiempo bellas, hay en tu corazón!

Ni una palabra más pronuncio ella. Como llena de admiración, algo de ternura y limpio respeto, acercó su cara a la del joven. Sintió él sus mejillas y el calor de su frente y oyó levemente la respiración de su boca. Nada digo ahora él pero sí sentía que de este modo celebraba en su corazón el encuentro y que el Creador la mantuviera hermosa en todo su ser.

 

Nada dijo ella. Muy lentamente se apartó, se levantó de donde estaba sentada, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el puntal que se asoma a la curva del río. La observó él sin pronunciar palabra y la siguió con su vista y, si entender qué era lo que pasaba, vio como recorría el terreno hasta lo más alto del puntal. Al llegar aquí, en el pequeño balcón que las rocas forman, se paró. Durante un buen rato, miró para las profundidades del río y luego, caminó por la sendilla que por la izquierda de este mirador, desciende al cauce por donde las cascadas. Al poco, la perdió de vista.

 

No acertaba a tener claro en su mente lo de la presencia de ella y su comportamiento. Volvió a la lumbre, recogió algunas de las castañas que junto a las brasas aún mantenían el calor y luego se fue hacia el puntal. Al llegar, se paró en el mismo balcón rocoso y se asomó al cañón de río. Vio, cerca de las aguas, muy rodeada de vegetación y en onda quietud, la pequeña casa de piedra. Algo cuadrada, con tejado a dos aguas y en la puerta, algunos árboles y plantas con flores. Se dijo:

 

“Si en este lugar y de esta forma, has decidido vivir, ahora y Dios sabrás hasta cuando, es tu decisión personal. Y siempre he creído que lo que cada persona, en libertad y como hecho valioso en su existencia decida, eso es lo que tiene que prevalecer por encima de todo lo demás. Son hermosos estos paisajes, la corriente del río, los bosques, los colores, sonidos y olores y la soledad y el viento. Ojalá, como te respeto yo y creo en ti, siempre en este mundo todas las demás personas lo hagan. Y ojalá llegues al final de tus días, repleta y con las cosechas que ahora y crees tan importante para ti. Un mundo más completo y bello que en estos momentos tienes por aquí, seguro que en ningún otro lugar vas a encontrarlo. Buscas por estos paisajes, como yo, la presencia y el abrazo de Dios. Amas la belleza y deseas el mismo cielo y la misma eternidad que en mi corazón en todos momentos apetezco. Que el cielo te bendiga y permita que un día se haga en ti realidad este tan bello sueño tuyo. Que seas feliz tal como siempre soñaste”.

 

Después de esta reflexión, durante un buen rato, en el mirador de la roca y frente a río, estuvo observando y meditando. Volvió luego por la senda y junto a la lumbre también estuvo un tiempo. Gustando del calor de las brasas, saboreando las últimas castañas y llenándose del silencio y el viento cargado de otoño ya con frío, lluvia y nieve en las cumbres altas. Dio gracias al cielo por la experiencia y dejó que su corazón gustara y, al mismo tiempo, llorara, la emoción y el imperceptible sentimiento que experimentaba. De nuevo se dijo:

 

“Cuando la Navidad se acerca, a veces, en los corazones de las personas, ocurren cosas maravillosas. Se viven sueños que son más hermosos que la misma realidad. Estos paisajes, la luz, el viento, los silencios y olores otoñales y tú por aquí como en fantasía inmaterial, crean un mundo mucho más elevado, hermoso y eterno que la realidad material. Te regalo todo esto y doy gracias al cielo por permitirme sentirlo y vivirlo en tan profunda intensidad y fina belleza. Es un regalo tan inmenso que está por encima de toda la materia en este suelo. Solo Dios tiene el poder de concederlo”.

 

 

 

510- Navidad en las cumbres

Paisajes de Navidad 2018

 

La Navidad llegó. Y en esta ocasión, más que otros años, menos deseos tenía ni de belenes, luces de colores, música de villancicos, dulces y felicitaciones. Ni siquiera le apetecía ver la ciudad decorada, encontrarse con los amigos, recibir saludos de los conocidos ni la compañía de otras personas. Su corazón y alma apetecían otras realidades muy distintas a lasque, estos días, muchas personas tenían entre manos.

 

A media tarde, cargó con su mochila, recorrió las calles de la ciudad, buscó los caminos que conocía y caminó lentamente hacia los lugares que tanto y en cada momento apetecía.

 

En el manantial que entre dos robles brota cerca del arroyo, bebió agua. Justo al final de la llanura y al comienzo de la ladera que cae  desde la cumbre. Quieto y de pie, aquí se quedó un buen rato mirando para lo alto. Las cumbres se veían imponentes. Tan elevadas que parecían rozar el cielo pero todas brillantes y con solo algunas nubes como decorando, al fondo.

 

El día ya estaba casi en su final. Por eso se dijo: “Tengo que darme prisa para que la oscuridad de la noche, no me coja antes de llegar a donde deseo. Cuando el sol se oculte, dejaré de ver los caminos y esas alturas, son grandes”.

 

El invierno estaba recién llegado. Los paisajes se veían teñidos de ocres, amarillos y naranja. Muchas hojas, en varias formas y tamaños, se esparcían por el suelo, entre la hierba y piedras. Al pasar, el suave viento, arrancaba de las ramas de los robles, arces y castaños, las últimas hojas del otoño y por entre la muy verde y fresca hierba, también se veían variadas y coloridas setas. Las lluvias habían sido abundantes en estos primeros meses del otoño y por eso, la naturaleza en general, se mostraba viva y llena de fuerza. Todo y este rincón más, como si se estuviera preparando para la más entrañable, misteriosa y a la vez, humana y espiritual fiesta en el Planeta Tierra.

 

De alguna manera y a su modo, él sentía con fuerza en su corazón, todos estos destellos. Lo que, en su silencio y quietud, la naturaleza y el día exhalaban. Por eso se sintió bien, en paz consigo y muy agradecido al Creador al que aceptaba como dueño de todo y artífice de su cuerpo y espíritu. Miró muy despacio al limpio chorrillo de agua que desde el venero se deslizaba hacia el arroyuelo y decidió seguir. Por entre los árboles que en la inclinada ladera clavaban en sus raíces, buscó la senda. Muy borrada y desaparecida por el paso del tiempo y la vegetación. Pero él, de haberla recurrido muchas veces a lo largo de su vida, la conocía bien.

 

Manteniendo un ritmo constante, fue poco a poco remontando hacia lo más elevado. Casi al ritmo del sol que, por su derecha y tras las hileras de cordilleras de montañas, se ocultaba. Arriba, en lo más elevado de la cumbre, según el sol se ocultaba, los últimos rayos se reflejaban. Como si estos dorados y brillantes rayos, le indicarán la meta que debía seguir.

 

Coronó la primera cresta, y descubrió que por aquí el terreno ya era casi todo roca, sin apenas vegetación. Sobre las puras y azules aguas del lago a su derecha, vio la figura de las cumbres reflejadas. Las nubes sueltas que por el cielo se esparcían, como en un limpio espejo, también se veían en la superficie de las claras aguas. Por un instante se paró, miró fijo a este espejo y se dijo: “Solo para ver y gozar este sencillo y limpio cuadro, merece la pena coronar esta cumbre. Y digan lo que digan unos y otros, nunca podrán convencerme que belleza como esta y gozo como el que ahora mismo experimento, es algo que desaparecerá para siempre. En algún lugar del Universo, en la región de lo que llamamos cielo, seguro que el gran Dios lo tiene guardado para siempre. De ningún modo puede ser falso esto que creo y ahora mismo mis ojos ven. La realidad de la inmortalidad y yo en espíritu  en ella, la tengo ahora mismo frente a mí, me envuelve y me trasciende. ¡Gracias Dios por lo que me das, permites que goce y entienda!”

 

Saltó un gran filo de rocas y volcó un poco hacia el sur. Ante sus ojos apareció la robusta figura de la segunda cumbre que pretendía remontar. Los últimos rayos del sol, la iluminaba y por la superficie de las aguas del lago, también se derramaban estos dorados rayos luminosos. Miró fijo y a su mente acudieron los recuerdos.

 

Cuando joven, hacía ya muchos, muchos años recorrió varias veces estos lugares. El último día, lo recuerda con mucha fuerza, acompañaba a un pequeño grupo de jóvenes. Al llegar a la orilla de las aguas de este lago, se organizaron y se pusieron a bailar al compás de una bella canción que ellos mismos cantaban.

 

Le gustó mucho aquella escena, la alegría que los jóvenes mostraban y, sobre todo la juventud y sonrisa que una de las muchachas expresaba. De estatura baja, cuerpo algo relleno, ojos y pelos negros y cara brillante, irradiaba una belleza muy especial. Se clavó en su corazón la belleza y sonrisa que la joven transmitía y esto hizo que el momento y la escena se le quedaran impresos en las fibras del alma. Pasó aquel momento y siguieron corriendo los días. Por las noches, soñó muchas veces tanto el paisaje como a ellos y a la joven, cantando y bailando junto a las aguas de este lago.

 

En estos momentos, ya muchos, muchos años después, el recuerdo sigue vivo en su corazón y le emociona tanto que hasta le parece ver que todo sigue por aquí como aquel día. Se dice: “Pero, si no ha muerto ya, debe estar tan vieja o más que yo. Y sé que de ningún modo es posible materializar otra vez aquel momento y escena. Ella no lo supo entonces ni lo sabrá ahora pero yo sí y esto me confirma en lo que tan hondamente creo. Bendita belleza aquella, la de ahora mismo y la que en el futuro intuyo”.

 

Siente algunos ruidos de voces humanas y mira. Como bajando desde las cumbres hacia la ciudad, allá muy lejos y al comienzo de la gran vega, ve a muchas personas. Vestidas algunas de estas personas con ropa amarilla, gris, roja y verde y portando mochilas. Recuerda que por estos días en la ciudad, algunos andaban reivindicando la reconstrucción y salvación de un edificio muy antiguo en la montaña. Unos días atrás, algunas personas le habían dicho:

- Te invitamos a participar en esta marcha.

Y él contestó:

- Creo que es bueno vuestro deseo pero me siento nada en este asunto.

- Mira que pedimos que no se destruya una construcción que, en la alta montaña, fue levantada hace muchos, muchos años. Pertenece a la historia este edificio y lo que deseamos, es que se mantenga e incluso se restaure. Y son muchas las personas que apoyan esto.

- Lo entiendo y respeto pero mi espíritu se alimenta de otra realidad y apetece otros mundos.

 

Y siguieron argumentando:

- Mientras estemos en este mundo, creemos que hay que implicarse en los asuntos de aquí y más, cuando es para mejorar las cosas.

- Vuelvo a decir que respeto y  entiendo aunque también creo que aquí, en este mundo y realidad de la materia, todas las cosas están en continua transformación. Pretender que lo que fue un día permanezca para siempre, creo que no es valioso. Todo debe nacer, permanecer un tiempo y desaparecer para que aparezcan nuevas realidades. Esas son las leyes profundas del Universo y del Creador.

 

Respeta ahora lo que ve y oye y se mantiene expectante antes los que recorren los caminos también hacia la cumbre. Él, pisa el terreno y, por momentos, le parece que no fuera materia lo que bajo sus pies se hunde. Y al notar esta sensación, recuerda que una noche tuvo un sueño. Vio y experimentó que esta montaña, aunque en su exterior era rocas, monte, árboles, hierba, riachuelos y cascadas, en su corazón, la materia era toda blanda y blanca. Como algodón o nieve no fría. Y se preguntó: “¿Cómo puede ser blanca una montaña en su interior?” Alguien, no tenía claro quién ni dónde se encontraba,  le dijo: “Esta montaña es tan blanda y blanca por dentro, que si pudieras cortarla con un cuchillo, te parecería nata o nieve no congelada”. “¿Y por qué son las cosas así?” A lo que la voz le susurró: “Desde pequeño y a lo largo de tu vida, siempre fuiste amantes de las montañas, cielos azules, arroyos claros, bosques  verdes, cantos de pájaros, sol y soledades. De aquí que por este amor tan especial y grande que en tu corazón llevas por las montañas, ahora ya las montañas no son para ti lo que sí para otros. Tú las recorres, las vives y te encuentras con ellas como si fueran una puerta, un camino, la antesala a la realidad que encontraras cuando tu cuerpo desaparezca de este suelo. ¿Lo entiendes?” Y él respondió: “Lo entiendo un poco pero sí creo que esto es lo que de siempre desesperadamente he querido y espero”.

             

Se ocultaba el sol. En el cielo aparecían densos y amplios rebaños de nubes sueltas como vellones de algodón dorado y color violeta que cubrían por completo todo cuanto su visión alcanzaba. Se extrañó de tan original fenómeno y más se extrañó conforme la luz del día se apagaba. Por el lado del levante, vio aparecer la luna, por completo redonda y muy hermosa que se ocultaba y aparecía como jugando con las nubes.

 

Coronó hasta lo más alto de la segunda montaña y entre unas rocas que formaban como una covacha abierta hacia el lado de la luna, se paró. Miro al horizonte durante un buen rato y luego decidió acurrucarse en las rocas covacha. No sentía frío ni tenía miedo ni estaba cansado ni experimentaba soledad. En su corazón palpitaban las cosquillas de una muy agradable sensación. Todo lo que estaba viviendo, sentía y le rodeaba, le parecía que formaba parte de su espíritu y cuerpo.

 

Sobre las aguas del lago, a los pies de la montaña y en lo hondo, desde la luna vio descender y derramarse un hermoso haz de rayos luminosos. Las aguas comenzaron a brillar con reflejos de diamantes que se mezclaban con el brillo que también manaba de la gran montaña nevada al frente. Sobre la nieve de esta cumbre, también caía e iluminaba con gran fuerza y belleza otro haz de rayos que fluían desde la redonda luna que con las nubes por el cielo jugueteaba.

 

Y muy asombrado comenzó a descubrir que otro gran haz de rayos luminosos, empezó a derramarse justo sobre las rocas donde él se había guarecido. Las rocas a su lado derecho, comenzaron a verse transparente como el diamante más puro y un bellísimo camino amplio parecía ascender desde el lago, la nieve de la cumbre al frente y los haces luminosos que derramaba la luna. Avanzando por este camino, vio una joven muy bella que, acompañada de un hombre, caminaban lentos y venían rectos a la cueva de roca ahora color cristal de cuarzo decorada por los rayos luminosos que la luna derramada. La figura como de un ser espiritual y muy bello, apareció en la cueva de diamantes. Miró muy asombrado a esta figura y se atrevió a preguntar:

- ¿Quién es esa tan hermosa joven y el hombre que lo acompaña y parecen venir hacia donde tú y yo estamos ahora mismo?

- Ella busca dónde pasar la noche y aquí a tu lado va a refugiarse.

- ¿Tan lejos de las ciudades y pueblos y los millones de personas que habitan estos lugares y celebran muchachas fiestas justo en esta noche y momentos?

- Quieren regalarte y premiarte con galgo que tú apetece mucho y nadie ni nada puede darte en este mundo.

 

No preguntó más. Fijo miraba a la joven que por el camino como de luz y colores subía y su corazón se llenaba más y más de un gozo que nunca en su vida había experimentado. De pronto y sin saber cómo, le parecía encontrarse en otra dimensión distinta a la que en su vida real en este suelo conocía. Y le pareció que la gran noche, la Navidad que tantas personas y a su manera en estos momentos celebraban en el mundo entero, él comenzaba a vivirla como nunca nadie ni siquiera ha soñado.

 

 

 

514- LA FRAGANCIA ETERNA

 

               Al rodal de tierra que se traba en la ladera y mira al barranco y por encima de las rocas grandes, como que se aplasta silencioso besado por el sol de la tarde y regado por el chorro de agua que todavía le llega del arroyuelo, ahora se lo comen los pinos espesos y bajo ellos, los jaguarzos, las retamas, las cornicabras y las zarzas y el puro  silencio.

 

               Pero como por el rodal de tierra late la vida y entre el polvo que ahora sólo da hierba  silvestre, permanecen las huellas de aquellos y de ella cuando regaban sus tomates y cortaban sus pimientos en las tardes que aunque se comió el tiempo, siguen aplastadas en la soledad y luz que muda la besa, ayer por la tarde al pasar y de nuevo  verlos y sentirlos, me paré con el deseo de quedarme y beber un sorbo del latir inmenso que por el rincón humilde todavía sigue latiendo.

 

               Y por el rodal de tierra, el insignificante y pobre sobre la ladera que mira al Valle, me pareció ver, con los ojos del corazón, la figura de la abuela acompañando al nieto y derramando el sudor de su frente sobre el áspero suelo y ella, entre tarea y tarea, pronunciando sus palabras con acento a inmenso:

- Tú, hijo mío, pídele siempre a la tierra y a los hermanos, desde lo limpio que llevas en tu corazón y lo noble que ella tiene dentro.

Y el nieto:

- Algo de lo que deseas decirme, sí entiendo pero como dice padre ¿si otros vienen y se hacen dueños y manchan e ignoran a la tierra diciendo que son otros tiempos?

Y la abuela:

- ¡Ay hijo mío! Dura será la lucha y ella y tú y yo y los que vengan después, seguro sucumbiremos pero si a la tierra la prostituimos y nuestra identidad y rumbo vamos perdiendo ¿qué seremos nosotros bajo este sol que nos alumbra sin señas propias y sin centro y sin el amor purísimo que los manantiales de estas tierras nuestras,  nos van transmitiendo?

 

               Y en el rodal de tierra que riega o regaba el agua que limpia saltaba por el arroyuelo, sigue en su faena la abuela y el nieto y como hoy han pasado ya tantos años, desde el silencio de esta tarde incierta, miro las huellas de ellos y de estos y en mi dolor y en mi secreto, me digo, desde lo más adentro:

- ¡Ay abuela! Si tú levantaras la cabeza y vieras ¿qué dirías de estos nuevos tiempos?

Y la abuela, desde su rodal de tierra en la región de lo eterno:

- No hace falta que me lo digas porque lo estoy viendo pero lo mismo que aquella tarde, te digo que la tierra y todo lo que por aquí fue nuestro y con  herida tremenda, hoy  se desangra y se muere, que al final,  lo cierto no es ni esta realidad ni aquella sino el latido que fuimos los humildes y con la tierra y en nuestro perfume, aquí sigue inmaculado y  en su centro.

Y entonces quiero decirle:

 

- Pero abuela ¿tú estás viendo lo que yo veo?

 

 
II- Los paisajes que nos pertenecen

 

Sabía él que por la noche, la luna saldría por las crestas de las altas cumbres, completamente llena. Y sabía que en el cielo brillarían  las estrellas y, estas dos cosas, le emocionaban. Casi su vida entera palpitaba en estos recuerdos. Varias veces le habían dicho ya que en las noches de luna llena, cuando ésta se coloca justo encima de la torre más alta del palacio de sultán, pueden ocurrir cosas maravillosas.

 

Era verano y hacía mucho calor. A estas horas del día, el sol caía hacia el lado de la tarde, la hierba en las laderas y tierras llanas por la montaña, se veían secas. Cantaban las chicharras y los paisajes desprendían una quietud casi de piedra. Olía a romero el aire, a tomillo, lavanda, cantueso mastranzos y mejorana y el color de las encinas era gris intenso. Verdes oscuros se veían los lentiscos, juegarzos,   jaras y aulagas.

 

Por una sendilla estrecha, se le vio caminar en la misma dirección en que, en lo hondo, se deslizaban las aguas de río. Conforme avanzada, iba apartando con sus manos el monte que casi  tapaba la senda y lentamente se fue acercando a donde el manantial brotaba. En la hondonada, entre piedras a los lados y, en la parte alta, un pequeño bosque de encinas grises. Sintió el rumor del agua antes de llegar a ésta. Vio el verde de las plantas y el color de algunas florecillas, conforme ya iba tocando el claro chorrillo del agua con sus manos. Todo alrededor del manantial, estaba cubierto de pequeña vegetación herbácea que se decoraba con diminutas florecillas en colores variados. Olía a humedad el entorno y el airecillo era fresco. Recogida en sí, la pequeña hondonada con su manantial en el centro, tapizado a los lados de hierbas muy verdes y olorosas, el espacio parecía ocultarse de todo y todos. Conocía él este rinconcillo desde hacía mucho tiempo y lo había disfrutado también en muchas, muchas ocasiones.

 

Aquí se paró y durante un rato, lavó sus manos, bebió unos tragos, observó los paisajes al frente y hacia la otra ladera y luego desvió su vista a lo más hondo. Por ahí se deslizaba el río que conocía y al otro lado, se veían las últimas casas de la ciudad. Más arriba, resaltaban las altas torres del palacio del sultán. Y en lo hondo,  por donde se deslizaba el río, tenía parte de su corazón y alma. Vivencias muy sencillas, llenas de esencias que, sin saber cómo, a lo largo del tiempo se le habían clavado en lo más hondo de su ser.

 

Reflexionó: ‘Al llegar la noche, la luna saldrá por las crestas de las altas cumbres, completamente llena y en el cielo brillarán  las estrellas. Quiero verla una vez más jugando en una de estas estrellas. Quiero volver a verla y, si fuera posible, irme con ella’.

 

Estaba concentrado en este escenario y sueño, cuando sintió murmullo de personas. Miró y los vio acercarse en dirección contraria a como había llegado. Cuatro  o cinco personas avanzaban por la sendilla también dirección al manantial donde ahora estaba parado. Al llegar, saludaron y uno de ellos, sin más le pregunto:

- ¿Estás por aquí buscando plantas raras para coleccionarlas?

Y él le respondió:

-  Conozco todas las plantas que crecen por estos paisajes y conozco su forma y hojas y el color y olor de sus florecillas.

- Entonces ¿qué buscas?

Y ahora no respondió.

 

Los que habían llegado bebieron algunos tragos de agua del manantial y luego otro de este grupo, le dijo:

- Por ahí abajo, en el río y donde hay muchas rocas a los lados y charcos claros, hemos visto pequeños patos silvestres. Había personas que querían cogerlos y nosotros no hemos intervenido. En ello. ¿Estás buscando esto?

- Este río es mi amigo y esos animales que dices, también. Pero aquellas casas que en la ladera de enfrente chorrean hacia lo hondo del cauce, me hieren mucho. Son bellas las casas, las calles, las paredes blancas y los tejados grises con sus chimeneas. Todo por ahí es bello y por este lado, aún más. Y muchas de las personas que viven en aquellas casas, merecen el disfrute de estos escenarios, merecen respirar el aire puro que por aquí siempre hay y merecen los silencios, las estrellas y la luna que por las noches brillan en el cielo. Pero aquellas casas que por la ladera descienden hacia río, me duelen mucho y más, cada vez que pienso que desde aquellas casas poco a poco va a llegar la muerte a este río, a sus aguas, a su vegetación y a su fauna.

- Aquello es parte de la ciudad y esto que nosotros ahora mismo pisamos, es la montaña. El río corre en lo hondo y los patos que te hemos dicho, han venido a nacer casi en las mismas casas de la ciudad aunque en las aguas del río.

 

Y entonces, para sí y mudamente, reflexionó: ‘No sirve para nada que comparta con vosotros ni con otros, lo que yo sé de los pequeños patitos que se mueven por las aguas de los claros charcos en el río. Los vi este invierno, al macho azulón y a la hembra color avellana, buscando alimento en los charcos del río. Los vi el año pasado y el anterior y los he visto a lo largo de mucho tiempo. Y por fin esta primavera, la hembra color avellana, hizo su nido. Cerca de las claras aguas del río, en el lado opuesto a como nosotros estamos ahora mismo. Doce huevos puso en su nido y a lo largo de veintiocho días, los estuvo incubando. Al llegar al final de estos días, una tarde cuando se ponía el sol, nacieron los patitos. Doce nacieron y justo unas horas después, ya solo vivían tres. Los de la ciudad los persiguieron y aquella noche murieron los nueve restantes.

 

Me gustó mucho verlos nacer tan pequeñitos, alegres y vistosos. Pero me entristeció más verlos morir. Tres días solo vivieron los tres que, durante varias horas, siguieron a la madre por las aguas del río hacia arriba y hacia abajo. Y al tercer día, cerca de árbol que se llama plátano, murió el último de los doce patitos. Y esto sí que me entristeció y también me llenó de enfado y rabia. Pensé que la hembra color avellana, se marcharía por fin de este trozo del río tan cerca de la ciudad y me seguía entristeciendo. No sé por qué, esto sucede muchas veces en la vida. Me gustaba mucho que estuviera y viviera por aquí este ánade real color avellana’.

 

Nada más dijeron los que habían llegado. Lo despidieron y siguieron avanzando por la senda que él momentos antes había recorrido pero en dirección contraria. Se movió él un poco desde el manantial hasta la curva de la vereda que habían traído los que habían llegado y aquí se paró de nuevo. Miró despacio a las casas que de la ciudad chorreaban hacia el fondo por donde el río se iba y miró a la curva por donde las rocas y los charcos de agua clara. Buscó la calle que desde los charcos remontaba hasta lo alto de la colina ya casi en el corazón de la ciudad y pensó que podía seguir y bajar hasta los charcos de las aguas claras para contemplar a los pequeños ánades reales.

 

Pero en este momento vio a las palomas volando. Cuatro o cinco palomas torcaces que, desde la parte alta y encinas, alzaron vuelo y se dejaron caer como hacia lo hondo, por donde el río se deslizaba. Observó con mucho interés la pequeña bandada de palomas y se emocionó cuando, en su plácido vuelo casi a ras del monte, pasaron muy cerca de él. Vino en este momento a su memoria el recuerdo de lo que justo aquí vivió con una de estas aves cuando era pequeño.

 

              Sentado en la roca que hay justo donde ahora mismo se encuentra, en la curva de la senda que avanza desde el manantial y que es como un mirador hacía las lejanas montañas y el río, estaba una tarde. Tenía en sus manos unos granos de maíz que había arrancado de las mazorcas criadas en el huerto y se preparaba para lanzarlos hacia las aguas del río. Por dónde sabía se movían y hacían sus nidos un grupo de patos silvestres. Algo en su interior le empujaba a sentir cariño y deseos de proteger a estas aves.

 

Pero sucedió, que al abrir su mano para lanzar los granos de maíz hacia las aguas del río, una bellísima paloma torcaz, alzó vuelo desde una encina cerca. Planeó un poco sobre él y vino a posarse justo a solo unos metros casi en la misma roca donde estaba sentado. Se dio cuenta que el ave observaba los granos de maíz que tenía en sus manos y entonces, en lugar de tirarlos hacia los charcos de río para que se lo comieran los patos, en su mano ofreció a la paloma estos granos de maíz. Como si ofreciera algo muy valioso a un amigo muy conocido. Y lleno de curiosidad, observó como la paloma, en lugar de asustarse, alzar vuelo y alejarse, se quedó quieta, observó durante unos segundos los granos de maíz en su mano y luego poco a poco se fue acercando. Derramó él unos granos sobre la roca y enseguida vio como el ave picoteaba y comenzaba a comerse estas semillas.

 

Con movimientos muy suaves para no asustar a la hermosa ave que se había parado a su lado, cogió otro pequeño puñado de granos de maíz y, en su mano, lentamente se los fue acercando. Y se dio cuenta que el ave, en lugar de asustarse, un poco tímida y con precaución, se aproximó a su mano y comenzó a picotear los granos que él le ofrecía. Al ver esta escena tan sencilla y a la vez tierna y original, el corazón se le llenó de emociones. Durante un buen rato más, aquí estuvo parado ofreciendo todos los granos de maíz que llevaba consigo. Cuando ya se agotaron, pidió a la paloma que alzara vuelo y se alejara. Y el animal, como si entendiera lo que le estaba diciendo, alzó vuelo y se alejó hacia las aguas del río.

 

Volvió al día siguiente a este lugar trayendo consigo granos de maíz y, al llegar a la roca esperó a ver si aparecía la torcaz. Apareció a los pocos minutos y, como la primera vez, compartió con el ave el alimento que para ella traía. Y descubrió algo muy sencillo que le llenó de moción: al poco de estar ofreciendo al ave los granos de alimento, cogió solo uno de estos granos y entre los dos dedos se lo mostró. Tardó un poco la paloma pero al final se acercó y de entre los dos dedos, arrancó el grano de maíz. Repitió él varias veces esta escena y luego se le ocurrió ver hasta dónde el ave era inteligente.

 

Dejó su mano cerca de la paloma, sin mostrarle ninguna semilla. Y el animal, al darse cuenta que no le ofrecía ningún alimento, picoteó varias veces los dedos de la mano. Y cada vez que picoteaba estos dedos, él le ofrecía un nuevo grano de alimento. Repitió el experimento varias veces más hasta que se dio cuenta que el animal había aprendido. Descubrió que cuando no le ofrecía nada de alimento, lo pedía picoteando en los dedos o en la mano. Algo curioso que le emocionó cada vez más y por eso cada vez más empezó a sentir simpatía y  admiración por estas aves silvestres. Bellas y también capaces de aprender y mostrar  su inteligencia.

 

              En forma de juego y amistad,  compartió el tiempo y comida en esta ocasión, al día siguiente y al otro y así a lo largo de muchos, muchos días. Cada vez el ave se mostraba más confiada y cada vez él comprobaba que sus plumas relucían hermosas, limpias y frescas. Y le empezó a gustar tanto el comportamiento de este animal que comenzó a sentir miedo que un día no acudirá más a sus manos a comer el alimento que le regalaba.

 

Sucedió esto. Al llegar una tarde a este mismo lugar, se paró en la roca y esperó a que las palomas aparecieran. Y no llevaba aquí diez minutos, cuando por las partes altas y entre el bosque de encinas, sintió disparos. Vio al instante alzarse desde estas encinas un grupo de palomas que, en segundos, surcaron el aire por encima de él y se  alejaron barranco abajo en la dirección en que corren las aguas del río. Le pareció ver que entre este grupo de aves, no volaba la que él ya conocía. Y sintió deseos de llamarla pero no sabía de qué manera hacerlo. Esperó un poco y de nuevo sintió explosiones de disparos. Siguió esperando y pasó el tiempo. Pasó bastante tiempo y el ave que a él le gustaba, no aparecía por ningún lado. No apareció aquel día ni tampoco al siguiente ni en los venideros días. Él esperó su presencia paciente y también lleno de cierta tristeza y al final, se resignó. Llegó a pensar que ya nunca más volvería a tener cerca de él el ave con plumas color ceniza y en el cuello algo brillantes.

 

Pero en su corazón, cada vez que a este lugar se acercaba y por las noches cuando soñaba, revivía la experiencia del ave comiendo granos de maíz en sus manos, sentía correr por sus venas un sentimiento dulce y amargo. Como si echara de menos, como si no pudiera olvidar de ninguna manera, algo muy hermoso que ya nunca volvería. Con nadie compartía esta experiencia que, según iba pasando el tiempo, se mantenía viva y con mucha fuerza dentro de sí. Se le había muerto para siempre algo muy hermoso y amado. Lo fue comprendiendo poco a poco y según los días pasaban.

 

Desde la misma roca sentado ahora y ya muchos, muchos años después, rememora estos recuerdos y sigue mirando hacia lo hondo del barranco por donde el río se desliza. Sabe que por ahí se mueven, buscan alimento vuelan y van y vienen, los patos silvestres. Animales hermosos que ajenos a muchas personas, llenan de nobleza y embellecen los paisajes y rincones por donde se mueven.

 

Mira al frente y un poco hacia el levante y algo lejos ve los paisajes de los pequeños cerros. Y a su memoria acuden los recuerdos. La imagen de aquella noche, se le quedó grabada en el alma y no la puede borrar de ninguna manera.

 

Eran momentos en los días calurosos a mitad del verano. El sol se había ido ya hacía bastante rato y la noche, con su sombra, cubría los paisajes, solo en el cielo brilla la luna casi por completo redonda y a los lados y en profundidad, Titilaban las estrellas. Se oía  el silencio de los bosques y se oía el paso y ramoneo de la manada de animales que guardaba con el padre. Sin decir palabra, junto al padre esperaba. Siempre esperaba y en aquellos momentos y a su edad, no sabía qué. Pero siempre esperaba y aquella noche llena de estrellas y silencios, la espera se le hizo urgente.

 

Preguntó al padre:

- ¿Cuándo nos vamos?

- A estas horas de la noche y con el fresco, es cuando los animales buscan más cómodamente su alimento. Tardaremos todavía un buen rato en irnos de aquí.

Y como sentía urgencia, no sabía por qué, de nuevo dijo al padre:

- Pues yo necesito irme.

- ¿A dónde quieres irte? Nosotros, en ninguna parte del mundo tenemos un lugar propio ni nada que hacer.

- Luego te cuento.

 

Y sin más, buscó la senda que ladera abajo descendía hacia el río segundo. Caminó decidido apartando el monte y atravesando la oscuridad de la noche y al llegar al río, cruzó el cauce. Por la orilla opuesta, siguió recorriendo la muy borrosa y sinuosa senda. Hasta que alcanzó la corriente del río más caudaloso y largo. No continuó por el borde de este cauce sino que, por la ladera de jaras, retamas, aulagas, pequeños arbustos y encinas, siguió una nueva sendilla aún más desdibujada y estrecha. Ya desde aquí adivinaba a lo lejos, muy atrás y hacia el lado del levante, el cerro por donde el padre se había quedado cuidando a los animales. Y al mirar hacia este lugar concreto, la oscuridad le impedía ver las formas en la distancia, esperaba encontrarse con la figura de la luna. Sabía que por las altas cumbres lejanas, este astro no tardaría en asomar. Deseaba llegar a tiempo y no sabía para qué.

 

Remontó un promontorio del terreno y al mirar hacia el lado derecho, con el primer resplandor que la luna comenzaba a derramar por los paisajes, los vio. Se quedó parado, los sintió hablar, esperó para ver qué hacían y para dónde iban y luego notó que estaban como perdidos. Dejó  que avanzaran y cuando se encontraban casi a la altura de él pero en dirección contraria, vio que se pararon. Escuchó atento y oyó:

- Necesitamos que alguien nos ayude porque estamos perdidos.

Avanzó un poco hacia ellos y creyendo que lo estaban viendo, dijo:

- Yo estoy por aquí y puedo ayudaros en lo que necesitéis.

No muy sorprendidos, ellos se acercaron y al momento le preguntaron:

- ¿Quién eres tú y qué haces por aquí?

Y a su vez, como respuesta él les preguntó:

- ¿Y vosotros quiénes sois y a dónde vais?

- Nos han dicho que esta noche hay luna llena. Queremos verla coronando las torres del gran palacio del sultán. Y el lugar más apropiado para ello, nos han dicho que es en la curva del río donde anidan los patos silvestres.

 

Al oír pronunciar la palabra patos silvestres, el temor le brincó en el corazón. Porque intuía, que cuantas más personas aparecieran por este trozo del río, peor sería para las pequeñas aves silvestres. Y él, no sabía por qué pero al igual que le había sucedido con la paloma torcaz, le ocurría ahora con estas aves. Las vio aparecer por aquí una tarde de invierno y desde entonces se quedó prendado de su belleza y libertad. En su corazón deseó que se quedaran, que hicieran sus nidos, que nacieran los polluelos, que surcaran las claras aguas del río y que llenaran de armonía y luz todos estos paisajes.

 

Con resplandor de los primeros rayos de la luna apareciendo por las crestas de los montes, se fijó en los que acababan de encontrar y ahora tenía cerca de sí. Eran cuatro, todos muy jóvenes y, como en el centro del grupo, ella. Parecía casi de la misma edad que los tres pero lo que enseguida captó  su atención fue el reflejo de su cara, el tono dorado de su pelo, sus manos y hermoso cuerpo. Una singular belleza que nunca antes había visto y por eso sintió un atractivo especial hacia ella. Y fue ella la que precisamente dijo:

- El monte que hemos venido atravesando, me ha arañado las piernas.

Miró él y pudo distinguir que en sus piernas se veían arañazos. Dijo a ella pero como informando a los que le acompañaban:

- Conozco el manantial de la hondonada y no está lejos de aquí. Os puedo guiar hasta ahí para lavar las heridas de tus piernas y, si tenéis sed, saciarla.

- Vamos contigo.

Dijeron sin más y ella como confortada.

 

Por la sendilla que remontaba, él comenzó a caminar. Le siguieron los cuatro y ella, muy cerca de él, como buscando su protección. No tardaron en llegar al manantial de la hondonada. Brotaba el agua, fresca, limpia y rumorosa y todo el entorno olía a humedad y a romero. Le pidió ella que le refrescara los arañazos de sus piernas y al sentir la sensación del agua fría, exclamaba:

- ¡Qué alivio!

Nada dijo él pero sí experimentaba en su corazón una paz y gozo como nunca antes había sentido. Los tres bebieron en el borbotón  del manantial y luego, dijeron:

- Nosotros queremos ver la luna desde las orillas del río, alzada por encima de las torres del palacio del sultán. ¿Tú nos acompañas?

- Yo también quiero ver la luna sobre el fondo del cielo y como colgada por encima de las torres del palacio del sultán y de la gran ciudad. Pero quiero hacerlo desde un mirador particular que en estos lugares tengo.

Ella dijo:

- Será bonito tu mirador particular pero nosotros queremos ir al río. Porque creemos que también será bonito ver a los patos silvestres surcando las aguas de este cauce a la luz de la luna.

 

Nada dijo él a estas palabras. Les indicó por dónde descendía la senda para bajar a las aguas del río y los despidió. A la luz de la luna que ahora ya brillaba con más fuerza, ella lo miró y le dio las gracias. En su corazón él  sitió la emoción y también un poco el deseo de volver a verla. Durante unos segundos, mientras comenzaban a descender por la sendilla y a perderse poco a poco entre el monte dirección al profundo surco del río,  los estuvo siguiendo con sus miradas. Pasado unos minutos más, bebió  unos tragos de agua, lavó sus manos y comenzó a caminar por la senda que, desde aquí y a su derecha, avanzaba hacia el mirador que conocía.

 

En no mucho tiempo, llegó a la roca donde días atrás, había dado de comer a la paloma torcaz. Aquí detuvo sus pasos y miró de frente hacia el barranco del río, a las siluetas de las montañas y casas de la ciudad al otro lado de este cauce, a las torres del palacio del sultán y a la luna ya bastante alzada sobre estas torres. Pensó  en los que había dejado atrás descendiendo ahora por la senda hacia el río y los imaginaba ya tocando las aguas. Pensó en los patos silvestres y los imaginó buscando alimento por las aguas de este río o durmiendo al borde de alguno de los arcos. Y pensó en la luna y las estrellas en el firmamento, reflejándose en los espejos de las aguas de estos charcos. La imaginó a ella por aquí jugando y sintió como si todo de pronto por el lugar, se hubiera convertido en un paisaje mágico.

 

Sobre la más alta torre del palacio del sultán, se fue colocando la luna. Redonda por completo y derramando olas de un intenso color dorado. Por eso todo el bosque de la ladera, desde donde estaba sentado hacia el río, a su derecha y a la izquierda, parecía que se había teñido de oro. En la ciudad que, al otro lado del cauce ladera abajo caía hacia el río, parpadeaban amarillentas luces. Y parecían silenciosas aunque irreales, las calles que casi en línea recta se dibujaban hacia el río o ascendían hacia la parte alta por donde el gran palacio del sultán. El airecillo que corría, por momentos se iba notando más fresco. Seguía regalando olores a todas las plantas que por estos terrenos crecían y seguía regalando misteriosos y sobrecogedores silencios. Ni siquiera era capaz de saber, lo que en su corazón sentía ni lo que, en el fondo, necesitaba y apetecía.

 

Pero sí le urgía algo: el deseo de irse. Irse no sabía cómo ni a dónde pero su alma le pedía a gritos marcharse. A lugares desconocidos que ni siquiera podía imaginar y encontrarse con lo que tampoco su mente era capaz de comprender. Y no deseaba llevarse consigo su cuerpo para no tener necesidad de nada material en aquellos espacios o lugares que apetecía. Algo así como había visto en sueños en varias ocasiones. Volar libre por el espacio como fundido con el viento, sin sentir peso ni dolor ni frío ni hambre y surcar los espacios e ir a lejanías que intuía hermosas, muy hermosas.

 

Sin dejar de mirar fijamente a la luna sobre las altas torres del palacio del sultán, recostó su cabeza en la roca que le servía como de mirador. El viento seguía regalando fresco y el perfume de las aguas del río. Se quedó dormido y tuvo un sueño. Vio como la luna, poco a poco, se descolgaba para el lado del poniente. Iba perdiendo brillo y esto daba lugar a que en el cielo se dejaran ver un buen número de estrellas que reducían con fuerza.

 

Sintió los gritos de los gansos que, por el curso del río, los charcos y la corriente, pacientemente acompañaban al grupo de patitos con su madre. Y al oír estos graznidos, su corazón se sobresaltó. Miró hacia el surco del río y vio como, de la curva y los charcos, se alzaba lentamente una pequeña bandada de aves. Eran patos, los ánades de la bandada que tanto apreciaba. Y eran siete. Alzaban vuelo desde las aguas del río y como orientado hacia un punto muy concreto, se elevaban por los aires. Alejándose veloces de la hondonada de este río, de las casas de la ciudad, de los paisajes de estas montañas, e incluso, de territorios desconocido para él.

 

En la oscuridad de la noche y dentro de su sueño, veía perfectamente a esta pequeña bandada de ánades reales elevándose cada vez más como hacia las estrellas que titilaban en las lejanías del universo. Y vio con toda claridad, como en el centro de la pequeña bandada, también surcaba el aire y se alejaba con estos ánades, la joven a la que momentos antes, había lavado las heridas de sus piernas. Como en forma de hada o princesa que fuera escoltada por majestuosos corceles o príncipes. Se dijo: “Se marchan a las estrellas. Los ánades del río y ella, se marchan a las estrellas en esta noche de luna llena. Los estoy viendo y ahora quisiera irme con ellos”.

 

Sintió en este momento una voz que le decía:

- Venga, despierta y levántate que ahora sí regresamos. Los animales han ramoneado ya lo suficiente y la noche está muy avanzada.

Se despertó y tal como estaba acostado, abrió sus ojos. Vio cerca de él al padre que lo miraba. Dijo:

- Antes de irme de aquí, tengo que bajar al río. Quiero ver lo que ha pasado con los ánades que en los charcos nadan.

Y el padre le argumentó:

- Mañana cuando volvamos por aquí para llevar a los animales a los pastos de la montaña, pasaremos por los charcos del río. Sin prisa miraremos a ver lo que ha pasado con los patitos que nadan en las aguas de esos charcos en la curva del río.

 

Sin pronunciar más palabras, se incorporó y poco a poco se fue alejando de este lugar en compañía del padre y de los animales. Ni con el padre en estos momentos ni después ni nunca, comentó con nadie este sencillo y hermoso sueño. Pero según pasaban los días, los meses y los años, tampoco en ningún momento podía borrar de su alma la sensación que había vivido en la noche de luna llena y en este rincón de los paisajes de su infancia.

 

Pasó el tiempo, mucho tiempo y envejeció. Sentía que, como a tantos, su tiempo y en este suelo se iba acabando. Por eso hoy volvía. Era verano y hacía mucho calor. A estas horas del día, el sol caía hacia el lado de la tarde, la hierba en las laderas y tierras llanas por la montaña, se veían secas. Cantaban las chicharras y los paisajes desprendían una quietud casi de piedra. Olía a romero el aire, a tomillo, lavanda, cantueso mastranzos y mejorana y el color de las encinas era gris intenso. Verdes oscuros se veían los lentiscos, jaguarzos,   jaras y aulagas.

 

Sabía él que por la noche, la luna saldría por las crestas de las altas cumbres, completamente llena. Y sabía que en el cielo brillarían  las estrellas y, estas dos cosas, le emocionaban. Casi su vida entera palpitaba en estos recuerdos. Varias veces le habían dicho ya que en las noches de luna llena, cuando ésta se coloca justo encima de la torre más alta del palacio de sultán, pueden ocurrir cosas maravillosas.

 

 

Reflexionó: “Esta noche, quiero verla una vez más jugando en una de las estrellas que brillan en el firmamento. Quiero volver a verla y, si fuera posible, irme con ella”.

 

          Mi última oración


 

           Navidad 2019

           Los lugares, los paisajes que fueron escenarios de los juegos en nuestra infancia, serán siempre para nosotros, los más hermosos mundos del universo. El cielo real y para siempre en el alma de cada persona. Por eso, al llegar la Navidad, todos, queriendo y la mayoría de las veces sin desearlo, volvemos a los escenarios y vivencias de nuestra niñez. Indica esto que quizá nada sea más valioso en la vida de cada persona. Con el paso del tiempo y más cuando llegan estas fechas, caemos en la cuenta y descubrimos con fuerza la realidad que acabo de comentar. Y matizo que la Navidad es como entrar a lo más profundo del corazón y ahí encontrarse, abrazar y saborear, lo más limpio y bello de nuestros primeros sueños.

 

          Tú te viniste junto al fuego, te recostaste sobre la hierba, la noche fue llegando y sobre tu lomo y blanco pelo, recosté mi cabeza. No tardé en quedarme dormido y enseguida mi mente se puso a soñar. Y en este sueño, delicioso y a la vez extraño y algo doloroso, vi y viví lo siguiente: era también otoño y la Navidad no estaba muy lejos. Según el sol se iba ocultando tras las montañas en el horizonte lejano, el cielo se llenó de espesas nubes. El frío se hizo muy intenso y antes de que la oscuridad de la noche llegara plenamente, la nieve comenzó a caer.

 

          Desde mi ventana, miré durante un rato. En la tranquilidad de la noche e iluminados por los reflejos de las luces en la calle, contemplé en silencio los copos de nieve cayendo. Espesos y como jugando a dormirse en las hojas del acebo, en las ramas de los árboles, sobre la hierba y el pequeño huerto a mis espaldas. Sentía que todo era hermoso a la vez que extraño, un poco melancólico, profundo y lleno de misterio. A mi mente acudieron los recuerdos y fueron tantos, todos muy importantes y enormemente deliciosos a la vez que tristes, que me sentí superado y trascendido.

 

          Quizás por esto y como todo transcurría en sueño y en los sueños tú ya sabes que las cosas ni tienen lógica ni escenarios concretos ni tiempo real, comencé s verme por entre la nieve y los caminos. En el corazón mismo de uno de los paisajes más hermosos de este planeta: las montañas que recorrí a lo largo de muchos años y que se me hicieron paisajes inmortales en mi corazón y alma. Me vi subiendo por el camino que desde río remonta lentamente trazando curvas hasta el agudo monte del castillo. Nadie me acompañaba. Era de noche pero desde lo más hondo de mi ser, todo se me presentaba con la claridad del día más luminoso. Era de noche, nevaba copiosamente, no hacía frío ni viento, todo estaba muy en calma y en silencio, al frente y muy elevada, me saludaba la montaña con el castillo en todo lo alto y el momento era realmente especial. Era exactamente la noche de Navidad.

 

          Mis manos no estaban frías, tampoco mi cara ni mis pies y me sentía como si mi cuerpo no pesara. Como si, aunque seguía perteneciendo a esta tierra, no fuera así. Por eso avanzaba pisando la nieve que tapizada la estrecha senda por entre el monte y por eso ni esta nieve ni el monte eran obstáculos para mí. Ardía en mi interior el deseo de alcanzar la cumbre del monte donde el viejo e imponente castillo se alzaba. En este momento y en esta noche, sentía que era especialmente importante para mí, situarme en este punto de los paisajes y del mundo.

 

          Rocé, por mi derecha, el acantilado rocoso y me encontré de frente con la pequeña cueva. Cavidad rocosa donde, años atrás, había pasado los últimos días de vida una persona muy querida. Vivía solo, apenas tenía ropa, cogía el agua del pequeño manantial a los pies de la roca, guardaba algunos alimentos en las repisas de las paredes de la cueva y en un rincón, encendía fuego. Para calentarse en los días de invierno y para asar bellotas, castañas y setas en los días del otoño.  En la torrontera, por el lado de debajo de la cueva, Tenía un pequeño huerto. Tanto en verano como en otoño, invierno y en primavera, en estas tierrecillas sembraba algunas cosas. Y en las paredes de la rústica cueva, al lado derecho, En la pura roca, había tallado  algunos caracteres. 大头哈 西尼亞

 

          Un día le pregunté y me dijo:

- Esto es algo tan personal que nunca he compartido con nadie. Pertenece un trozo de mi vida que considero tan importante, que en este trozo del tiempo y vivencia, estoy contenido todo y la eternidad en la que creo.

- Precisamente por lo que me dices y de la manera en que me lo dices, en mi corazón arde el deseo de saber más sobre este trozo de tu vida.

- Quizás te cuente un día porque ahora no creo que sea el momento. Sí te digo para que lo tengas en cuenta por si algo en algún momento puede servirte, que el alejarse de las personas y perderlas para siempre cuando aún tenemos vida en este suelo, es una desgracia. Una gran desgracia que nos hace más pequeños y miserables dentro del gran plan del universo y la eternidad. Las personas, cuando aún  estamos en este mundo y respiramos el aire que nos regalan, nunca deberíamos dejar de querernos unos a los otros. Nunca deberíamos distanciarnos ni perdernos para siempre. Es un fracaso triste si esto sucede.

Y no insistí más ni tampoco le hice ninguna pregunta aquel día ni en los que siguieron.

 

          En la misma puerta de la rústica cueva, crecía un arbolito que siempre estaba verde. Era un acebo. Todos los inviernos este arbolito se llenaba de bayas rojas y en sus ramas, desde primeras horas del día hasta media tarde, siempre descansaba una pequeña bandada de gorriones. Como compañeros y amigos fieles que, de alguna manera, parecían querer dar compañía a este hombre. En el centro de este arbolito, en las ramas interiores y partes bajas, también con mucha frecuencia revoloteaban mirlos. Cantaban mucho según la primavera iba llegando y hacían sus nidos entre estas ramas. A él le gustaba mucho la presencia de estas aves y por eso nunca las molestaba. Al contrario: de vez en cuando, les daba algo de comer y procuraba no asustarlas para que se sintieran cómodas. Su presencia era como una compañía muy especial.

 

          Desde el día que hablé con él lo de los signos grabados en las paredes de la cueva y a lo largo de bastante tiempo, compartimos horas silenciosas, pasos por las sendas de estas laderas y montañas. Cargando en su borriquillo ramas secas del monte, hortalizas y frutas de su huertecillo, hierbas y otras cosas recogidas por las tierras de estos lugares. Era hermoso verlo  solitario ir y venir recorriendo las sendas en compañía de su pequeño y humilde borriquillo. En los días calurosos, en los días de lluvia, en los días del otoño, en los días perfumados de flores de romero en primavera y en los días de nieve en invierno. Era hermoso verlo  siempre al lado de su borriquillo surcando los caminillos de estas montañas.

 

          Y con frecuencia, cuando nos parábamos a descansar en alguna curva de los caminillos y nos sentábamos en las rocas frente a las altas crestas al lado del levante, me decía:

- Si cierras los ojos y meditas, puedes ser capaz de sentir la más hermosa de las experiencias. Relaja tu cuerpo, deja en blanco tu mente, afina el oído y escucha. Escucha el silencio, siente la caricia del vientecillo rozando la piel de tu cara, deleita tu alma con el aroma de los romeros en estos lugares, déjate perder y vuela por las profundidades del universo sin límites y sed consciente del placer de esta realidad. Es la más hermosa de cuantas experiencias pueda experimentar el ser humano. Diluirte en la quietud y serenidad bañado y abrazado por el silencio, es la realización máxima de una persona. La oración perfecta, el encuentro y posesión del placer más profundo, el dominio del universo más hermoso y la placidez de estar aceptado y abrazado por el Dios creador de todo.

 

          Estas cosas me decía y a cada momento notaba que quería enseñarme el camino a esta tan íntima oración. Lograba yo entender un poco pero al mismo tiempo, era consciente de mis limitaciones. Un día, dejé de verlo. Al llegar a su cueva, no lo vi, lo esperé y no llegó, lo busqué por todos estos lugares y no lo encontré. El silencio se hizo en su cueva, el tiempo poco a poco fue llenando de telarañas, musgo,  ramas de hiedra y humedad, las rocas de esta cueva suya y en las piedras de las paredes, permanecían tallados los caracteres enigmáticos que nunca me reveló. Llegué a descubrir que era el nombre de una persona pero nada más pude  averiguar.

 

          Continúo ahora hacia mi lado izquierdo siguiendo la sendilla que lentamente va remontando al collado por donde aparecen las primeras casas del pueblo. Por aquí hay más cantidad de nieve pero no me preocupa. La nieve, la lluvia, el frío, el viento, el sol, las nubes, la soledad de estos lugares, el olor a monte y a flores de romero, siempre me han gustado y me seguirán gustando. Tengo muy claro que es parte del gran tesoro que espero encontrar el día que me marche de este suelo. Porque me marcharé como tantos se han marchado desde que este planeta existe y tantos aún más se irán marchando poco a poco cada día.

 

          El hombre de la cueva, trazó por aquí una pequeña acequia. Para encauzar y llevar un hilillo de agua a las tierras de sus huertecillos. Junto a esta acequia, crecía y aún sigue creciendo una encina centenaria. Un árbol majestuoso que todos los años a llegar estas fechas, deja caer de sus ramas frutos muy buenos. Bellotas gordas que él recogía y asaba en la lumbre de su cueva. Muchas veces compartir con él esta experiencia y también la recogida de madroños por estas fechas. En esta pequeña acequia,  crecen madroñeras centenarias, algunas higueras, la encina que he dicho y majoletos. Conforme ahora voy andando, al pasar por debajo de las ramas de la encina, miro y encuentro algunas de estas bellotas. Ya se han desprendido de sus cascabillos maduras y, por entre la nieve, me las encuentro. Recojo un puñado y me las voy comiendo mientras continúan avanzando. Igual que hice muchas veces en compañía del hombre de la cueva y también en compañía de los niños del valle de los olivos.

 

          Es lo que a mi mente viene justo en el momento en que remonto al collado. Tiempos atrás ya hace muchos meses incluso años, por este collado y en este rincón del paisaje, jugamos, caminamos, íbamos y veníamos en grupo. Ellos, los niños de uno de los pueblos de estos lugares, eran felices y se sentían libres. Yo era aún más feliz y me sentía orgulloso. Pasó el tiempo y estos niños lo mismo que el amigo de la cueva, fueron alejándose de mi vida. Nunca los olvidé pero ellos y yo, dejamos de juzgar por estos lugares. Nos distanciamos con el paso de los años y nos perdimos los unos a los otros casi para siempre.

 

          Al llegar a este collado, a mi mente acuden estos recuerdos y, aunque hago un esfuerzo, no puedo comprender del todo ni tampoco puedo evitar sentirme triste. La nieve sigue cayendo en gran cantidad, la noche avanza hacia su centro, no siento frío y me noto abrazado y rodeado de un densísimo silencio. Y aunque la nevada es copiosa y la noche está casi en su centro, la claridad lo inunda todo. Como si una tenue y a la vez delicada luz, manera de las nubes que están dejando caer los copos de nieve y lo iluminara todo.

 

          Sigo avanzando y me vengo ahora, desde el collado, hacia el lado izquierdo. Camino un poco pisando la nieve y me encajo en lo más alto del pequeño mirador. El recogido mirador que, sobre la pura roca, se asoma al gran barranco y al enorme monte al frente. Fue exactamente aquí donde los niños también jugaron mucho a lo largo de las tardes y mañana y fue también exactamente aquí donde, aquel año que yo te traje conmigo a este pueblo, nos paramos a descansar. Sin pronunciar palabras,  miramos durante un rato a un lado y otro y al pueblo rebosándonos por detrás. Ahora recuerdo aquel momento y mi corazón tiene nostalgia. Todo fue sencillo pero como era sincero, tenía su limpia belleza y por eso en este momento, lo recuerdo con tanta fuerza. Como si las vivencias de aquellos días, las de los niños del valle de los olivos y las que compartí contigo cuando con el filósofo veníamos a este pueblo en los veranos, ahora fuera mucho más grandes y hermosas que todo el presente que vivo.

         

          Pero lo sé: el tiempo desde su silencio y la inmensidad, llega imperceptible, avanza imperceptible, se aleja imperceptible y ya nunca más permite el regreso al pasado. Como si diera a entender que el presente es el único instante en el que podemos construir, hacer o deshacer según nuestra voluntad. Antes del presente, no somos dueños de nada y después del presente, solo nos quedan los recuerdos. Casi siempre mundos hermosos, alegres o tristes, en los cuales ya no tenemos capacidad de vivir, hacer o deshacer según nuestra propia voluntad.

 

          Con el paso del tiempo, con las ilusiones que este paso del tiempo fueron despertando en mí, con los sueños que tuve y realicé o no, he aprendido algunas de las cosas que te estoy diciendo. Y ahora casi llego a la conclusión que este aprendizaje me sirve para ver con más exactitud el valor que tiene el presente que vivo y el valor que puede tener el futuro que me espera. Porque soy también consciente que la meta final la tengo cerca. Y soy también consciente que mientras he venido caminando hasta este punto concreto, me he ido poco a poco quedando desnudo. Desnudo de amigos, desnudo de personas conocidas, desnudo de sueños, desnudo de sendas y lugares, desnudo de juventud y hasta desnudo de fuerzas. Por eso te repito que soy consciente de que la meta final la tengo cerca y de que el tiempo en este planeta, para mí ya es corto, muy escaso.

 

          Durante bastante rato, me he quedado quieto, meditando y observando en lo más alto de este mirador. Dejando que la nieve caiga sobre mí, sintiendo el frío del ambiente, dejando que los recuerdos empapen mi alma y corazón y dejando que mi mente abarque lo que pueda, la trascendencia de este momento y lugar. Luego, pisando el cada vez más espeso manto de nieve y con la seguridad que me da el resplandor de los paisajes, me giro hacia el lado del pueblo. Camino y empiezo poco a poco a subir. Tú bien sabes que este pueblo está exactamente en lo más alto de una pequeña montaña. Por eso yo, cuando en otros tiempos escribía sobre estos lugares, siempre hablaba de este núcleo de población como el “Pueblo de las Cumbres”. El de las casas blancas como colgadas en las rocas y en la ladera y el de las calles empinadas con el castillo en todo lo alto. Tú conoces bien este lugar. Despacio, cada hora y cada día, pisamos los caminillos, calle y rincones de este blanco pueblo. Y para disfrutarlo más, lo escribí. Nació de aquí un bonito y curioso libro que ha quedado para mantener tu recuerdo y algo el mío.

 

          En el silencio de la noche y por entre la blanca nieve, avanzo calle arriba. A mí derecha me va quedando el lugar donde en aquellos días nos juntamos varias veces con un amante de estos rincones. Un hombre mayor que varias veces invitó al filósofo y a mí con él, a comer en este restaurante. Fue muy generoso este hombre y por eso ahora lo recuerdo y se lo agradezco. Y además de generoso, fue amable y escuchó con atención y respeto todas las palabras que salían de la boca del filósofo.

 

          El filósofo, hombre bueno, delgado, barbas blancas y alto, hablaba mucho y siempre pronunciaba palabras extrañas. Parecía anunciar y soñar escenarios que nada tenían que ver con la vida real en este planeta. Pero el filósofo, era un hombre bueno, muy bueno. También un día se fue de este mundo como te fuiste tú pero en aquel momento, cuando el hombre bueno nos invitaba comer en este restaurante ahora a mi derecha, él hablaba y hablaba dando la impresión de no estar en este mundo real. Y me admiraba y sigue admirándome el respeto con que las personas siempre lo escuchaban. Sus palabras parecían anunciar la belleza más limpia que hay en los corazones de las personas y en las profundidades del universo. El filósofo era un hombre bueno, muy bueno.

 

          Sigo avanzando y ahora recuerdo que justo aquel verano que conmigo te traje a este pueblo, cuando entrábamos por aquí en busca del corazón de este blanco núcleo de viviendas, el filósofo lo hacía montado en tu lomo. Como un caballero de los tiempos antiguos, enjuto, barbas blancas, pelo también largo y blanco, figura hermosa y piernas largas. Era don Quijote pero montado no en Rocinante sino en ti: un hermoso burro blando y noble. Y conforme íbamos subiendo esta calle hacia el corazón del pueblo, la gente nos miraba y a mí no me importaba. Tú caminabas muy seguro y yo lo hacía pegado a tu cuello. El filósofo era el rey, tú el trono y yo el humilde acompañante pero tu amigo amante de lo bello. Una escena extraña pero muy sincera y curiosa que a la gente le llamaba la atención. Pero la gente nos conocía y por eso nos recibieron con agrado.

 

          Atravieso ahora yo el arco que da entrada al corazón del pueblo con la misma solemnidad con que lo hicimos aquel día. Aquel día era pleno verano y hacía mucho calor. Ahora es pleno invierno, noche cerrada en nubes y nieve porque es exactamente la noche de Navidad y nieva. La nieve se  extiende por la calle como una alfombra de algodón recién lavado y el silencio es profundo. En aquel momento, por aquí las personas estaban sentadas frente al valle y frente a las cumbres de los montes observando los paisajes y observando nuestra llegada. En este momento y noche silenciosa llena de nieve, nadie hay por aquí. Solo el silencio, la nieve cayendo lentamente, el titilar de algunas luces algo amarillentas y, según avanzo, a mis oídos comienzan a llegar el murmullo del agua del pilar de piedra. El gran pilar imperial que justo delante de la casa donde nos quedamos a vivir, se encuentra.

 

          Al llegar aquel día, como hacía mucho calor y tú venías casi agotado por la subida de la calle encuesta y por el peso del filósofo en tu lomo, antes de entrar a la casa, bebiste largos tragos de agua fresca en este pilar, antiguo monumento construido en piedra y  muy importante en este pueblo. A la sombra del árbol que cerca del pilar crece, te dejé por un momento. Acompañé a filósofo y entramos a la casa. Una pequeña vivienda casi en la misma puerta de la grandiosa iglesia construid también en piedra. En la planta segunda y en la habitación que ofrece una ventana justo al pilar histórico, se acomodó el filósofo. En la planta tercera y en la habitación que da al tejado de la iglesia, me instalé yo. Hacía mucho calor y por eso las chicharras cantaban. Esta noche, la nieve y el silencio, es otro mundo.

 

          Al poco dejé la casa, me acerqué a ti con la intención de seguir. Desde la sombra del árbol, me mirabas con ojos de asombro. Ahora esta noche de nieve y hondo silencio, al llegar a este pilar, me lo encuentro solitario. Con su chorrillo de agua cayendo lentamente en el mismo centro del pilar, con los puñados de nieve sobre el brocal de este pilar y con algunos carámbanos de hielo colgando a los lados del chorrillo de agua. La ventana de la habitación donde se instaló el filósofo, está cerrada está cerrada la puerta que da entrada a la casa, está cerrada la puerta de la iglesia y están cerradas casi todas las puertas de las casas en este pueblo. También las ventanas y de algunas chimeneas, brotan pequeños hilos de humo. Huele a leña quemada, a setas y a castañas asadas. El silencio es total, las calles están tapizadas de nieve e hielo, a nadie, absolutamente a nadie se ve por ningún lado y la amplitud de los paisajes por el valle de los olivos y las montañas en el horizonte, parecen reflejar un mundo por completo desconocido para los humanos. Como si hubieran transcurrido muchos, muchos siglos y ahora mismo los escenarios son como fantasía o sueños en el corazón de un infinito universo. No tengo frío ni hambre ni necesidad de nada. Sé que estoy abrazado y protegido por el Dios que he llevado en mi corazón a lo largo de todos los días de mi vida en este suelo. No tengo miedo ni frío ni hambre. Y, a pesar de todo, mis ojos, mi alma y mi corazón, solo están contemplando belleza.

 

          El árbol donde tú descansaste a la sombra, sigue aquí pero esta noche está muy decorado. Lo han decorado con bombillas de colores y en todo lo alto han puesto una estrella luminosa. La nieve decora sus ramas y los copos que caen, delicadamente juegan con el resplandor la estrella brillante. Es Navidad y las personas hacen estas cosas, decoran las casas, calles y árboles para crear ambiente. Quieren que, de alguna manera, su pueblo esté bonito en estos días de Navidad. Para disfrutarlo y animarse ellos y para que lo disfruten y se animen los que por aquí vengan en forma de turistas. La Navidad, tiene estas cosas y despierta estos sentimientos y deseos.

 

          Pero aunque el árbol sigue aquí y también la fuente y la pequeña casa donde pasamos unos días el filósofo y yo, ahora tú no estás, no está el filósofo, no está el hombre mayor que nos invitaba a comer y las calles están solitarias. Tampoco ya se encuentra en este pueblo el hombre encorvado que tenía su huertecillo por debajo de la fuente del prado. Por donde el arroyuelo y en lo más hondo, él sembraba tomates, pimiento, berenjenas, hierbabuena y perejil. En aquel verano y en otros después, el hombre encorvado, todas las mañanas bajaba a su huertecillo, recogía la cosecha y luego la dejaba en la tienda de la plaza del pueblo. Aquí las personas compraban los tomates de su huerto y los pimientos y él era feliz con las pocas monedas que ganaba. Era muy mayor y por eso un verano ya no estaba. Murió como fueron muriendo otros muchos que también conocimos en las casas de este pueblo. El hombre encorvado, tenía su casa justo por detrás de la iglesia en un pequeño rincón. En la puerta de esta casa suya pasé varias tarde charlando largamente con él y respirando el fresco que subía del valle de los olivos.

 

          Él me dijo que también ya hacía mucho tiempo que había muerto el hombre de los perfumes. Era un hombre mayor que, todos los veranos, recogía plantas aromáticas por las laderas de las montañas. En un alambique muy rudimentario, destilaba estas plantas y sacaba esencias. Un año me regaló cinco litros de estas esencias. Los niños del valle de los olivos y yo, llegamos a este rincón y al saber que él tenía esencias de tomillo, lavanda, mejorana y otras plantas, me emocioné. Y como se percató de mi interés por estas esencias, sin más, me regaló cinco litros de la más pura y delicada esencia de estos montes. Se lo agradecí mucho y guardé con gran cariño a lo largo de mucho, mucho tiempo el preciado líquido que me había regalado. Sabía que era algo muy especial que en ningún rincón del mundo ni nunca nadie podría encontrar. Después de tanto tiempo, aún conservo un poco de aquellas esencias. A lo largo de los meses y años, fui  regalando a los conocidos y amigos, pequeños fresquitos de estas esencias. Como un tesoro singular de las montañas que tanto recorrí a lo largo de muchos, muchos años.

 

          Ahora esta noche, siento que ya no están por aquí ni el hombre de las esencias ni los niños ni el hombre del huerto de los tomates ni el hombre de la borriquilla ni el que nos invitaba a comer al filósofo y a mí. Solo el silencio y la nieve parecen ser los dueños de este singular pueblo en lo más alto de la montaña y en esta noche. Solo esto y ahora mismo mi presencia por aquí y mi corazón y alma llena de recuerdos. Como si ya todos y todos se hubieran ido a los confines del tiempo y como si nada ahora fuera valioso excepto la nieve, el silencio, la claridad de la noche aún estando nublada y la extraña y a la vez delicada sensación de saber que es Navidad. Navidad en su centro más real en un lugar espléndido y misterioso donde siento que nada me pertenece aunque esté ahora mismo aquí.

 

          En el pilar lavo mis manos, bebo un sorbo de agua, echo una mirada a la pequeña casa donde descansó el filósofo, a la fachada de  la iglesia, al árbol repleto de luces de colores y continuo. Avanzo por la calle que es la principal del pueblo y que lo divide en la parte alta y parte baja y me voy acercando al prado de la fuente. A mí derecha y coronando, empiezo a ver las murallas del castillo. A mi mente vienen los paisajes por donde los pozos de la nieve, prados de la borriquilla que fue tu amiga. Su dueño, también hombre bueno y natural de este pueblo, tuvo un accidente cuando con su borriquilla iba al huerto en la hondonada. El animal se asustó al salirle, en una curva de la senda, una manada de cabras monteses. Dio un respingo y el hombre bueno cayó al suelo, rodó por la ladera y murió pocos días  después. Y poco después también desapareció de aquí su borriquilla. Último animal asno en este pueblo y territorios cercanos.

 

          Pero ahora, según me voy acercando al prado de la fuente, te recuerdo y me recuerdo. Aquella noche te dejé por aquí en libertad. Sobre el pasto y a la luz de la luna, dormí yo cerca de ti acompañado del tintineo de la cencerrilla de la borriquilla que fue tu amiga. Fue una noche muy especial porque dormí cerca de ti, frente a las estrellas y abrazado por el hondo silencio,  el canto de los grillos y los ladridos de los zorros. Esta noche, según voy llegando, comienzo a oír el rumor del agua de la fuente. Veo las tierras de la pradera y lo que observo es una amplia sábana totalmente blanca y mullida. La nieve aquí se ha derramado generosamente. Y hasta me parece que esta nieve y el hondo silencio, ignoran tu presencia y la mía en la noche de aquel verano por aquí. Me parece que esto es así y no puedo hacer nada para cambiarlo.

 

          Durante un buen rato, me quedo junto a la fuente. El agua de esta fuente sigue siendo tan clara y delicada como en aquellos días. Pero veo que los huertecillos que había por aquí cerca, ahora mismo no existen. Por el arroyuelo que baja desde la fuente hacia el valle de los olivos, solo hay zarzas, aulagas, sabinas y romeros. Nadie labra ya estas  tierrecillas y hasta presiento que aquellos que las cultivaban, hombres mayores y todos buenos, se han marchado igual que te marchaste tú, a las estrellas, al mundo de sus sueños. Cuando aquel día  de verano te dejé en este prado de la fuente, ellos me regalaron tallos verdes de maíz para que te los comieras. Me regalaron tomates y pepinos y hablaron conmigo en muchos momentos. Me contaron historias y cosas interesantes de este pueblo y estos territorios y todas sus palabras estaban llenas de respeto y sinceridad. Como el filósofo, todos eran personas buenas, muy buenas. Esta noche no están aunque sea Navidad. O quizás todos ellos y otros muchos más que en mi corazón conservo, esta noche no están precisamente porque es Navidad. Ahora creo que la Navidad es precisamente eso: ríos de ausencias y montañas de recuerdos de los que ya no están. Los que sabemos que nunca más vamos a tenerlos a nuestro lado y menos aún podremos verlos y oír sus palabras. Esta noche ya para mí son muchos y tengo conciencia que, en algún momento, vamos a ser todos. Y ni siquiera sé si después de este tiempo, volveremos a vernos y saber unos de los otros. Siempre he creído que sí será posible esto pero el misterio es grande, muy grande.

 

          Desde la misma fuente de este prado, serpenteando ladera arriba, sube un camino. Va derecho a las murallas del castillo en todo lo alto del monte. Por este camino comienzo a subir dejando a mis espaldas el prado y la fuente y a mí derecha, las casas que por la ladera se derraman hacia el valle de los olivos. El resplandor que desde las nubes se derrama por entre los copos de nieve  que siguen cayendo, lo llena todo de un misterio especial. Es medianoche en pleno invierno y sin embargo los paisajes están iluminados como en aquellos días calurosos de verano. A la sombra de los pinos que por aquí crecen, en aquellos días dormíamos la siesta acompañado por densos conciertos de canto de chicharra. El calor de aquellos días era sofocante. El frío de esta noche de invierno, es intenso y profundo pero yo casi no lo percibo.

 

          Voy lentamente por el caminillo remontando hacia las murallas del castillo y a mi mente acuden de nuevo los recuerdos de los niños del valle cuando en aquellos años por aquí jugaban. Los niños siempre jugaban en cualquier momento y lugar. Los niños, todos los niños del mundo, siempre juegan ajenos al mundo de los adultos. Los niños son como sueños que parecen no pertenecer al mundo real de las cosas y las personas. Siempre juegan en cualquier momento y lugar. Dejé de verlos y saber de ellos cuando ya iban creciendo y ahora ya también creo que como yo, han envejecido. Los niños con sus juegos fueron momentos muy especiales en mi vida y el tiempo los apartó de mí. Tanto que en este momento ni siquiera sé para qué me sirve su recuerdo. Pero sí me sirve, como tantas otras cosas, para aprender y saber lo que nadie ni ningún libro del mundo, puede enseñarme. Ellos seguirán siempre niños en mi corazón y alma. Aunque ya hayan crecido, se hayan hecho adultos y quizá no dentro de mucho, envejezcan y mueran. En mis recuerdos, ellos seguirán eternamente niños como en aquellos días.

 

          Corono la parte más alta de la montaña por el lado del Levante. Por donde el terreno es pura roca y las paredes del imponente castillo ya están a solo unos metros de mí. Al levante se alza el gran monte de estos territorios. Todo está cubierto de nieve y todo parece irradiar una luminosidad muy bella. Al otro lado de este gran monte, corren los ríos y los bosques de árboles, robles, encinas pinos y melojos, aún siguen algo presente. A mi mente acude a la imagen de aquel año cuando vi cortar a muchos de estos árboles centenarios. Se me rompió el corazón y pregunté por qué  lo hacían. Nadie me dio ninguna respuesta savia. Todos me decían que lo había ordenado el que mandaba. Pensé que el que mandaba no era ni sabio ni bueno. Y también pensé que lo que ordenaba no era tampoco noble. Pero los árboles centenarios y hermosos, cayeron y desaparecieron de la faz de la tierra para siempre. Me dolió el corazón y me sigue doliendo pero ni entonces pude hacer nada ni tampoco ahora. Aunque sí me sirvió para comprender lo que esta noche de Navidad arde en mi corazón y alma con tanta fuerza. Que nada ni nadie permanece para siempre inmutable. Que todo nace, vive y crece durante un tiempo y se transforma y luego se marcha escondido en los pliegues del tiempo quizá para no volver nunca, nunca más.

 

          Pero también ahora sé que los que se marchan, los que se alejan, aquello que perdemos, siempre dejan heridas en el espíritu. Heridas que aunque con el tiempo cicatricen y el dolor se apague, ni a lo largo de una eternidad se borran. Sé que esto es así porque dentro de mí ahora mismo lo tengo todo grabado como a fuego.

 

          Hace unos años conocimos a muchas personas jóvenes de este país nuestro y de otros países lejanos. Estudiantes universitarios. Durante un tiempo, mientras estuvimos cerca de estas personas, nos parecían buenas y amables. Y casi siempre llegábamos a creer que su amistad para con nosotros, iba a permanecer a lo largo de los días. Incrédulos y con dolor, fuimos comprobando que esto no era así según el tiempo pasaba. No fue así pero en el espíritu se quedó la cicatriz de cada una de aquellas perdidas. Y en la memoria, todo lo tengo grabado. Con tanta fuerza que ahora mismo me parece ver a cada una de estas personas como en fila atravesando los paisajes nevados que en estos momentos ante mis ojos tengo como si fueran a algún lugar desconocido para mí. No son ellos ni van a ningún sitio pero mi memoria los ve tal como he dicho. Estas personas, estudiantes universitarios, se fueron a sus países y se olvidaron de nosotros. Sin embargo, nosotros los seguimos manteniendo vivos, amables y limpios en nuestros corazones y almas. Creímos en ellos y le regalamos lo que teníamos, con la sinceridad más pura. Pero ellos se alejaron de nosotros borrándonos para siempre de sus corazones. No me importa y menos en esta noche porque sus recuerdos lo tengo ahora mismo muy presente en mi.

 

          Camino un poco más acercándome a las paredes del castillo y por donde se encuentran las puertas. Me sitúo en el punto concreto que vengo buscando y desde aquí, inmóvil, miro y escucho. Lo que a mis oídos llega, es la música del hondo silencio y también los acordes de alguna flauta violín y piano. Oigo, muy tenuemente, como una melodía realmente delicada y especial para esta noche y momento. Y veo ciudades y pueblos, calles plazas y casas iluminadas. Veo muchas ciudades, muchos pueblos, muchas casas, todas las ciudades pueblos y casas del mundo. Pero no en todos estos sitios ahora mismo celebran  la fiesta de la Navidad. Lo entiendo. Sé que no en todo el mundo se celebra esta fiesta pero sí en muchos, muchos lugares de este planeta. Y sé que no en todos estos lugares, ahora mismo la nieve cae.

 

          Pero es cierto, ahora mismo la nieve cae en todos estos lugares y rincones del mundo. Es de noche y el resplandor que desde las nubes se derrama, me permite ver en todas las direcciones y hasta los más lejanos confines de este Planeta Tierra. Y veo que la nieve cae abundantemente y sin parar. Veo que en las ciudades, pueblos, plazas, calles y casas, entre los copos de la nieve que cae, las luces titilan y poco a poco se van apagando. Se apagan las luces de las calles, las de las plazas y las de las casas. Algo así como si de pronto la nieve sepultara a todas estas luces y construcciones.

 

          Por eso, poco a poco, dejo de ver a estas ciudades, pueblos, calles y casas. Solo la nieve se amontona como en alfombras mágicas que cubren silenciosas y delicadamente. El mundo, todo el territorio del Planeta Tierra, se va convirtiendo en un inmenso paisaje blanco y mullido. Lo estoy viendo y no me sorprendo. Sigo oyendo la delicada música que, como en forma de copos que se desprenden de las nubes, también se derrama por todo el territorio y como fundida en el resplandor que ilumina delicadamente. Es hermoso y a la vez sobrecogedor lo que oigo y veo. Es hermoso y entiendo que esto debe ser así. Lo he intuido a lo largo de toda mi vida y nadie, absolutamente nadie ni nada, me dijo ni me anunció nunca la realidad que ahora mismo ante mí tengo. Pero yo lo sabía y por eso ni siento miedo ni tengo frío ni me extraño de nada.

 

          El pueblo blanco de la cumbre que tengo bajo mis pies coronado por el imponente castillo de piedra, también ha quedado sin luces y empieza a ser cubierto por la densa nevada. Lo mismo sucede con el desparramado pueblo del valle de los olivos y rincón especial de los niños. Desde este pueblo y valle, por las laderas hacia la cumbre donde me encuentro, asciende la densa capa de nieve. Como cubriendo el último paisajes de este planeta. Y desde el pequeño prado de la fuente donde aquellas noches de verano tú dormías a la luz de la luna y acompañado por el canto de los grillos, veo como un camino que asciende hacia el castillo donde me encuentro.

 

          Es un camino como de algodón recién cortado de los campos y rematado por  hermosísimos reflejos de cristal color oro y tallos de romero lleno de flores moradas. Te veo a ti subiendo por el camino y tu cuerpo también es blanco y blando. Subes majestuoso y al llegar a donde yo espero, te paras frente a mí. Me miras con dulzura y entonces comprendo la gran verdad. Me acerco a ti, te abrazo, como tantas veces cuando estabas y éramos amigos, me refugio en el calor que de tu cuerpo mana y te digo: “Todos los sueños que vivimos juntos y todos los sueños que tuve antes de conocerte, los tenemos puros y radiantemente  bellos en la estrella que tanta noches contemplábamos desde los prados. Vamos juntos al encuentro de esta estrella nuestra y de nuestros sueños. Al encuentro de todos aquellos y aquello que perdimos y en nuestro corazón siempre mantuvimos puros y hermosos. Lo perdimos todo y todos pero ahora somos inmortales en el maravilloso universo que siempre soñamos. Vamos juntos y tú como el más grandioso de todos los reyes. Es ahora mismo noche de Navidad y las cosas tenían que suceder así”.

 

          El camino que desde el prado de la fuente sube hasta este castillo de recias piedras, sigue avanzando como hacia el corazón de las nubes y sostenido por el viento mientras los copos de nieve continúan cayendo. Por este camino tú y yo comenzamos a movernos mientras al fondo, como en un infinito y cielo misterioso, allá por donde las estrellas y los confines de las galaxias, las nubes se abren. Veo como un redondo sol que irradia luz plateada y dorada. Comprendo ahora que de esta fuente de luz, es de donde mana el resplandor que ilumina todos los pliegues de esta noche de nieve y corazón de la Navidad. Hacia este universo luminoso avanzamos lentamente nosotros siguiendo el camino que, como colgado en el viento y escoltado por las nubes, los copos que caen y los tallos  de romero florecido diminutas perlas moradas, se nos abre y da paso.

 

          A mi mente viene la imagen del hombre de la cueva y por mi alma y corazón, vibran las palabras que un día salieron de su boca: “Si cierras los ojos y meditas, puedes ser capaz de sentir la más hermosa de las experiencias. Relaja tu cuerpo, deja en blanco tu mente, afina el oído y escucha. Escucha el silencio, siente la caricia del vientecillo rozando la piel de tu cara, deleita tu alma con el aroma de los romeros en estos lugares, déjate perder y vuela por las profundidades del universo sin límites y sed consciente del placer de esta realidad. Es la más hermosa de cuantas experiencias pueda experimentar el ser humano. Diluirse en la quietud y serenidad bañado y abrazado por el silencio, es la realización máxima de una persona. La oración perfecta, el encuentro y posesión del placer más profundo, el dominio del universo más hermoso y la placidez de estar aceptado y abrazado por el Dios creador de todo. El universo entero será tu reino donde, rodeado de la más fina belleza, descubrirás que era cierto: la eternidad existe y tú ya formas parte de ella. Los ríos de belleza que siempre sentiste atravesando tu corazón y alma, son el fundamento del universo. Porque la belleza es la que da consistencia y forma a la eternidad”.

 

 

 

 

 

© José Gómez Muñoz SJ

    https://romi3.jimdo.com/

                 riodauro@gmail.com

 

 

                 Foto: J. Gómez, atardecer en Granada

          Texto: J. Gómez. Granada y Navidad 2019

 

                                           

CANTO A UNA MARIPOSA

 

En silencio,

cuando el mundo entero dormía,

llegaste como en misterio

vestida con traje virgen

de seda y viento.

 

Abrirte tus bellas alas

al sol primero,

fuiste flor de primavera,

fantasía y sueño

y dulce princesa blanca

en libres vuelos.

 

Pero un día al caer la tarde,

el frío viento,

lento besó tus alas

y tu cuerpo entero.

Las fuerzas te abandonaron

y por el suelo

te fuiste como al infinito

¿A qué cielo?

 

 

12- Cuando, a la Puerta del Vino le da el sol de la tarde, resplandece como fuego vivo, potenciado por la vejez de sus piedras y ladrillos. Recortada siempre sobre un fondo de cielo, muy azul en muchas de las limpias tardes de verano y empañado de nubes blancas en otoño o primavera. Como si el sol de las tardes, el azul y  nubes en el cielo y la quietud serena frente al tiempo, fueran su eterno alimento.

 

Tú sabes que es muy hermosa esta puerta. Un sencillo arco de tierra, ladrillos y piedras, todo en tonos rojos como la muralla y palacios de la Alhambra. Aislada del resto de monumentos y por donde pasan, el arco que formando la puerta, casi todos los turistas que vienen por aquí. Te recuerdo y, aunque cierre los ojos, te veo cruzando esta puerta. ¡Tanto tiempo y todo tan vivo!

 

En esta calurosa y blanca tarde de verano, me he venido frente a esta puerta y la observo. Según se remonta desde la Puerta de la Justicia, a la izquierda y un poco antes de llegar a todo lo alto, hay una calle. Empedrada como la que sube desde la Puerta principal y es, o más bien fue, una de las entradas a la Alcazaba. A lo que ahora son los jardines del Adarve. En esta calle, solitaria y un poco en cuesta, es donde muchas tardes me siento, frente a la Puerta del Vino. Por eso siempre la veo bañada de sol, iluminada por los rayos, achacosa y quieta frente al tiempo. Ella, como yo, permanecemos ajenos a la multitud que cada día se mueve por estos sitios. De aquí que, aunque me rocen y la toquen y le hagan fotos, ninguno sabe de mi alma ni de su envejecida historia.     

 

En el rellano,

antes del castillo

redondo y  ancho,

la Puerta Decorada

y tres mil cien años.

 

          ¿Te acuerdas de aquel día

cuando despacio

por aquí pasaste

en tu sueño blanco,

llenándote el alma

de los preñados

misterios hondísimos

de este Gran Palacio?

 

          ¿La Alhambra?

Oculto llanto,

música y sueño,

poema en tus brazos

y tu sonrisa

siempre acariciando.

La Puerta Decorada

en el rellano,

pregunta y te llama

y la tarde del verano:

- Se la llevó el tiempo

a otro reino.  

                                                            Puerta del Vino

 

                                                                          Alhambra, Granada

 

30 de abril 2020 -45

LA GOTA DE AGUA

Lo he visto sentado en el balcón pequeño, mirando de frente a la ciudad. Llovía mansamente y no hacía ni viento ni frío. De vez en cuando movía su cabeza y se quedaba quieto mirando a un punto fijo muy cerca de él. Como si estuviera interesado en algo muy importante o como sí, un pequeño misterio, le tuviera intrigado. Me causa mucho respeto tanto su presencia como su silencio y su manera de ver y estar. Tanto respeto me causa que a veces pienso que es un mensajero que, de alguna manera, quiere transmitir un mensaje en su momento concreto.

 

Lleno yo de este respeto, me he acercado a él y le he preguntado:

- ¿Qué estás observando tan fijamente y con tanto interés aquí cerca de ti?

Me ha mirado y sin más me ha dicho:

- Fíjate en esta gota de agua que lentamente va resbalando por la hoja del naranjo hasta el extremo final de esta hoja.

- Veo lo que me dices pero no entiendo.

- La vida de cada persona aquí en la tierra, es semejante a esta gota de agua que ahora mismo resbala por la hoja del naranjo. Como puedes ver, va poco a poco avanzando y creciendo y se aproxima al final. Justo ahí se detendrá un poco y luego caerá al suelo. Y justo ahí será el momento el gran milagro y misterio.

- ¿Milagro y misterio?

- Espera unos segundos.

 

Sin perder mi concentración, me he quedado fijo mirando a la gota de agua resbalando por la hoja del naranjo y frente a él. Como esperando algo importante y lleno de misterio. Y veo como muy lentamente la gota de agua avanza por la superficie de la hoja y llega hasta el final. La menuda lluvia que está cayendo, poco a poco la hace crecer y es justo este el momento en que, al llegar al extremo final, la gota crece tanto que se desprende y prepara para caer. Siento como un poco de miedo por lo que pueda suceder en el momento en que esto suceda. Y la gota se desprende. Rápidamente se descuelga de la hoja, surcan muy veloz la pequeña distancia hasta el suelo y justo a caer en la tierra, ocurre lo sorprendente. No puedo entenderlo y por eso de nuevo le pregunto:

- ¿Qué es lo que ha ocurrido?

 

- Se ha fundido con el Universo y se ha hecho esencia en la eternidad. Ya pertenece a otra realidad lo mismo que nuestras vidas, la de todas las personas, al llegar su momento final.


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