DOS RUTAS SINGULARES:

Río Guadalentín y Valle del Sinclinal

  

 El contenido de esta página es parte del texto de un pequeño

       libro titulado:          "Ensueño de Cristal".           Si         

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 DIEZ RINCONES SINGULARES

 

1 - Río Guadalentín 

Cortijo del Molinillo -1

El camino -2

Bajo el roble milenario -3

El pastor -4

Recuerdo a un amigo -5

Cerrada de la Canaliega -6

 

2 - Valle del Sinclinal 

Los Caminos  -1

El tobogán - 2

El canchal - 3

El fin del mundo - 4

El valle - 5

Tienda y chorrillo - 6

Los jabalíes  - 7

El amanecer  - 8

Los berros - 9

Los machos monteses - 10

Las perdices - 11

El sinclinal  - 12
 

  1- El río  Guadalentín  por la Cañada del  Mesto.

            LA RUTA: Cortijo del Molinillo, puente Cerrada de

            la  Herradura, casa forestal y puntal de Ana María.

                    Distancia         3    Km.

          Tiempo           1,5h. andando

Desnivel         200   m.

                    Camino:  carril y vereda. Zona restringida.

 

          Cortijo del Molinillo - 1

                Lo primero que voy a hacer es apuntar aquí los datos para que no se me olviden. Altitud entre 985 y 1150; hora, 5 de la tarde del 28 de agosto de 1994; temperatura, 21 grado. Vegetación, abundante cornicabra con enebros piramidales preciosos. Luego, el cortijo de la Herradura, Cerrada de la Herradura, cortijo de Los Tontos, cortijo y casa forestal del Puntal de Ana María, cortijo de las Acebadillas  en lo hondo del río junto al puntal, casa forestal de Prado Arredondo por encima del Arroyo de Guazalamanco y casa forestal de La Yedra arriba, casi en la cumbre. Queda sólo el Arroyo de Los Almiceranes, los puentes sobre el río Guadalentín y la fuente de este río.

 

                Todos los otros han caído y éste, además de permanecer casi intacto, todavía es útil. El pastor Pedro vive en él, guarda ahí a sus ovejas y cabras y hasta tiene sembrada una noguera en la puerta. Como en todo aquello que tiene auténtica solera de sierra, ennoblecida, además, por la presencia humana, aquí no podía faltar la noguera. Es pequeña todavía, de unos tres metros y protegida con  alambres para que no se la coman las cabras. Este pastor es tan cuidadoso de la sierra como lo fueron toda aquella otra tropa de serranos.

 

            Por eso digo que este rincón además de ser bello por su historia y estar levantado en el lugar exacto, junto al río y al borde de los caminos, para mí es ya un símbolo. Una pieza de museo que vale mucho. Alguien, no sé quién, debería hacer todo lo posible para que jamás se toquen ni sus paredes ni sus tejas ni sus aposentos. Que ya para siempre quede así, tal como hasta hoy lo hemos venido viendo y si algún día se rompe que sea el tiempo, la lluvia y la nieve los que lo quiebren.

 

                Aquí, al borde del río más silencioso, limpio  y bello de estos parajes, junto al puente que corona la corriente del cauce, junto a las ruinas de lo que según dicen en aquellos tiempos fue un molino movido por las aguas, junto al camino y el legendario arroyo de Guazalamanco, desde que fue construido este cortijo  hasta  hoy  ¿Cuánto  es  lo que ha visto y oído? ¿Cuánto es lo que guardan sus paredes, las celosías de las ventanas y el dintel de la puerta? Tú lo miras y a primera vista te parece poca cosa. Tan pequeño entre el magnífico bosque de cornicabras, en una llanura casi insignificante de tierra roja, salpicada aquí y allá de rocas que  son conglomerados de grabas que hace muchísimos años el río fue dejando por aquí, ahí se aplasta o se alza, según se mire, en silencio. Impávido ante nuestra presencia o mirada pero como todo lo de esta sierra, impresionando con su sencillez y el peso de la vejez que sobre sus espaldas lleva. Miras y ves que es hermoso todo este rincón pero enseguida descubres que como perla en el centro de esta joya nada podría ser más bello que este pequeño cortijo que se asoma y se refleja en las aguas limpias del Guadalentín.

 

          El Camino - 2    

                La ruta comienza justo al lado o en la puerta  del cortijo del Molinillo, cerca de donde el arroyo de Guazalamanco vierte sus aguas al río. La senda baja buscando el puente, no el viejo, sino el nuevo, que casi colgado en la misma Cerrada de la Herradura, sostiene en el vacío, sobre el azul  del agua, la senda que llevamos.  El puente viejo, el que realmente es de solera, queda a la derecha algo más abajo y ya casi sin utilidad. En otros tiempos hubiera pensado que por aquí cerca andaría la fuente del Guadalentín. Hoy no pienso esto por lo que luego diré. Pero sí conviene adelantar que llevo mucho tiempo buscándola y aún no la han visto mis ojos.

 

                Cae el sol de pleno por la ladera derecha del río que es por donde va el camino, senda en otros tiempos, hoy una pista forestal a medias que no han querido terminar del todo a fin de no abrir otro paso más por esta zona de la sierra. Por eso no es posible hacer esta ruta completa montado en un coche cosa que me agrada. Así por lo menos los que quieran cruzar la sierra siguiendo estos caminos tendrán que sentir las molestias de la caminata, de las subidas y bajadas, del sudor, quizá algo de sed y también de la ausencia de establecimientos para comprar cosas. Esto es bueno aunque otros dirían que vaya fastidio. Aunque le ha faltado poco para que la pista haya quedado completada y lista para que la surquen los automóviles. Solo un trozo que va desde el cortijo de los Tontos hasta el del Molinillo. Un kilómetro y medio poco más o menos. Por arriba, por donde está el Vado de Las Carretes, se pueden entrar hasta casi donde se alza aún la casa forestal del Puntal de Ana María. Por abajo, Arroyo de Guazalamanco, se llega cómodamente hasta el Molinillo. Así que sólo quedan unos pocos metros sin terminar y que son los que impiden entrar por un lado y salir por el otro sin dejar el coche. Bien por haber dejado este trozo sin acabar. Queda más bonito y se evita la avalancha.

 

                Desde la cerrada de la Herradura la senda sube una pequeña cuestecilla, que no es tan pequeña según se mire y quien la mire, luego un trozo de pista y enseguida vienen las ruinas  del cortijo de la Herradura. En un pequeño rellano sólo quedan algunos trozos de pared de piedra, nogueras y tierras ordenadas donde sembraban sus hortalizas y sementeras los dueños y habitantes de estas ruinas cuando todavía eran cortijos llenos de vida. Sentir y gozar a fondo la sensación de estos paisajes tan llenos de latidos y recuerdos nos lo impide el sol que nos llega por las espaldas. Aunque ya es tarde quema  y como el camino sube y, además, sube por la solana nos da aún con mucha más fuerza. Se nos cae el sudor por la cara pero nos gusta.

 

                Este barranco, ladera por donde vamos, puntal o cumbre más arriba a la derecha y cauce del río por lo hondo, no es propiamente el barranco del Guadalentín aunque orograficamente sí lo sea. Por aquí se llama Cañada del Mesto, vereda de trashumancia con el nombre de Vistas Pintorescas. Mas adelante hablaré un poco más de este asunto.

 

                Porque ahora, como no dejamos de subir, ya estamos saliendo de una mancha de pinos de repoblación, carrascos, y nos encontramos de frente a un gran álamo que los corona. Hay también algunas nogueras y sobre una lomilla muy hermosa, de poca monda que se adentra algo hacia el río, las ruinas de otro cortijo. Es el de los tontos. A un lado y otro crecen encinas milenarias y entre ellas, preciosos enebros que buscan la sombra de las mismas encinas y algunos, la de los robles que a mi parecer son mucho más viejos que sus milenarias compañeras. Sus troncos son gruesos, retorcidos, anudados, llenos de agujeros y robustos como las mismas montañas que le rodean. Y veo que sucede lo de siempre: aquella gente amaba y respetaba al bosque hasta en la misma puerta de la casa donde vivían. De no ser así ¿Cómo estarían aquí estos tan nobles ejemplares rebosando de años por todos los costados?

 

                Llegado a este punto y antes de seguir nuestra ruta quisiera hacer una breve reflexión sobre el nombre de cortijo de los Tontos. Leyendo el libro de Los Hornilleros, de J. L. González Ripoll, escrito ya hace muchos años y donde se narran las costumbres y vida de los primeros pobladores de la Sierra de Segura, en el capítulo titulado ‘EL CAMINO DE VILLANUEVA’ se dice: “al pasar por los ruedos  del cortijo grande, me dijo mi abuelo: ‘ese es el cortijo de los Tontos ¿quieres que  bajemos a verlo?’ ¿pues no iba a querer? Le dije que sí y nos desviamos del camino metiéndonos por una boca carril que iba a parar a la puerta  del cortijo. En medio de la era, como dos estatuas, estaban sentados los tontos, como si nos estuvieran esperando. Al vernos se pusieron en pie y empezaron a hacernos morisquetas y a echar unos gritos muy recios: ruin-rruiii, como hacen los pastores cuando llaman a las ovejas a las salegas pero mucho más fuertes que retumbaban en los barrancos”.

 

                Mi pregunta ahora es la siguiente: ¿Es real el cortijo de los Tontos que aquí se describe? Me parece que en toda la sierra no existe otro cortijo con este nombre que este del barranco del Guadalentín. Pero creo también que es casi imposible hacer un recorrido desde los campos de Mandil, la Montiela que es de donde venían nuestros protagonistas, hasta Villanueva y encontrarse en el camino el cortijo del río Guadalentín y que se llama de los Tontos. No lo tengo muy claro.

 

                Siguiendo con la ruta cuando, uno ya está por entre las ruinas  del cortijo de los Tontos, si mira en la dirección en que sube el camino, ya empieza a ver el Puntal de Ana María. Sobresale desde la ladera y parece que se quiere clavar en el río. No lo consigue porque éste lo ha limado cortándolo casi en picado y dejando al descubierto un gran tajo rocoso que cae recto desde lo alto. Y es ahí, en lo más elevado del puntal, donde se desparraman las piedras del otro cortijo, el de Ana María.

 

                Este cortijo lo fueron a construir justo donde más azota el viento, la lluvia y la nieve. Algo más abajo, pegado ya casi el paredón rocoso de la Lastra del Sabinal, es donde también se rompe la casa forestal del mismo nombre. Al verla te entra cierta curiosidad ante unas ruinas como estas. Te acercas con cierto respeto pero con el deseo de olisquearlo todo. Y lo primero que te impresiona es, por la parte donde estaría la puerta, el roble centenario. Luego las paredes que de tan rotas ya casi no son paredes, la chimenea que aunque no se  ve se adivina, el corral, las habitaciones, la buhardilla y las escaleras de madera para subir. Sin mucho esfuerzo compruebas que fue muy suntuosa esta casa. Si la comparas con la modestia y pobreza de   los cortijos, tuvo que ser un palacio. Aquellos serranos de casuchas diseminadas por los parajes, seguro que se sentían mal ante la presencia de una construcción como esta, señas de identidad de una administración prepotente al lado de sus cortijillos de miseria. Cortijillos que lo más que tenían eran dos o tres habitaciones, algo de corral, una sola planta de piedras sin tallar y troncos en su estado más natural.

 

                Por esto decía que la casa forestal del Puntal de Ana María tuvo que ser un gran palacio en medio de estas sierras salvajes. Todavía hoy puedo ver, en lo que fue corral entre los dos cuerpos, una higuera que está bastante comida por las cabras y liada a sus ramas zarzas llenas de moras. Por el lado de abajo, la pila de cemento con su lavadero, el pequeño pozo a donde caía el chorro de agua que venía de arriba, de las rocas de la Lastra. Hoy, tanto la ladera como el pozo, la pila y el manantial del espigón rocoso, están secos; sin una gota de agua y según dicen, esto en aquellos tiempos era todo un puro venero.

 

   Bajo el Roble Milenario - 3     Ir al índice

        Como tantas otras cosas en estas sierras a veces tienes la impresión que se repite. Crees que este roble lo has visto ya por otros sitios; por Fuente del Roble entre el Río Aguasmulas y el Arroyo de las Espumaredas; por Roblehondo entre el Río Borosa y Arroyo Frío, por Peñón Quemado, cerca del Cantalar; por Peña Rubia, entre Las Albardas y Peña Corva o por el Barranco del Guadalentín cerca del Vado de Las Carretas. Pero si te paras y observas despacio siempre descubres que no son iguales; que se parecen pero son diferentes en muchos detalles. Ningún roble es igual a otro ni los pinos y menos aún los manantiales.

 

                Nuestro roble, el que al ver esta tarde me ha llenado de asombro, crece en la misma puerta de la que fue casa del Puntal de Ana María. Pegado mismamente a las paredes de la casa. Y esta tarde, aunque el edificio ya está  abandonada, casi caído y lleno de zarzas por doquier, yo lo he visto pleno de vida. Precisamente aquí, bajo la sombra espesa que tiembla al paso del viento, juegan los niños.

 

                Bueno, el hermano mayor juega con ese casi trocico de cielo que es la hermana pequeña. Como el hermano ya tiene casi quince años, se conoce, porque lo tiene muy andando, estupendamente todo el rincón. Sabe por donde va la senda que desde aquí baja    al cortijo de las Acebadillas, sabe cual es la subida más fácil para llegar a lo alto de la Lastra  y sobre todo se conoce a fondo el bosque, las praderas y los enebros. Por eso él, esta mañana, antes de ponerse a jugar con la hermana lo primero que ha hecho es cortar un buen manojo de hierba fresca. Bajo el roble la ha amontonado y cuando el trocico de cielo con ojos de viento y sonrisa de manantiales se ha venido al juego del hermano, éste lo primero que hace es casi comérsela. La tumba en la blandura de la primavera que para ella ha amontonado bajo el roble y le dice que se la quiere comer toda entera empezando por la nariz, por la cara y por la barriga. La niña se deshace en risas y gritos gozosos  y como es todavía tan frágil, tan casi copo de nieve cayendo suave, casi no sabe defenderse. Ríe, alza sus manos y de vez en cuando llama a la madre.

 

                En la   pila de cemento que por la parte de abajo del roble construyeron, lava la madre. No le hace mucho caso porque sabe que no pasa nada; todo es un juego. Pero ella tiene un ojo en el agua y la ropa que lava y otro en los hijos que juegan envueltos en la caricia del viento que recorre la montaña. La madre, aún en este mundo de soledades, rocas y bosques, es feliz. Más feliz que ninguna madre de todas las que viven en la tierra. El chorrillo de agua limpio que baja de las cumbres, el roble que se mece, el río que canta y el cielo azul mañana y tarde, no es gran cosa pero sirve como palacio para que sus niños crezcan, rían, jueguen y estén llenos de vida. Por eso la madre, que en lo material si es pobre, en lo espiritual y bendición del cielo, hoy se siente profundamente rica y es feliz.

 

          El Pastor - 4    

                El pastor del lugar aún por estas tierras con sus ovejas, me lo encuentro junto a las viejas ruinas  del cortijo. Como está cayendo la tarde, empieza a mover su rebaño para que aprovechen el fresco antes que llegue la noche.

- Por lo que adivino, en aquellos tiempos, esto no era lo que ahora veo.

- Esta ladera, veinte años atrás, era un paraíso de agua, de sementeras, de cortijos, de caminos y de gente todo el día ocupados en sus cosas.

 

                - ¿Y las Acebadillas?

- Mírala  ahí abajo; al otro lado del río sobre la ladera de la vertiente del Cabañas y rodeada aún de hortales. Yo nací allí y de niños recuerdo lo mucho que me gustaba mirar, al levantarme cada mañana, hacia esta ladera y verla toda convertida en un hermoso trigal. Desde el puntal para abajo y para arriba no se veía otra cosa que trigales de más de dos metros de alto  ondeados por el viento y luego dorados por el sol.

- ¿Cómo puedo creer lo que dices? Por esta ladera ahora sólo veo bosques de raquíticos pinos repoblados, algunas encinas y robles grandes que sabe Dios por qué milagro todavía siguen vivos.

- Nos quitaron las tierras y las repoblaron. ¿No ves que están todos en hileras como si los hubieran dibujado?

- Y, además, a dos metros el uno del otro; sin limpiar por la parte baja y sin una brizna de hierba.

- Bajo estos pinos no crece nada. Yo creo que al menos podrían talarlos porque sin un día hay un incendio por aquí todo arderá como la pólvora. La verdad es que no sé qué les pasa a estos que mandan ahora. No cortan madera, no quieren que tengamos ganado, no quieren que sembremos y ellos ni siquiera limpian el bosque.

- Como en aquellos tiempos ¿Verdad?

- Por aquí siempre andaban cuadrillas de hacheros cortando troncos. Los ajorraban al barranco y los echaban al río; como llovía tanto y era tanta el agua que por estos arroyos bajaba con toda facilidad podían sacar los troncos que a un lado y otro cortaban. Aquello daba  mucho trabajo y la gente ganaba dinero.

- Pero cuando nevaba...

- Cuando nevaba, a veces hasta dos y tres meses se tiraba sin parar. Llegaba el mes de mayo y aún no podías sacar las ovejas por el campo. Por allí, por los ventisqueros del Torcal de Linarejos, aún en el mes de junio podías coger la nieve con la mano. Recuerdo una vez, cuando vivía en el cortijo de Las Acebadillas que al final de mayo, amaneció un día de sol que daba gloria. Cuando en aquellos tiempos venía un día de sol te parecía que estabas soñando. Pues aquel día, como el río no tenía mucha agua, desde Las Acebadillas me crucé al lado del Puntal; para donde estamos nosotros ahora. Cuando por la tarde volví no podía cruzar la corriente de la tromba de agua que bajaba. Lo que pasó es que con el calor del sol la nieve de la Sierra de la Cabrilla se derritió y al caer la tarde el río bajó lleno. Y esto en el mes de mayo. Era tanta la lluvia, la nieve y el agua en aquellos tiempos que todos los barrancos bajaban llenos y hasta el ganado se te quedaba ahogado en cualquier sitio.   

- ¿Qué pasó con el cortijo?

- Que lo  tiraron como esta casa,  aquel cortijo, el otro y el otro.

- Sin embargo, el del Molinillo sigue en pie.

- Porque cuando vinieron a por él,  estaba lleno de ovejas y no se atrevieron; volvieron otra vez y otra y siempre lo vieron con el rebaño allí dentro y aunque querían, los animales les frenaba y así parece que se ha salvado por ahora y hasta hoy.                

 

                - Pero ¿el desalojo?

- Fue muy simple pero de eso mejor no hablar.

- ¿Y el escrito?

- Un recado que contenía la muerte. Como mi padre no sabía leer  pidió que se lo leyeran. Rasgó el sobre, estiró el papel y leyó: ‘Según lo acordado en el consejo y por orden gubernamental, estas tierras y el cortijo quedan expropiadas pasando a ser patrimonio del estado. Se le concede una semana para que abandone la vivienda y las tierras llevándose consigo todo sus enseres y animales propios’.

 

                Dobla el papel y se lo da a mi padre.

- ¿Qué es lo que pasa?

- Según he oído, dicen que aunque durante mucho tiempo vosotros lo habéis hecho bien,  ahora empieza una nueva etapa con un nuevo empuje  para estos montes y creen que lo mejor es la renovación total. Hay que empezar por cambiar a  las personas; tenéis  que  iros  todos  para  que venga otra gente nueva, otro equipo; su gente que estaremos a su servicio para llevar adelante, con garantía de éxito, la nueva planificación sobre los montes. Si os quedáis vosotros, dicen que seréis conflictivos, que impediréis el  buen desarrollo del nuevo proyecto. Esto es lo que sé y he oído.

 

                Dos o tres días tardamos en irnos  del cortijo y lo que más nos dolió, que nos dolió todo porque es duro arrancarse de donde uno tiene sus raíces, era saber que nos echaban porque venían otros. Algo así como en el evangelio que teníamos que morir para que otros vivieran. Ni siquiera uno podíamos quedar no sea que fuéramos a contagiar a los que llegaban de fuera. Y lo que pasa es que uno tiene su corazón y como hay injusticias en la vida que duelen mucho, enseguida lo tomamos con los nuevos que nos suplantaron.

 

                Así que nos fuimos y desde la añoranza de este rincón y las tierras, no podíamos  creernos que fuera verdad lo sucedido. Hasta despierto nos parecía sueño pero despertamos del todo cuando, unos cuantos días después de haber dejado el cortijo, apareció otra vez. Venía con un mulo que traía cargado de cosas y nos entregó otro escrito. De nuevo lo leyó y decía esto: ‘Os envío los objetos que os habéis dejado aquí. Esta es la relación: una piel de oveja, varias latas vacías, botellas, un cubo, zapatos de esparto, un hacha, trozos de  alambre y otras menudencias que a nosotros no nos sirven pero sí ensucian y contaminan al cortijo y a las tierras que le rodean’.

 

                Y aunque no  pudimos comprender nunca por qué fueron tan duros con seres como nosotros, el tiempo siguió adelante. Han pasado los años y todo se ha transformado sin saber todavía si para mejor o peor, cosa que ya no importa aunque el recuerdo sigue ahí. Puede que cuando pasen cinco o diez mil años más vengan por aquí seres humanos buscando restos de otros seres humanos, de nosotros, para enterarse de las cosas que hacían, vivían y sentían los que tantos años atrás poblaron estas sierras. Será como un sueño. Como para nosotros  ahora son aquellos seres humanos de la Edad de Piedra y la de los monos que le precedieron. Puede que con el tiempo suceda esto.

 

                Las ovejas ya empiezan a moverse en dirección al río. Lo de la fuente hoy sí me ha convencido  y pienso que si me da tiempo me acercaré a verla. Lo voy a despedir pero antes le pregunto:

- ¿Qué vas a hacer ahora?

- Lo primero, llevar las ovejas hasta el río para que beban, luego me quedaré por ahí con ellas toda la noche; los animales con el calor no puede ni moverse, es por la noche cuando aprovechan para comer lo que pueden del campo.

- Pero hoy es domingo ¿Tú sabes lo que hace la gente los domingos por las tardes y por las noches?

- Aquí, para mí todos los días son iguales.

 

                Cuando ya me voy a despedir le regalo un buen racimo de uvas moscatel que traía para merendar esta tarde. Ya me buscaré otra cosa y si no meriendo tampoco pasa nada. Me lo agradece, nos despedimos y lo veo que empieza a llevarse a las ovejas para que beban agua. Yo regreso desde el Puntal de Ana María. Ya refresca y ahora como voy para abajo no tardaré en llegar al coche.   

 

                Y antes de seguir tengo por aquí algunas cosas que quisiera aclarar. Voy con la primera: ¿Por qué le llaman a este barranco la Cañada del Mesto? Quizá porque tenga relación con la Mesta y es verdad que por aquí va una de las muchas vías de trashumancia que surcan estas sierras. Su denominación es la de cordel de Vistas Pintorescas. Es decir, no es una cañada real que ésta tiene más de setenta y cinco metros de ancho y el cordel sólo tiene treinta y siete metros. Por lo tanto, lo que por aquí va es un cordel y no una cañada. El nombre de cañada también se le da cuando nos referimos a un accidente geográfico. Espacio de tierra entre dos alturas poco distantes entre sí; como si fuera un arroyo  sin llegar a serlo pero por donde van las aguas de las lluvias. Casi siempre suelen ser zonas suaves, llenas de vegetación, pequeñas praderas o llanuras que se abren suavemente desde el centro  hacia los lados. Bueno, pues, nuestro barranco, este del río Guadalentín que sube desde el embalse hacia el centro de la sierra, desde luego no se parece a una cañada real. Es un rincón muy abrupto, profundo y escarpado. Se parece más a un cañón que a una cañada. Cañón es un valle cortado a modo de garganta con paredes casi verticales que avanzan y retroceden en forma de espuela. Se encuentra sobre todo en las zonas tubulares de estratos horizontales. Nuestro barranco tiene más parecido con un cañón que con una cañada. Y es aquí ahora donde empieza la segunda cuestión.

 

       Recuerdo a un amigo - 5    Ir al índice

     Tengo que reconocer que de este río guardo recuerdos hondos. No he llegado todavía a completar su recorrido desde las cumbres, donde nace de verdad, hasta el embalse ni tampoco a la inversa. Primer recuerdo incompleto. Aquel amigo mío que en solitario y por primera y última vez recorrió un trazo de su cauce, murió. Segundo recuerdo tronchado. Junto a otros amigos yo he intentado varias veces hacer el trayecto que va desde la Cerrada de la Canaliega hasta la casa del Molinillo. Nunca lo pude completar. Tercer recuerdo sesgado.

 

                Por lo tanto, este río y en concreto este trozo, no lo tengo aún registrado en mis experiencias como algo que conozca y domine bien, sino todo lo contrario. El primer día que lo intentamos nos asustó. Bajamos por el Arroyo Frío ya cayendo la tarde después de haber recorrido toda la parte alta del Arroyo de Guazalamanco y nos paramos a comer. Justo donde el Arroyo Frío quiere unirse al río pero allí, antes de fundirse con él, en el mismo cauce hay un montón de rocas. Es complicado aquel paso y lo que hicimos fue pararnos y mientras comíamos lo fuimos estudiando. Cuando ya arrancamos decidimos no seguir por el arroyo sino irnos por la senda que baja paralela al río pero bastante alzada sobre la ladera. Es el camino que viene a salir a la casa del Molinillo.

 

  Pero aquel amigo mío, el más entusiasta de todos ante la montaña y el que nunca se dejaba vencer por nada, se empeñó en venirse por el cauce del río. La ruta que habíamos planeado pero descartamos por miedo. Temimos encontrar dificultades grandes superiores a las que estábamos acostumbrados y a las fuerzas que llevábamos en aquel momento. Nos pareció prudente no  meternos en aquel cañón que ya nada más mirarlo producía respeto. Mi amigo se fue a pesar de nuestra  oposición. Se metió por las rocas del arroyo que son como una cerrada en forma de escalón o cascadas con dificultades tremendas.

- Te esperamos en el coche.

- Llegaré antes que vosotros

 

                Y nos despedimos y subimos un poco buscando el camino y luego empezamos a bajar ladera adelante siguiendo el cauce del río derechos hacia el Molinillo. Desde arriba se veía el río, aunque no exactamente el río sino el surco por donde adivinábamos iba la corriente y también el compañero valiente que se había empeñado en desafiar aquel gigante desconocido y en poner en evidencia nuestra cobardía. Sentíamos miedo porque de verdad todo ese barranco imponía un poco.

- Pero Juana es de los que vencen bien todas las dificultades que se presenten.

- Seguro que llega.

- Llegará pero eso de ir solo por zonas tan complicadas no es para quedarse tranquilo.

 

                Un ahora más tarde llegamos nosotros al coche que por la mañana habíamos dejado entre las cornicabras que rodean el cortijo del Molinillo. Aunque esperábamos encontrarlo allí no lo esperábamos porque éramos cocientes de la dureza e intrincado de la ruta. No estaba allí. Lo esperamos un rato y ya nos pusimos a dar voces. Sabíamos que no podía oírnos porque adivinábamos que el ruido del agua por donde él bajaba ahogaría nuestras llamadas. Pero lo llamamos sin parar y como no sabíamos por qué punto o rincón aparecería, venga dar voces.

- Si nos siente sabrá que al llegar aquí tiene que dejar el río porque es el punto donde lo esperamos. Desde abajo no ve nada.

 

                Casi dos horas duró la espera y en todo este tiempo no dejamos de llamarlo. Por fin apareció. Por lo hondo del barranco, con el río de fondo y aprovechando la entrada al cauce de un pequeño regato. Por aquí se vino para arriba en busca nuestra que desde lo alto del montículo lo esperábamos llenos de impaciencia. Sentíamos que había recorrido el río a lo largo de todo el trozo que para nosotros era el más enigmático, el más misterioso de cuantos barrancos conocíamos de la sierra y ahora él tenía en su haber una experiencia, unos paisajes que ni por remota idea conocíamos nosotros. Cuando ya estuvo a nuestro lado intentó contarnos cuanto pudo pero nos dimos cuenta que no era igual. La experiencia, el conocimiento, la realidad la tenía él registrada en su mente y en las fibras del alma. Nos llenó de envidia y desde aquel momento lo empezamos a considerar superior a nosotros al menos en su desafío y conquista final con triunfo rotundo de aquel rincón que aún sigue dándonos respeto.

 

                Este amigo nuestro, joven, con dieciocho años, unos meses después murió en Úbeda. De la forma más tonta y en el lugar más absurdo que nada tenía que ver con aquellos rincones fantásticos que a lo largo de tantos años había recorrido una y otra vez siempre triunfante. El que había sido el más competente y entusiasta de todos los montañeros que conmigo han pisado las sierras  de este parque, se llevó en su alma el secreto de este misterioso trozo del río Guadalentín. Nunca nos pudo contar plenamente su experiencia porque “hay que recorrerlo para saber lo que ahí se encierra”, según nos decía. No pudimos compartir con él aquel trozo del río que tan animosamente recorrió ante nuestra cobardía. Desde entonces, desde que se fue para recorrer con su entusiasmo aquellos otros lugares que son eternos y Dios tiene reservados a los buenos como él, no he vuelto a venir por este rincón.

 

                Pero, además, ahora tengo decidido una cosa: Nunca jamás aceptaré la idea de recorrer este tramo del río que él pisó. Creo que le pertenece; que encierra un secreto que sólo mi amigo gozó y por eso ahora es mejor que para siempre siga siendo misterio para nosotros. Este trozo de río, hoy más que antes, lo miro y lo veo lejano, oculto, inaccesible y misterioso. Tiene que ser así y así ha de quedarse en mi sueño para siempre.

 

     Todos los trozos que del cauce conozco, en su corriente, en sus cascadas y en sus charcos son transparentes. Es verdad que tiene pequeñas cantidades de tierra que de las laderas o barrancos la lluvia ha arrastrado y que casi siempre se queda perdido entre tantas rocas y charcos. Por que eso sí: en este río lo que existe en cantidades bastantes grandes son las rocas. Paredes de calizas que desde  que nace hasta que llega al embalse lo escoltan a un lado y otro haciendo que sea imposible entrar o salir en muchos de sus tramos. Si te adentras por el cañón de la Cerrada de la Canaliega todo es casi un continuo peñasco. A los lados, por el fondo y por las cumbres que lo corona. Esta particularidad es la que me ha impedido una vez y otra que lo recorra en toda su totalidad. Por aquí sólo hay rocas limpias, blancas y complicadas. Otra cosa puede ser del embalse para abajo. Desde ahí para delante no lo conozco y como anda fuera de lo  que son las sierras del Parque me interesa menos recorrerlo.

    

                Y como llevo mucho tiempo buscándola y unos me dicen que por encima del puente viejo, otros me dicen que por ahí, justo a donde llegan las aguas del embalse y luego otros me dicen que ya no hay fuente, que esto era antes de la construcción del embalse; cuando llovía como era debido ¿tú qué dices?

- La Fuente del Guadalentín está de verdad por debajo del puente que ya no se usa. Cuando el embalse está lleno la cubre. Hace por lo menos veinte años que no la hemos visto y muchos  andamos pensando que ya no la vamos a ver jamás. Sin embargo, la  sequía de este verano ha dejado el embalse casi sin agua y ahora sí se ve. Si quieres hoy puedes verla.

- Ya no me da tiempo; fíjate que hora es.

- Todavía puedes llegar a ella antes de que se haga de noche.

 

                Y la verdad que yo ahora mismo tampoco sabría decir en qué punto exacto se encuentra este manantial y menos  aún puedo afirmar o comentar sobre su abundancia, limpieza o belleza. No la he visto con mis propios ojos; no he tocado con mis manos sus aguas ni tampoco he bebido de su cristal y aún menos he tenido la suerte de sentarme junto a ella y en silencio dar gracias a Dios de esta maravilla rodeada de bosques. No la he visto y aunque ya intuyo que he estado bastante cerca de donde brota, no he llegado a gozar más de lo que aquí estoy diciendo.

 

                Pero, además, es que  sucede  una cosa: ahora que parece que por fin, con solo un pequeño esfuerzo más, me sería fácil encontrarme con ella, abrazarla, besarla y bebérmela; ahora que parece que todo lo tengo al alcance de mi mano después de tantos años buscándola por la sierra, soñándola por las noches y anotándola, creo que llegado a este punto debo pararme. Siento y, además, lo intuyo que será mucho más bello no llegar jamás al borde de sus mismas aguas. No llegar nunca jamás a saber dónde está o si es redonda, profunda, grande o cristalina.

 

                Aprendí hace mucho y andando por los rincones de estas sierras que todo lo intuido y soñado es infinitamente más bello y profundo que la más exuberante realidad. Aprendí esto hace tiempo ya y como esta fuente  mía en mi grandioso y querido río Guadalentín la llevo en mi alma tan honda, tan clavada, tan rumorosa, tan silenciosa y transparente, creo que ahora es mejor dejarla así para la eternidad. No quiero verla con los ojos materiales de mi cuerpo. No quiero tocarla con mis manos  ni quiero beber de sus aguas ni quiero saber de su celeste música. No quiero pisar la tierra que le rodea ni rozar el monte que le da sombra. No quiero saber del punto exacto ni de la cueva o roca donde brota. Deseo que para mí, ella siga ahí: oculta en el corazón del monte de las cumbres más altas de la sierra, para que al mismo tiempo también siga aquí, dormida interiormente y dulce en la cuna que en mi alma tiene. Precisamente por eso: porque en sueño la he visto tan bella e inmaculada, me ha gustado tanto y me ha dado tanto gozo, que es imposible gozarla con más encanto de ninguna otra manera.

 

                Pero, además, hay otra cosa: como para mí es importante el perfume de aquel amigo mío que un día anduvo por aquí y hoy ya no respira entre nosotros sino que anda allá por las lagunas eternas, el misterio  de  esta fuente, el agua que de ella mana y no conozco es como si fuera un pequeño regalo, una pincelada dulce por entre las sierras que tanto amó. Él pisó y recorrió en solitario las aguas de este río. El vivió y dejó su emoción desparramada en las cascadas de aguas blancas que se despeñan por estos barrancos. El lo hizo bien porque palpitó subiendo y bajando estas sierras. Nada mejor, en recuerdo a su amistad, podría tener yo en mi  corazón que un secreto tan fino como este y en ofrenda a su paso por estos parajes. La fuente, la que es bella y tiene transparencia de viento, inmaculada ahí, en su rincón y en mi alma como latido silencioso en memoria a su presencia eterna.

 

                Quizá algún día, en su momento, Dios permita  que volvamos de nuevo por aquí para recorrer y gozar, a fondo, el perfume de  este edén suyo. Quizá, llegado el momento, hasta puede que esta fuente, la oculta y misteriosa fuente, sea nuestro gozo sin fin. Quizá aquel día sí sepamos bien dónde está y cómo es porque nos pertenezca y seamos sus dueños para siempre. Quizá quiera Dios llenar plenamente nuestro amor a estos ríos y cumbres dándonos para siempre en posesión este paraíso u otro similar. Esto es lo que yo siento, intuyo y sé de la fuente.

 

   EL FRESNO DE LA CANALIEGA -6   Ir al índice

            La Canaliega es una  cerrada: angostura en la corriente de un río o arroyo, y en este caso es un arroyo. Es el más bonito arroyo de toda la sierra del parque; el de los Tornillos. La Canaliega se encuentra justo donde este cauce se entrega al río Guadalentín. Tendrías tú que venir conmigo un día  y ver qué bonito es  este rincón. Tiene un charco que es una auténtica maravilla. Bueno, tiene  más de un charco; por lo menos diez que superan la categoría de charco corriente. Tiene, además, muchas cascadas con aguas muy limpias, dos profundos cortados a ambos lados que son de lo más bello que puedas encontrarte por ningún sitio y el agua que por aquí corre es limpia; una maravilla de agua transparente y delicada.

 

      Para convencerte no tienes nada más que venir por aquí, subir las primeras rocas por el arroyo arriba que presentan una dificultad regular y cuando  ya no puedas seguir más porque la dificultad es total, ahí se remansa el charco.  Enseguida te  entran ganas de bañarte y más aún si es verano. Te lo digo porque a mí eso es lo que me ha pasado en más de una ocasión. De aquí que tenga recuerdos tan emocionados de este lugar. Con mi amigo el montañero, el que ya descansa en la eternidad, muchas veces hemos obligado a nuestra ruta a pasar por aquí para  refrescarnos en este vibrante embalse de agua casi azul. En el centro del charco, de pie, se ponía él y quedando cubierto por el agua se les veían los dedos de los pies con nitidez. Es esta la imagen que siempre recuerdo y me sirve  para ilustrar o explicar la transparencia  de la corriente del  arroyo de los Tornillos de Gualay y más aún, la del gran charco.

 

       Una vez que has terminado tu baño, nosotros nos íbamos cauce arriba subiendo por unas escaleras de madera que allí había. De ningún otro modo se hubiera podido subir de no haber existido las escaleras de madera. Y estaban clavadas en el frontal de las rocas porque  más arriba, donde empieza la cerrada, construyeron un acotadero: cercado de red o tela metálica donde los animales entran a beber y son apresados para llevárselos a otros parques o para  alguna prueba científica. Que  una vez apresados en aquel estrecho,   cabra  montés  o un ciervo, sacarlos hasta la pista forestal, era otra  odisea. Pero la escalera se fue pudriendo y como parece que también abandonaron la práctica de apresar animales, el tiempo, el agua y el viento se han ido encargando de poner las cosas en el lugar que siempre estuvieron. La escalera de tablas está podrida y rota, la caseta, que también fue de  tablas, anda destrozada, los alambres se oxidaron y algunos ya se partieron en trozos y se ven por entre las rocas dando tumbos.

 

            Pero  quería hoy llevarte por aquí algo deprisa para no perdernos demasiado en las cosas e irnos a lo que pretendía desde el primer momento: el fresno que he decidido llamar de la Canaliega por lo de la cerrada. En cuanto dejas atrás la cerrada y subes dos metros  por el arroyo, te lo encuentras. Aunque no sepas ni cuál es ni cómo es, en cuanto lo veas al instante lo reconoces. Porque algunas señas de identidad propias son: que se tumba curvado para  el lado del  arroyo, cae hacia un charco que a pesar de  parecer que se desploma hasta rozar la superficie, como es bastante grueso, se sostiene con gallardía. En cuanto llegas al lugar y lo ves lo primero que sientes es un irresistible impulso de subirte por la joroba del tronco. Como es tan grueso y se ha tendido tanto para el charco sin ninguna dificultad  asciendes por él y te quedas sentado el  centro del remanso con los pies colgando y rozando el agua.

 

            Otra cosa es que sea verano; entonces lo primero que se te ocurre es usar este tronco de trampolín para zambullirte en el agua que por otro lado es bien profunda. Lo sé bien porque mi amigo y yo lo hemos probado casi siempre que por aquí pasábamos. Tiene su encanto y te lo pasas  mejor que en las piscinas de las ciudades.

 

            Dicen que el fresno es el árbol del ganado porque sus ramas son tradicionalmente aprovechadas como pasto para las ovejas y las cabras. Dicen que pierde las hojas en invierno y que las flores forman ramilletes opuestos sin cáliz ni corola. Florece en primavera y se cría en los bosques húmedos. Sus hojas son laxantes, diuréticas, contra el reuma y la gota. Son valeroso un remedio contra el veneno de las serpientes, tanto que en  lo que ocupa su sombra, nunca se ve animal venenoso. Sus hojas aplicadas en forma de emplasto y servidas con vino, también el zumo sacado de ellas, socorren a los mordidos de las víboras.

 

            En fin, que el fresno, como tantas cosas en estas sierras, es una joya y si hablamos de nuestro fresno de la Canaliega, es una joya más perfecta aún. Lo gocé yo aquellos días y lo recuerdo hoy con tantísimo cariño que sólo eso, recordarlo, me emociona.     

 

    

    2 - El Valle  del Sinclinal      Ir al índice
    LA RUTA: Pista Riogazas, Peñón Borondo,
     filo de  la Escaleruela, Valle del Sinclinal.
Distancia      : 3              Km.
Tiempo         : 2              h. andando.
Desnivel       : 300          m.
Camino         : Vereda muy rota. Zona restringida.
 

                 Los caminos -1

                - Parece una postal.

Me decía el otro día un amigo cuando le enseñé la foto.

- Es que postal es toda la sierra.

Le dije yo.

- De todas maneras este rincón parece más postal que otros.

Y en eso sí tiene razón.

 

                Pero según por donde le entres se te presenta majestuoso, majestuoso-sublime o simplemente de ensueño. Nosotros lo tenemos gozado desde todos los ángulos y le hemos entrado por todos los extremos posibles. Porque otra cosa es la época del año. Con nieve, en otoño, con nieve e hielo, en verano y cuando la primavera estalla; todas las épocas son bellas pero cada una tiene su marco y personalidad propia. Tampoco es el mismo Sinclinal al amanecer, al medio día o poniéndose el sol.

 

                El Sinclinal se encuentra en la misma cumbre de la cuerda del Gilillo a unos veinte minutos al levante de este pico mismo siguiendo la ruta por lo más alto de la cumbre aunque volcando un poco hacia el nacimiento del Guadalquivir. Y a la cumbre se puede llegar al menos desde siete puntos diferentes. Si te acercas desde el lado de Cazorla, ya en cuanto llegas al pueblo parece que se te va a caer encina la muralla de rocas que presenta la cuerda. En la misma Iruela sale la carretera que llega a la ermita y sigue para Riogazas. Por la ermita va una senda que llega hasta Prado Redondo, gira a la derecha, remonta al Puerto del Tejo, gira a la derecha siguiendo ya la cima que va por la misma cumbre hasta dar de bruces con el Sinclinal.

 

                Pero antes de llegar a Riogazas, justo en el Arroyo de la Escaleruela, por un lado y otro se remonta hasta donde comienza a caer la cascada; puedes continuar arroyo arriba y después de una hora o así te lo encuentras llegándole por la parte más sorprendente. Desde el lado pequeño porque al ser barranco no se te muestra sino con un esplendor modesto. Me vine yo por aquí un día y fue una experiencia de las más gratificantes. La otra subida es desde el mismo arroyo de Riogazas hasta coronar el pequeño collado donde se junta o dividen las sendas, una que viene de la casa del Chorro, otra que entra por la misma vertiente que subimos nosotros pero pasando por las rocas de la hiedra y desde aquí se remonta, en una sola senda, a lo que se llama el Puerto del Gilillo. Cuando llegas a él hay que giran a la izquierda, tardando unos veinte minutos en encontrarte con el punto en que se divisa el valle.

 

                Aquel día de la gran nevada que nosotros le entramos exactamente por este ángulo, vivimos una experiencia imborrable. Al llegar al pequeño collado hay una mancha de pinabetes de repoblación todavía con mediana estatura y que aún no han sido podados nunca. Como las ventiscas de nieve, en este punto, azotan siempre desde el Gilillo raspa adelante, en la zona de los pinabetes el viento se quiebra porque es donde empieza la depresión hacia el valle y la nieve se amontona en cantidades mucho más grandes que en otros sitios. No lo esperábamos y al tropezarnos con él, metidos que íbamos de nieve hasta la rodilla, quedamos atrapados con nieve hasta la cintura. Después del esfuerzo de toda la mañana subiendo aquello, más que desanimarnos nos resultó divertido. Ya teníamos ante nuestros ojos el amplio valle en cuyo centro se alzaba grandioso el singular trozo de roca; Sinclinal desmantelado porque precisamente esto es lo que le da ese aspecto de belleza única. Ha quedado al descubierto, desmantelado y alzado sobre unas cuantas rocas más como si gritara al cielo, en el centro del valle que no es valle sino una depresión casi en forma de hoya, entre llanura algo inclinada y pradera remansada.

 

                Allí mismo nos quedamos y animándonos unos  otros pusimos mano a la obra e hicimos un gran muñeco de nieve. Yo creo que el más bello muñeco que se ha hecho nunca sobre las cumbres de estas sierras, porque nos salió redondo, tan grande como nosotros mismos  y para quedarnos con el recuerdo de aquel tan especial momento, rodeados de tanta nieve, los pinos que solo se les vía las copas, el valle al fondo y la cumbre del Escribano más al fondo, nos hicimos unas fotos. Además, el muñeco fue vestido con el gorro de uno de nosotros, el guante de otro y la bufanda de un tercero. Total, todo un gran señor que hasta nosotros llegamos a creernos que estaba allí dormido en el collado esperando que llegáramos y nos pusiéramos a darle vida. Luego, aquel día, al llegar a la laguna, mucho más adelante, nos pusimos a patinar sobre su hielo sin más instrumentos que nuestras botas de montaña y el gran río de entusiasmo que por nuestras almas corría. Comimos allí cerca, bajo los pinos, junto a la lumbre y frente a la cumbre de la Mesa.

 

                Al Sinclinal también se le puede llegar viniendo desde el Puerto de Lorente, por la zona oriental. Desde allí mismo parte una senda, mas o menos siguiendo los rastros de lo que en otros tiempos fue camino de trashumancia y después de muchas curvas y arroyuelos, asciende resta hasta el Puerto del Gilillo. Y desde la casa forestal de Los Rasos, también hay sendas y alguna pista que desde el Guadalquivir asciende ladera arriba en busca de la gran cordillera del Gilillo, siempre barrera entre el pequeño valle del río que nace y el gran valle del río que se va.

 

           El Tobogán -2     Ir al índice

                Sin embargo, también por la misma ruta que lleva a Riogazas, un trozo mayor todavía antes de llegar a este sitio, nos dejó un compañero nuestro allá en la Navidad  de  hace unos años. Allí mismo preparamos las mochilas y comenzamos a subir por la ladera en busca de los pinos piñoneros y que son de los pocos que de esta especie crecen en la sierra. Como sabíamos exactamente donde estaba ese lugar enseguida dimos con ellos y trepamos por sus troncos a por las piñas. Cogimos tantas como creíamos que íbamos a ser capaces de transportar teniendo en cuenta que la ruta, hasta el mismo Sinclinal, era todo casi un puro paredón rocoso que  más que  andar había que escalar. Desde los pinos se distingue la senda que al principio zigzaguea ladera arriba hasta el pequeño collado por detrás de una enorme roca. Aquí comienza la lengua por donde bajan las aguas del deshielo y de las tormentas y como era pleno invierno, toda esta lengua que es como un desagüe en forma de tobogán, está helado. Un puro bloque de hielo que impresiona sólo verlo.

- Mucho ojo con poner un pie en nada que no sea un trozo de roca sin hielo, una sabina o algún otro arbusto.

Les digo.

- ¿Por qué tanta precaución?

- Atravesamos una pared que tiene mucho riesgo; en cuanto pisemos la placa de hielo el resbalón es seguro. Caeremos al final de la montaña por lo menos cuarenta metros más abajo.

- Si eso sucede nos tendrán que recoger con pinzas.

 

                Y aquello sucedió, aunque por un milagro, el montañero Bernardo no rodó hasta el final. En un descuido pisó el hielo, perdió el equilibrio, giró sobre sí mismo y cayó de espaldas y tobogán abajo se deslizó con los brazos abiertos. Oímos el grito y el corazón se nos paró al ver lo que ocurría. Pero como todo fue en menos de quince segundos, el corazón siguió latiendo exclamando un potente  gracias a Dios al ver que se salvaba. A los dos tumbos y tres metros o así quedó enganchado en el enrevesado bosque de ramas y troncos de la vieja sabina clavada en la misma roca.

- ¡No te muevas! Quédate ahí quieto, recobra la calma y antes de hacer ningún movimiento conviene estudiar bien la situación para no dar ni un paso en falso.

 

                Durante unos minutos allí se quedó tumbado contra la sabina mientras estudiábamos un poco el terreno. Se movió luego dando la vuelta, se agarró a las ramas, cogió una piedra que también había rodado con él y golpeó el hielo. Hizo el primer pequeño escalón. Luego otro y otro y así hasta un total de diez. A  cada escalón nuevo, que era sólo un paso rampa helada arriba,  un eslabón más de esperanza en nuestros corazones. Se sujetaba en el nuevo  escalón  y  ahí se quedaba hasta que terminaba el siguiente. Golpeando el hielo y subiendo por él, de escalón en escalón, fue escalando la cascada hasta llegar a nosotros que lo esperábamos sobre la roca firme. Fue un respiro para todos y aunque en esos momentos necesitábamos sentarnos allí y quedarnos un buen rato todos juntos frente al barranco y sin decir nada, en cuanto lo abrazamos por el gozo de tenerlo vivo otra vez junto a nosotros, seguimos subiendo.

- Tenías razón cuando nos pediste cuidado al pisar el hielo.

- De todos modos, la experiencia es el mejor método para conocer las cosas siempre que, como en este caso, quedes vivo para poder luego contarlo.

- Una gran suerte la que hemos tenido.

 

          El Canchal -3      Ir al índice

                El escalón rocoso, todo cubierto de hielo, que por fin hemos logrado remontar nos deja al final de un amplio canchal. Se llama canchal a un peñascal o sitio de grandes peñas descubiertas. Montón de piedras generalmente angulosas, frecuente en las zonas de glaciares.

 

                Nosotros  fuimos a salir al final del canchal. Bueno al final empezando por abajo, porque desde donde estamos  el final sería la parte alta, donde comienza la ladera. Resulta que si tú entras por la llanura del Sinclinal para abajo, al llegar al borde de este cortado rocoso, primero te encuentras un declive terroso o semi terroso mezclado con trozos de rocas. Los primeros cincuenta metros están formados por una ladera muy inclinada toda cubierta de trozos de rocas pequeños. Canchal que es como se llaman estas laderas. Al final de esta torrentera se juntan todas las piedras y es donde están los primeros metros de la canal o tobogán tallado ya en roca viva. Cualquier trozo de piedra que en su rodar llegue hasta esta rampa, irremisiblemente, sigue rodando por ella y va a caer al final de la montaña, allá por donde pasa la pista. A veces, cuando por aquí caen algunas rocas gordas forman un escándalo de mil demonios. Las piedras se quiebran, saltan en mil pedazos, echan chispas, después polvo, rompen monte y cuando llegan al fondo ya van convertidas en multitud de trozos.

 

                Pues al salir de la rampa encontramos el canchal que es el último tramo de la subida antes de la llanura que acoge al Sinclinal. Ya por aquí no hay hielo pero tampoco senda. La subida tiene que ser a discreción. Cada uno por donde quiera y pueda teniendo cuidado sólo de apoyar los pies en las rocas más gordas que son las que ofrecen más seguridad. Si pisas en los trozos pequeños te resbalas y bajas más que subes. Pero como nosotros no tenemos prisa, nos dedicamos a buscar el mejor camino hasta que de pronto descubrimos la emoción: un fósil que es de ammonites. Entre las rocas rotas es donde quedan más el descubierto tanto el positivo como el negativo. A continuación de éste vemos otro, luego otro y así hasta más de treinta. Nos viene muy bien porque aunque no los coleccionamos, el irlos encontrando, nos distrae y así la subida se nota menos. Nos animamos haber quién se lo encuentra más grande, entero y bonito. Y como son tantos seleccionamos sólo unos cuantos que sí nos llevamos con nosotros.

 

          El confín del mundo -4     Ir al índice

                Está ya bastante avanzada la mañana cuando por fin acabamos de remontar el embarazoso canchal. Lo coronamos y estamos en lo alto de la cordillera, al comienzo del valle que ni es lo más alto de la cuerda ni es el valle. Pasa lo siguiente: que visto desde abajo, desde la pista de Riogazas que es donde nosotros hemos comenzado la ruta, exactamente el punto donde ahora estamos es la máxima altura. Como si fuera la cima de la cuerda. Pero en realidad no es así. La máxima altura queda más arriba del Sinclinal, una distancia muy considerable desde donde ahora mismo estamos, visto el rincón desde la cima máxima, el trozo éste que vamos a empezar a recorrer dentro de un rato, es un valle. Pero ya ves, ni es valle, porque no está totalmente llano ni es una cima porque más arriba tiene otra altura. Y precisamente esto es lo que ahora mismo nos emociona. ¡Hoy por fin hemos conquistado el confín del mundo! ¿Sabes por qué?

 

                Resulta que nosotros tenemos muy recorrida toda la zona siguiendo la pista que viene desde el Chorro, pasa por Riogazas y llega a la Iruela o al revés. Como la pista va a media ladera buscando el paso más fácil y luego se hunde cada vez más hacia el valle para meterse por el centro de los pueblos, la Iruela y Cazorla, desde ahí, cuando tú vas por la pista, miras para arriba y la punta de esta cuerda es el fin del mundo. Siempre te parece el confín del mundo. Ves en primer plano la gran pared de rocas y por lo alto la raya del horizonte donde termina la cumbre que no termina.

 

                Si es un día de sol, de cielo despejado y azul que siempre está azul, no pasa casi nada. Aunque tengas la sensación de que en cualquier momento se te puede caer la cumbre encima por la altura  tan  completamente  a  plomo  y  tan casi imposible de ascender por ella, no pasa nada más que esto. Pero si es otro día sin sol, por ejemplo, de semi niebla porque hay niebla por las partes más altas pero por las zonas bajas, el valle y las laderas, no hay niebla ninguna sino que está todo limpio y se ve perfectamente hasta los montes más lejanos, tampoco hoy pasa nada, sólo que la cumbre es como una cumbre mágica. Parece mucho más grande porque la niebla unas veces la oculta y otras la destapa. La ves y te dices que subir hasta lo alto no es posible de ninguna manera y menos aún con los paredones chorreando y la sombra casi borrando los caminos.

 

                Si cuando tú pasas por aquí no es ninguno de los dos días que hemos visto atrás sino que unos días antes le ha caído una gran nevada y ahora está toda blanca o en todo caso casi blanca y algunas rocas o  rodales, desnudos, sin el vestido de la nieve, la cordillera sigue siendo la misma pero infinitamente más imponente. No es posible ascenderla por ningún punto que te lo propongas. Todo se te presenta señorial, majestuoso, grandioso, sublime, misterioso, solemne y, además, inconquistable. No hay montañero en el mundo que  se atreva con ella y si alguno lo intentará, no sería capaz de coronar su cumbre.

 

                Ahora, no creas que ya te he dicho todo lo que se puede decir de esta cumbre. Te he puesto un ejemplo sólo de algunos de los días y aspecto del año; en total son casi tantos como el asombro de los horizontes que la orlan. Y lo que nos ha pasado a nosotros es que siempre la hemos visto tan grande, tan superior, tan inconquistable que hoy, cuando por fin la hemos coronado, se nos ha llenado el alma de profundo gozo. La que tan inaccesible y majestuosa se nos presentaba, por fin está bajo nuestros pies y precisamente por aquí, por la cara norte y el punto exacto más complicado de todos. Rozamos el horizonte sobre el horizonte de sus cumbres y ahora lo que realmente nos parece pequeño es el camino pista que surca la ladera, el pueblo de Cazorla y el valle de los olivos  por donde va el Guadalquivir. La panorámica, a parte de todo el otro gran esplendor, es magnífica y especialmente de la ladera donde se asienta este pueblo de Cazorla que significa orla precisamente por esta cumbre que tenemos dominada que es la que lo circunda o corona.

 

                Hacemos nosotros aquí un pequeño alto no ya tanto para descansar sino para, mientras gozamos la visión, desayunar y tomar fuerzas antes de proseguir. No podemos disimular el gozo, la alegría que nos corre por el alma y el placer que supone tomar nuestro desayuno sobre un tan privilegiado escenario. Tanto tiempo soñándolo y deseándolo y por fin ahora mismo se ha realizado el sueño.

 

          El Valle -5     Ir al índice

                Desde donde hemos establecido nuestro rato de descanso seguimos remontando todavía un poco más y salimos al arroyuelo que viene por el centro del barranco. Es esto ya el valle y no lo es porque tiene algo de barranco, de rambla, de hoya, de nava y de llanura. A veces, en estas sierras, sucede esto: muchos accidentes geográficos no son puramente una sola cosa; las vaguadas pueden ser cañadas, praderas, arroyuelos, barrancos, valles, llanuras...

 

                Las aguas salvajes proceden de las lluvias y de la fusión de la nieve y, como sucede en este lugar, discurren sin cauce fijo por la superficie. Son aguas superficiales puesto que circulan por la superficie. Para que se originen aguas salvajes es preciso que el aporte del agua, tanto en precipitación como por fusión de la nieve, sea superior a la capacidad de absorción de agua del terreno. Estas cualidades se dan claramente por toda la zona que vamos recorriendo. Las aguas salvajes, también en este lugar concreto, actúan como agente geológico modelando el paisaje puesto que las corrientes por aquí circulan a gran velocidad y el terreno es fácil de erosionar.

 

                Hay por aquí escasa vegetación. Sólo majoletos, almohadillas espinosas, alguna sabina y enebros y  poco  más. La pendiente de las laderas, a un lado y otro, es muchísima. Las rocas, al ser calizas y estar rotas por lo que se llama gelivación, rotura de las rocas debido a la formación de cristales o cuñas de hielo entre sus poros, están todas erosionadas. Forman muchos materiales sueltos que andan disgregados por toda la zona. Así que nuestro rincón podría ser un precioso barranco encima de la misma cumbre por donde el flanco de la derecha es la misma ladera de la cumbre próxima al Gilillo y que es un extenso lapiaz. Por el centro viene el cauce principal que tiene más bien forma de vaguada ancha y casi seca todo el año excepto en los meses de invierno y primavera. Por donde vamos nosotros es otra ladera con pequeñas colinas por donde la tierra predomina sobre las rocas y hacia donde subimos, hay algunas llanuras del Sinclinal y al final del todo, por donde construimos nuestro muñeco de nieve, las cárcavas. Hoya o zanja grande excavadas pendiente abajo y aunque parezca raro, se han originado sobre areniscas y margas.

 

                En fin, una maravilla de paisaje en el que nos vamos adentrando con la emoción a  flor de piel. Aunque conocemos algo el lugar, con los matices que ahora mismo lo estamos descubriendo, es la primera vez que lo gozamos.

 

           La tienda y el chorrillo -6    Ir al índice

                Nada, un rato subiendo por el pequeño arroyuelo, otro rato superando la ladera de la izquierda hacia el Sinclinal, cuatro regatos por entre los majuelos y damos en el lugar.

- Aquí plantamos la tienda.

- Parece que nos lo han preparado para nosotros.

Y en realidad eso es lo que parece. Es un delicioso rellano entre muchos majoletos color chocolate porque están despoblados de hojas y tanto las ramas como las bayas que cuelgan de ellos, el frío las tiñe de color otoño. Por aquí mismo pasa el chorrillo de agua que viene del complejo rocoso donde se alza el Sinclinal y por donde todavía hay algunos rodales de nieve. Se está derritiendo y el líquido se descuelga ladera abajo, parte en un pequeño chorrillo y parte en veneros que brotan por aquí mismo.

 

                Mientras ellos preparan el campamento me dedico a construir una cascada en el chorrillo que hemos procurado pase a dos metros de la puerta de la tienda.

- La música  que de él brota será esta noche la canción de cuna que relaje nuestro sueño.

- El chapoteo de un chorrillo de agua, toda la noche sonando junto a la misma cabecera, es el mejor sedante natural que existe.

Y me queda bien la cascada que además de caer desgranando pequeñas notas de cristales líquidos nos sirve como fuente o grifo donde coger el agua par las necesidades. He aprovechado un pequeño escalón en la tierra y donde cae el chorrillo he excavado un remanso  de un metro o así de perímetro. Por la parte de abajo le pongo unas piedras buscando que forme canal y por ahí corre el agua que al caer, en otra pequeña poza que tengo abajo, desgrana su cascabeleo.

- ¡Casi de ensueño!

- Parece de juguete porque fíjate que casi todo cabe en un puño pero al mismo tiempo mira que sensación de serenidad y plenitud imprime.

 

                El chorrillo es lo más bonito, junto con la tienda pegada a los majoletos y del mismo color. Todo nos ha salido redondo y no pretendíamos nada. Sólo venir por aquí y gozar un poco el rincón.       

 

          Los jabalíes  -7   Ir al índice

                Reinó toda la noche una gran calma. Ni el viento sopló y fue extraño porque en estas zonas siempre  azotan las corrientes y con fuerza, en muchas ocasiones. Toda la noche estuvo el cielo lleno de estrellas brillantes.

 

                La limpieza de la atmósfera que cubre las sierras del parque es de una transparencia tal que en los días sin nubes el cielo aparece  teñido  de  azul intenso y oscuro. Por la noche, este mismo cielo contemplado desde las cumbres de cualquier cordillera, muestra miles y miles de estrellas brillantes como ascuas. Los amaneceres y atardeceres se cargan igualmente de preciosos tonos y contrastes. Gozar y contemplar el cielo desde estas sierras, mientras se recorren, es también un espectáculo de los que cada día van siendo más raros en el Planeta Tierra.

 

                Como es que, en cuanto cae la noche, sobre estas cumbres hace mucho frío, nos metemos nosotros en la tienda enseguida y en poco rato, con el chorrillo cantándonos su canción de cuna, nos dormimos. Personalmente quiero madrugar para encontrarme frente a frente con el amanecer desde el centro de estas cumbres.

 

                Y a las cinco o así me salgo de la tienda sin dejar el saco y junto al rescoldo de las ascuas que todavía chisporrotean, busco un sitio. Aunque hace frío, del cuello para abajo, el saco me mantiene calentito y la cabeza la tengo protegida con un pasamontañas grueso. No sólo el silencio con la música del chorrillo es emocionante sino el brillo de las estrellas fugaces que de vez en cuando atraviesan el cielo y el dorado intenso del lucero del alba. Ellos duermen dentro y aunque el momento que estoy gozando es de los que sinceramente me gustaría compartir con ellos, no los despierto. Quizá el momento tiene su encanto especial por eso, por la soledad del momento que es donde el alma encuentra el camino libre para comunicarse con el Creador y la Creación entera.

 

                Ya está amaneciendo y brota el nuevo día por lo alto de la pared gemela del Sinclinal. De pronto, oigo que el silencio es roto por un gran ruido de carreras en forma de tropel. Arranca de donde se alza la pared de rocas y por momentos se acerca. Lo que sea o los que sean, vienen desde arriba hacia el barranco y van a tropezar con la tienda y conmigo sin no cambian su rumbo. Intuyo que pueden ser animales salvajes que andan pastando por la zona. Intuyo esto pero como no los veo por la poca luz que hay y, además, los majoletos me quitan la visión hacia la llanura, por un momento siento miedo pero enseguida me digo que si no me muevo, si me quedo quieto tal como estoy y donde estoy, el animal que venga por ahí corriendo, no me atacará si es esto lo que pretende.

 

                Justo cuando ya están a dos metros de la tienda los descubro. Son cuatro jabalíes que bajan embalados, como huyendo del algo o alguien. No me han visto ni tampoco a la tienda y esto lo noto en que se me echan encina. Vienen rectos hacia mí y sino se desvían van a tropezar conmigo, la tienda y todo lo que por aquí hay. Pero no; los animales me descubre a unos tres metros antes de llegar. Sin detener la carrera giran sin tener claro hacia dónde ni de qué. Ya sé lo que ha pasado: se han asustado. Los animales estaban pastando por su sitio de siempre y como el aire va desde la tienda hacia donde ellos estaban, les ha llegado el olor de nuestra presencia. No han visto nada pero el olfato les ha avisado de la presencia de algo extraño y se han puesto a huir hacia el lado que para ellos es más seguro: el barranco y a  continuación la ladera norte de la cumbre.

 

                - ¿Qué pasa?

Preguntan los compañeros saliendo de la tienda apresurados y con el sueño chorreándoles por los ojos.

- Los jabalíes.

- Pero ¿qué jabalíes?

Ellos sólo han oído el tropel y como les ha cogido entre sueño, tardan un rato en orientarse. Intento explicarles la escena y para convencerlos salimos a  ver las huellas. Como el suelo está húmedo, las pisadas han quedado perfectamente clavadas  y marcadas en el barro. Se ven con mucha mayor claridad el momento en que han frenado para girar por detrás de la tienda. Son estos unos surcos arañazos  mucho más grandes y profundos.

- ¡Qué suerte has tenido!

Comentan ellos y ya no vuelven a la tienda. 

 

           El amanecer -8    Ir al índice

                Aquello fue como una explosión de luz; teníamos todavía nuestros ojos enmarañados por lo de aquellos animales y algo llenos de sueño y nos sucedió como con los jabalíes: nos cogió de repente, si esperarlo.

 

                Estábamos nosotros sentados alrededor del rescoldo porque el amanecer era fresco y reconfortaba aquel calorcico. Estábamos allí,  un poco al silencio, reponiéndonos algo de aquella presencia tan en forma de huracán huyendo por lo que de siempre había sido su ladera y por nuestro deseo de naturaleza, hoy la teníamos invadida, cuando ocurrió la maravilla.

 

                Primero fue como una flor de vistosos colores en el momento en que está a punto de reventar. Una flor que, en aquellas horas, todavía era capullo que llenaba todo el espacio-cielo que nuestros ojos podían dominar. Creció hasta ponerse a punto de abrir sus pétalos, como el capullo, ya con todos sus colores y formas, que no le queda sino extenderse para recibir la luz. Y así fue. En un abrir  y cerrar de ojos, todo como un sueño, el cielo se convirtió en flor grande. Con los pétalos arrancando desde el centro, por encima de nosotros lucían todos los horizontes que al mismo tiempo se derraman desde la cumbre de nuestra montaña hacia los valles.

- Yo vi esto  una vez en el cine con una rosa que fue firmada a cámara lenta. Es lo mismo pero infinitamente más bello.

Comenta Bernardo.

- Yo lo vi un día en un libro.

 

                Me acordé, en aquel momento, de algo que había leído en algunos libros de ciencias hablando de estos amaneceres o aquellos atardeceres. “Lo que da color al cielo es la reflexión de la luz sobre las partículas de la atmósfera. La luz blanca del sol es una suma de luces coloreadas y como las moléculas del aire difunden más el azul que el rojo el cielo es azul. A la hora del crepúsculo el sol, visto a través de una gruesa capa de atmósfera, se  ve rojo porque la capa de la atmósfera desvía más el azul que el rojo: es empujado hacia los bordes. El cielo que rodea al sol se enrojece y también se tiñen de color zonas más lejanas cargadas de polvo sobre las que el rojo se refleja mejor que el azul”.

 

                - Sí pero no es lo mismo verlo como lo estamos viendo nosotros ahora.

- Es lo que sucede siempre; la viva realidad es otra cosa.

Poco a poco luego el cielo se fue llenando de más rayos dorados que era el sol ya reventando desde el centro de la cascada de colores. No se apagaba; según empezaba a levantarse la mañana, vimos que se transformaba y la impresión que tuvimos justo en el primer momento, se nos confirmaba: el centro de la flor, el núcleo, el corazón estaba justo allí, en el Sinclinal a cuyo resguardo habíamos puesto nosotros la tienda y junto a ella nos encontrábamos rodeando el rescoldo. Una visión que parecía un sueño y nosotros dentro de él sin pretenderlo.

 

          Los berros -9     Ir al índice

                Un poco más arriba de donde hemos acampado, por el lado occidental del Sinclinal, brota un venero. Es una fuentecilla preciosa que viene a manar algo por debajo de las cárcavas de arenisca y casi en el centro de una pradera. En este manantial, que en cuanto aflora, ya abre un pequeño surco que va llenándose, primero de casquillos y luego de chorrillos que caen en forma de cascadas muy disminuidas, crecen los berros;  Nastúrtium officinale. Les digo yo a ellos que hoy vamos a desayunar un plato especial y nos preparamos para ello. En una mochila metemos pan amasado y cocido en los hornos particulares de las aldeas de los Teatinos y El Cerezo, aceite de oliva de los olivares del pueblo de Génave que es el que llaman ecológico, tomates  de esos que venden en cualquier sitio y se ven tan bonitos porque son transgénicos, con los genes manipulados, un tenedor para cada uno y para usar como plato, una fiambrera. Subimos por la ladera  que es casi pradera toda repleta de majuelos y mientras vamos andando, recogemos vallas silvestres; principalmente, majoletas.

 

                Por la tierra, tapizada de hierba, alrededor del manantial, paramos. No es precisamente la mejor época para recoger estas plantas pero hay bastantes y aunque no están muy tiernos, sí se puede comer. El berro es planta perenne de cuatro a diez palmos de altura. Tiene las hojas de un verde intenso, partidas en segmentos que llegan hasta la  vena de en medio. Las flores son blancas, pequeñitas, con cuatro pétalos. Florece en abril hasta bien entrado el verano. Se cría esta planta, que es muy apetitosa usada como ensalada, en los arroyuelos y fuentecilla de aguas frías, muy claras y finas en las que forma a menudo grandes céspedes. En las que son muy calcáreas así como en  las encharcadas y sucias, no vive el berro o se desarrolla mal.

 

                Recogemos nosotros una buena porción, cortando sólo las puntas de los tallos más tiernos, los lavamos en el mimo chorrillo, los troceamos un poco mezclándolos con los tomates, les ponemos aceite, algo de sal y a comer. Este es el único plato de nuestro desayuno de hoy. Recolectadas las plantas en el momento mismo de comerlas que es cuando están apetitosas y se aprovechan todas sus propiedades.

 

                Es que esto es  una de las cosas que también nosotros practicamos. Sabemos que un buen desayuno, no es exactamente lo que tanto nos bombardean por la televisión y los comercios. Mucho menos es un desayuno bueno el que nos quieren vender los países desarrollados como los americanos. Creemos nosotros que no hay nada mejor para el organismo que alimentarse, sobre todo en la primera comida del día, sólo con frutas.  Sí, digo bien: sólo frutas y nada de chorizo, jamón, tocino o cosas parecidas. Desayunar sólo frutas y luego al medio día ingerir otros alimentos, por la tarde y por la noche, es lo mejor para la salud.

 

                - Pero nosotros hoy no es fruta lo que estamos comiendo.

- Casi como la  fruta, los berros contienen esencia de mostaza y gran cantidad de vitamina A, C, D y E. Según investigaciones recientes los berros pueden contener de 19 a 88 centgr. de vitamina C por cada kilo de planta fresca. También tienen pequeñas cantidades de yodo.

- Total, que es lo mismo o casi lo mismo que si estuviéramos tomándonos unas cuantas naranjas frescas.

- Casi porque, además, los berros son buenos para combatir el escorbuto y para todos los casos de  avitaminosis o de deficiencias en el organismo de la vitamina C aunque no es conveniente abusar  mucho  de  ellos  porque  pueden  llegar a irritar el estómago y las vías urinarias. No se deben comer los berros  florecidos porque son dañinos.  “A parte de sus otras cualidades dícese que los berros limpian el vientre, mata las lombrices  intestinales, provocan la orina y combaten el reuma, la bronquitis y toda suerte de  enfermedades catarrales. Comidos en cantidades moderadas limpian el estómago y abren el apetito”. El que va a por berros ha de guardarse de las berrazas que tienen cierto parecido. Crecen éstas en los mismos sitios que el berro aunque es menos exigente en cuanto a la pureza del agua. Se distinguen por las flores y las hojas y sino, su sabor, bien distinto al de los berros, nos sacará de duda.

 

                No es que nosotros defendamos que nuestro desayuno es el mejor de todos pero alguna vez en la vida, si es bueno para todo y ahora que tenemos la oportunidad, porque el Creador nos los ha puesto en estas sierras casi en bandeja para nosotros, los aprovechamos con sumo placer. Y para completar nuestra deliciosa y mágica comida matutina cada uno caemos a un buen puñado de majoletas. Verdaderamente están exquisitas y más aún porque estamos paladeando sabores nuevos; algo que jamás vamos a encontrar en la civilización en que habitualmente vivimos.

 

          Los machos monteses -10    Ir al índice

                Nos ha llamado la atención no porque, como les sucede a muchos, sean animales salvajes, sino por la gran manada. Monteses hemos vistos muchos en  muchos sitios de estas sierras pero una manada como ésta, es la primera vez.

 

                Ya es media mañana o más bien, comenzada la media mañana, cuando nosotros dejamos el venero y subimos  un poco más. Por la parte alta del Sinclinal, como si fuéramos a rodearlo, torciendo un poco a la izquierda. Volcamos una lomilla y descendemos con el máximo sigilo. Sabemos que esta cuerda es un lugar muy querencioso para las monteses. Sabemos que al otro lado de esta lomilla existe una pequeña hondonada donde crecen hierbas muy finas. Y sabemos que, o más bien intuimos, hoy es un día de cabras pastando en estas cumbres. Así que remontamos la pequeña ondulación y damos comienzo al avance lento al mismo tiempo que nos vamos tapando tras las matas y rocas.

 

                - ¡Allí están!

Anuncia Jaunma que es uno de los más expertos montañeros del grupo.

- ¿Dónde?

- Tras aquellas sabinas hay un macho tumbado.

Lo descubrimos enseguida y cerca otro y luego varios más.

- ¡Madre mía, si hay toda una gran manada!

Exclama ahora Bernardo.

 

                Aunque llevamos mucha precaución los animales nos huelen enseguida.  Se alzan emitiendo su peculiar silbido de alarma y la manada corre  primero hacia el centro de la llanura y luego, después de otear el horizonte, se van hacia la colina de enfrente. ¡Un montón! Casi cincuenta o más. No salimos del asombro y más porque vemos que los animales no se comportan como en otras ocasiones. No huyen apresurados y veloces. Todo lo contrario: aunque nosotros ya nos hemos descubierto frente a ellos, no nos temen; no se van. Parece como si esperaran a  ver nuestros movimientos y como nuestros movimientos son irnos hacia ellos lentamente, con esa misma lentitud ellos se van moviendo hacia la lomilla de enfrente.

 

                Un espectáculo fascinante verlos recortados sobre el horizonte con sus recias cornamentas, sus pechos negros que en algunos les coge casi toda la barriga y tantos que casi cubren el cerrillo.

- Todos machos.

- Todos machos y, además, de medalla de oro, dirían los que los cazan.

 El momento es tan bello que lo único que se nos ocurre es gozarlo profundamente y sacarlos en una foto para quedarnos con su recuerdo.

 

          Las perdices  -11     Ir al índice

                Cuando yo subí aquella mañana por el arroyo que desde la Escaleruela viene a salir justo al mismo Sinclinal se me levantaron varias bandadas de perdices. De aquí sé que precisamente este es un rincón que lo toman muy bien estas aves. Se lo comentaba yo el otro día a un amigo mío que es aficionado a la caza y hablando del tema, me decía:

 

                “Durante el último decenio hemos asistido a una disminución alarmante de la caza menor, y con especial preocupación en el caso de la reina del deporte: la perdiz roja.  Los estudios realizados sobre los factores incidentes vienen a demostrar que la culpa está, en buena media, repartida entre los diferentes agentes negativos participantes: la pertinaz sequía que produce como resultado una importante bajada en la densidad de las poblaciones, limitando la subsistencia de las polladas a los alrededores de los contados puntos de agua, manantiales, fuentes, charcas; la concentración parcelaria con su correspondiente eliminación del anterior entramado de ribazos, lindes y arroyos, cubiertos antes de matorral arbustivo, que convierten al campo en grandes extensiones pagares de monocultivos;  la construcción de una gran red de caminos de concentración, vías de acceso para el furtivismo, hacen mucho más vulnerables a las especies cinegéticas; las quemas de  indiscriminadas de rastrojos, que eliminan insectos y semillas, desapareciendo los escasos recurso alimenticios necesarios para afrontar el largo y duro invierno, quedando un campo estéril, casi desierto, donde la falta de la más mínima cobertura facilita la acción de los depredadores e impide cobijarse  a las especies cuando aprietan los rigores atmosféricos.

 

                - ¿Realmente afectan de un modo tan grave a las cadenas de poblaciones faunísticas y concretamente a aquellas especies que habitan entre los campos cerealistas?

- No deja de ser curioso y en buena medida, sintomático, que los agricultores se quejen ahora de los herbicidas afirmando que han incrementado el precio y no son tan fuertes o eficaces desde hace uno o dos años y que a su vez el sector cinegético haya experimentado desde la mismas fechas una notable recuperación en las poblaciones  de perdiz roja y liebre.

- ¿Qué ha ocurrido, las marcas comerciales han llegado a un acuerdo para reducir algunos componentes tóxicos o se ha legislado al respecto prohibiendo determinados aditivos?

- Desde siempre la divulgación de este tipo de información, desde un punto de vista técnico y detallado, ha sido muy escasa, cuando no nula. La caza se considera un producto secundario de la tierra y tiene prioridad la agricultura por lo que primaban intereses económicos en la pugna. Todos, en mayor o menos medida, nos hemos sentido siempre preocupados ante los posibles efectos perniciosos que pudieran producir los beocias en la fauna, por la simple evidencia de tratarse de productos tóxicos lanzados de forma masiva al campo”.

  

                Así que nosotros ahora esta mañana, desde el rincón donde hemos visto a los machos monteses, nos hemos venido un poco a la izquierda y en lugar de irnos para el Sinclinal nos hemos introducido por el arroyo. No el que nace en el mismo Sinclinal sino el otro, el que se encuentra entre el Puerto del Tejo y el valle. Bajamos por él y ya que hemos descendido bastante torcemos más a la izquierda. Anda ya muy avanzado el día y con este trozo que vamos recorriendo casi, casi completamos el círculo en torno a nuestra hermosa roca del Sinclinal.

 

                Pues no hacemos nada más que empezar a bajar y una bandada de perdices. Alzan su vuelo desde una lomilla primero restas hacia arriba y luego trazan una línea horizontal dirección a las faldas del pico Escribano que aunque para nosotros queda lejos para ellas es poca cosa.

- Ves lo que te decía, este rincón es querencioso para estas aves.

Y uno del grupo que es un poco incrédulo por aquello de andar algo desinformado de las cosas de la sierra y algo más relacionado con el campo, dice:

- Si no lo veo no lo creo.

- ¿Y por qué?

- Es que perdices aquí en estas cumbres no se lo espera cualquiera. Ten en cuanta que rozamos casi los dos mil metros y por aquí lo que más abunda es viento, nieve y agua.

- Quizá los animales busquen lugares solitarios lejos de la presencia humana o quizá sólo sea que también estas cumbres son sitios buenos para ellas.

- De todos modos lo que sí está claro es que estas sierras son punto y a parte en muchas cosas.

 

                No acabamos de terminar estas palabras cuando otra bandada se nos arranca de algo más abajo, de casi lo hondo del barranco.

- A ver si tienen el nido por aquí.

 

                Comenta de nuevo el compañero despistado.

- Las perdices, como casi todos los animales del campo, tienen su época de reproducción al comienzo de la primavera. Sabia que es la naturaleza porque la primavera es la mejor estación del año por el buen tiempo para las nuevas crías  y la abundancia de alimento. La perdiz hace su nido entre cualquier matojo, en el mismo suelo y yo me he encontrado nidos de hasta quince huevos que en aquellos tiempos, cuando estas sierras estaban llenas de cortijillos y gente viviendo en ellos, el que se encontraba un buen nido de perdiz se llenaba de gozo ese día. Con sus huevos hacía una tortilla de espárragos que quitaba el sentido o se los ponía a las gallinas cluecas para que los “engüerara”.

 

                En fin, un mundo y formas distintas de interpretarlo el de aquella gente y estas cumbres tan llenas de perdices que ni se parece a este mundo actual y a esas cuatro perdices por los olivares y los sembrados de trigo. Y, además, estas cumbres frente al Sinclinal, un mundo fascinante dentro del conjunto de todos los mundos.

 

          El Sinclinal -12      Ir al índice              

               El universo de la naturaleza no es ni una prisión ni una decadencia sino nuestra morada auténtica hasta el momento de la consumación final que Dios dará a su obra. Ya un poco cayendo la tarde acabamos casi de completar, de cerrar el círculo que hemos trazado alrededor de la gran roca. Subimos por el cauce que brota ahí mismo pero que se va hacia el pico Escribano y llegamos al venero. Este es el tercero junto al Sinclinal, una intuición que por fin hemos comprobado. Tres vertientes tiene esta roca y en cada una de ellas su venero correspondiente. El de la tienda, el de los berros y éste último que por brotar en el lado donde las perdices tienen sus querencias, sólo para nosotros, lo llamamos precisamente así: el venero de la perdices.

 

                Y es que la roca en sí es mucho más que una gran muralla pétrea. Se apoya en lo alto de una pequeña colina donde la tierra es abundante y como todo este complejo es un gran laberinto de placas, canales, agujeros y hendiduras cuando en invierno por estas cumbres nieva, todo el montículo del Sinclinal y él mismo se convierte en un gran receptor de nieve. Se derrite ésta y al empaparse la tierra enseguida sale, en forma de agua, a la superficie por los tres bellos veneros que hoy hemos visitado. Además, los manantiales también reciben agua de la cumbre que corona esta roca.

 

                Junto al tercero observamos  nosotros las huellas de los jabalíes. Esta noche han estado por aquí y luego se fueron para el lado de las tiendas. Se han bañando en los charcos de este venero y en las rocas que hay algo más arriba se han rascado dejando el fango y las cerdas por ahí pegadas. Llegamos a lo alto y estamos a dos pasos del Sinclinal: junto a su gemelo que aunque no es tan imponente también es bello. Entre ambos existe como una pequeña depresión que se va hacia el lado de la tienda. Por esta cisura se rompe, queda interrumpida la muralla rocosa y luego ya sigue empezando a mostrar toda su gran majestad. Es ese ya el auténtico Sinclinal. Pero por aquí, por la  depresión, donde todas la rocas están rotas y la tierra se desmorona ladera abajo, aún queda gran cantidad de nieve. Se está derritiendo y los chorrillos  que de ella van saliendo comienzan, poco a poco a formar el pequeño caudal que sigue bajando hasta pasar por donde tenemos la tienda. Aquí nace el venero y el arroyuelo de mi cascada cantarina.

 

                Por lo demás, una vez junto a nuestra piedra soñada, nos dedicamos sólo a remontarla por las zonas que ella nos permite. Nos gustaría subir hasta lo más alto. A la misma cúspide pero es muy complicado  y nosotros venimos poco preparados para escalar. Sus laterales son tan bellos o más que la misma cumbre. Los vamos saboreando poco a poco y como ya no tenemos prisa, por aquí nos quedamos todo el resto del día.

 

                Sólo dos cosas finales: que nos alegramos por lo poco conocido y promocionado que está este lugar. No vemos a nadie por aquí y, además, sabemos que en las guías para los turistas no se habla de esta roca para nada. Nos alegramos sentirnos casi los únicos, en todo este año, interesados y abrazados a esta piedra y quisiéramos que con el correr del tiempo todo siguiera igual.

 

                Y la otra cosa es que vienen aquí muy bien, para rematar, aquellas palabras de Meter Habeler pronunciadas al coronar la cima del pico Everest: “Nos sobrevino una especie de intoxicación de gozo. El sol brillaba por encima de la roca y más arriba el cielo tenía un azul tan intenso que parecía casi negro. Estábamos muy cerca del cielo. El impulso humano de seguir subiendo para llegar siempre más lejos  y alcanzar la cumbre más elevada hoy por fin lo teníamos colmado”.

 


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